Por Alberto Acosta
En Varios autores; La América que queremos – 32 ensayos en defensa de la vida, PNUD, PNUM, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.
Algo anda mal en nuestras cuentas: actividades que disminuyen nuestro patrimonio natural aparecen como elementos que incrementan el producto interno bruto.
En la contabilidad de varios países latinoamericanos, la producción petrolera aparece como un indicador de riqueza nacional con cada barril de crudo que se explota se produce un incremento del Producto Interno Bruto (Pib). ¿Es esto tan cierto?
Pensemos, por un momento, en que cada barril reduce la disponibilidad de las reservas petroleras. Algo inquietante, sobre todo si no se “siembra” casa adentro el ingreso generado.
Pero más preocupantes aún son los daños usualmente irremediables que provoca esta industria: bosques depredados, ríos contaminados, culturas desarticuladas…Daños ausentes en la contabilidad.
Algo anda mal, por tanto, en nuestras cuentas. ¿Cómo pueden indicar crecimiento si en realidad avanzamos hacia el colapso?
Paradójicamente, más de una actividad que disminuye nuestro patrimonio natural o que nos obliga a realizar gastos de reparación o protección, se presenta como un elemento que incrementa el Pib. Y es que hay limitaciones metodológicas y aún teóricas en el instrumental de contabilidad vigente.
Un indicador hipócrita
¿Es el Pib un adecuado indicador del bienestar social? ¿Refleja lo que sucede en el campo ecológico? La característica hipócrita del Pib se revela cuando la distribución de los frutos de crecimiento no es equitativa o cuando éste viene acompañado de la destrucción de los recursos naturales.
El tratamiento contable que se le da a la pérdida de los bienes industriales es muy distinto al de los bienes naturales.
En el primer caso, el asunto se enfrenta dentro de la contabilidad privada. Cada empresa puede amortizar el valor monetario de los bienes empleados y usar estos recursos para su reposición o aún para iniciar otra actividad. Su patrimonio, en términos monetarios, no sufriría así ninguna merma. Las cosas se complican cuando un empresario tiene que valorar el ambiente: en la actividad camaronera, por ejemplo, tener en cuenta la destrucción del medio de donde provienen las larvas, la materia prima, por la tala de manglares.
La lógica contable de la empresa privada no es aplicable a nivel más amplio. Cuando desaparece una parte de los recursos naturales, no se aplica una amortización que compense esa pérdida, pues se asume que la naturaleza es fuente inagotable de recursos
La metodología tradicional tampoco considera los esfuerzos para corregir o evitar efectos ecológicos negativos causados en el proceso productivo. Por ejemplo, los gastos para remediar la esterilidad de los trabajadores bananeros en varios países a causa del pesticida DBCP (dibromuro cloro propano), prohibido en Estados Unidos.
Muchos de estos llamados “gastos defensivos” se contabilizan como un incremento de la producción final, cuando, por el contrario, deberían ser restados.
El Pib debería incluir la eliminación de residuos, los gastos médicos para combatir males respiratorios ocasionados por los automóviles, las medidas adoptadas para remediar cargas acústicas provocadas por una fábrica, etcétera.
Si se pretende que esto suceda, según uno de los mayores expertos en economía ecológica, Joan Martínez Allier, habría que ver a la economía como “un pequeño planeta en una galaxia de externalidades positivas y negativas difícilmente valorables”.
Necesitamos, entonces, calcular estos factores externos. Pero también los aspectos positivos: los beneficios relacionados a la absorción de dióxido de carbono por parte de los bosques, por ejemplo. Este cálculo nos evitaría la toma de decisiones erradas, que a la larga limita la sustentabilidad.
Actualmente, toma fuerza la reflexión -tanto en el mundo académico como político- en torno a la urgencia de revisar nuestros esquemas de contabidad. Incluso existen una serie de cálculos en unidades físicas complementarias al Pib, con el fin de construir una suerte de Pib-Verde.
Diversos gobiernos y organizaciones internacionales quieren modificar el sistema tradicional de contabilidad, para llevar un registro físico y monetario de los recursos naturales. Un empeño complicado, pero necesario.
Encontrar una valoración al menos ecológicamente aproximada ofrece varias dificultades. Para empezar, no existen metodologías para registrar los rubros que componen la naturaleza y los impactos que produce la acción humana.
A este laberinto habría que añadirle otro: la asignación intergeneracional de los recursos agotables. Porque, ¿cómo medir el valor social actual de la pesca excesiva de la anchoveta del Pacífico para procesar harina de pescado comparándolo con lo que se podría producir mañana si no se diera dicha depredación?
Una situación compleja, sobre todo si se desea internalizar los costos ambientales en un sistema de precios, el eje rector de una economía de mercado. Un esfuerzo de ese tipo, asumiendo que fuera viable, provocaría no sólo un alza de los precios, sino un reordenamiento de todo el sistema que afectaría los patrones de consumo y producción. Imaginemos lo que sucedería en un país petrolero que incorpore el valor del deterioro ecológico en el precio de su crudo. Los efectos serían aún más graves que los de los ajustes económicos.
La sustentabilidad -como se ve en términos de su medición- sugiere una cantidad de problemas e incógnitas de compleja resolución. No se agota en la discusión metodológica de las cuentas nacionales, pero sí nos abre la puerta para empezar a ubicar a la economía dentro de la ecología.
Y para procesar aquel cambio cultural que nos permita desarrollar nuevos estilos de vida para hacer realidad un mundo sustentable. Sigue leyendo