Texto. Emilio Camacho.
Foto: Ana Castañeda.
Es noche de Halloween y el tráfico en Lima es verdaderamente monstruoso. Es como si todo el mundo participara de la vorágine de esta fiesta llena de tipos disfrazados. El propio Henry Pease cuenta que le regaló un par de calcetines a su nieto para que se hiciera un traje de momia. Fue un error, dice. Aquellas prendas eran parte del tratamiento que recibe para combatir la diabetes. Igual, ya es tarde para lamentos. Pease procura acomodarse para conversar, le acaban de cortar el pelo, pero no han tocado mucho de esa barba que otro de sus nietos le pidió que se dejara. En fechas como esta, la apariencia es lo que importa.
Vi que está dando clases por Skype, la tecnología es su compañera de estos días.
(Sonríe). He tenido que pasar unos diez días con las piernas en alto, como ahora, por un cuadro diabético. La semana pasada ya había tenido otro problema, entonces me dije: “No puedo faltar. Nos conectamos”. Me traje a la casa a uno de los muchachos egresados de Ciencias Políticas, que me apoyó acá, con la computadora. Otro alumno de estudios generales me apoyó allá. Y otra profesora me ayudó con el orden de la clase, porque eran 65 muchachos. Es la primera vez que se dicta así en estudios generales, en facultad se usa más.
Pero en general, usted es una persona que usa mucho la tecnología. Parte de su último libro la escribió en un Ipad.
Sí, en este (muestra el aparato, que guarda en una funda negra). Con esta maquinita no solo hice el libro, al mismo tiempo dirigí el plan de desarrollo concertado de Lima, lo que me llevó a reunirme con cada uno de los alcaldes distritales de Lima (son cuarenta), el único que no me recibió fue el alcalde de Chorrillos, y eso que me dio cita a las cinco de la mañana, creo que a esa hora no funciona el Estado (se ríe).
Y así como maneja estas herramientas, hay otras formas de expresión que ha ido dejando. Entiendo, por ejemplo, que ya no va al cine, desde el 90.
(Se pone serio). Nunca fui muy aficionado, aunque con mi esposa íbamos todos los viernes.
Cuando ella murió dejé de hacerlo. Solo una vez vinieron unos muchachos que habían participado de la campaña del 90, quedaron con mis hijas en que me llevaban amarrado al cine, sí o sí. Fuimos a ver una película japonesa muy bonita, pero ya no recuerdo el nombre. Mire, uno se adapta a la vida como puede.
Hablemos de otros medios. Ya no tiene su columna en El Comercio, ya no participa del debate público, ¿cómo se siente con ello?
Bueno, con la cantidad de cosas que tengo que hacer no tengo tiempo ni para preocuparme ni deprimirme. El debate público es una prioridad en algunos momentos, pero en este momento mi prioridad son mis alumnos, de estudios generales, de maestría y de doctorado. Y también tengo un blog, y ahora estaba viendo que lo último que colgué fue mi carta a El Comercio…
Hablemos de esa carta. Cuando le escribió a Francisco Miró Quesada para decirle que ya no sería colaborador de El Comercio, le expresó también su preocupación por la compra de la mayoría de acciones de Epensa, ¿por qué?
A ver, Paco (Francisco Miró Quesada) es un gran amigo, de muchos años, es de la misma especialidad que yo: politólogo. Pero para mí, la opción es muy clara. Yo, no ahora, a lo largo de toda mi vida, he visto lo que significa la concentración de medios y las dificultades que deja al ejercicio de la libertad de expresión. Yo pongo un ejemplo, para que no digan que estoy hablando de hoy, yo fui candidato de Izquierda Unida (a la presidencia, en el 90), y no van a encontrar ni un solo spot que haya podido difundir. Igual obtuve medio millón de votos. La pregunta es, ¿cómo se pudo hacer esa candidatura sin presencia de medios? Recorrimos todo el país, fue una campaña cuerpo a cuerpo, sin medios. Ahora, hay una cosa clave en lo que estamos discutiendo. El Perú es una sociedad muy desigual. Si la política no tiene un escenario mínimo que nos haga iguales, el régimen democrático no es posible. Y cuando se discute en el Perú, un tema que es crucial como la libertad de prensa, no podemos permitir que se concentre en pocas manos. Es un problema de generar condiciones para la competencia. Y no puedo separar el problema editorial del problema económico o del problema político. En política las fusiones se dan naturalmente. Solo evaluemos cómo fue la participación de los medios en la campaña del 2011.
Ya, pero a este asunto de la compra de Epensa solo se le quiere dar un enfoque comercial. Se dice: “Yo compro las acciones de este grupo porque soy exitoso y el mercado lo permite”.
A ver, yo le respondo con la Constitución en la mano. El único monopolio expresamente prohibido en la Constitución es el de medios de comunicación.
Habla del artículo 61.
Sí, que está ubicado en el régimen económico de la Constitución, donde se habla de libre competencia. Dice: “la prensa, la radio, la televisión y los demás medios de expresión y comunicación social, y en general las empresas y los bienes relacionados con la libertad de expresión, no pueden ser objeto de exclusividad, monopolio o acaparamiento”. Esta es una norma expresa de la Constitución. Y me parece en este momento que el camino de ir al Tribunal Constitucional (para revisar este tema) es mejor que una ley.
Aunque hay quienes dicen que puede estudiarse una norma que ponga topes a la participación en el negocio de los medios.
Puede llegarse a eso, no tengo duda. Pero el primer paso es la interpretación constitucional. Yo sé que muchos dicen que respecto de los medios “la mejor ley es la que no existe”, yo no comparto ese criterio, pero también sé que nuestras leyes son malas. A lo mejor la interpretación constitucional abre un debate sobre este tema, que en este momento no se está dando.
Con lo que acaba de decir lo van a llamar estatista.
Pues sería un error, la regulación no es lo que origina el término estatismo. El uso del término se origina, en nuestra historia, por la aparición del Estado empresario, que desplaza y reemplaza a la empresa privada. La regulación es parte de todo Estado, en todas épocas. Más bien, a veces la no regulación es una manera de regular, es una manera de dejar la balanza inclinada para un lado. No olvidemos que el mercado no es ni nació para ser perfecto.
¿Conoce al ex presidente del Consejo de Ministros, a Juan Jiménez?
Sí, me parece que ha sido un buen segundo de a bordo. En general, mi opinión es que el premier no marca el régimen, es el presidente el que conduce el gobierno. El premier no es el jefe de los otros ministros, lo es el presidente.
¿Y qué piensa de este cambio? Sale un hombre del derecho, formado en la defensa de los derechos humanos, y entra un gestor como César Villanueva.
Él tiene una experiencia política muy interesante, incluso antes de llegar a la presidencia de San Martín. Ha trabajado antes en el mundo de las ONG, en proyectos de desarrollo y luego ha entrado a un gobierno regional, que tiene todo por hacer, que está construyendo en un territorio que en gran parte no estaba cubierto por la acción pública. Tengo una buena opinión de él, pero –le reitero– yo no creo que el premier defina un cambio de rumbo. Entiendo que la política tiene algo de escena y de engaño, pero el que tiene el manejo del Ejecutivo es el presidente.
Vamos a su experiencia como congresista. Estuvo tres años en la Mesa Directiva del Congreso, durante el toledismo, uno como presidente del Parlamento…
No, el primer año fue primer vicepresidente, el segundo año estuve en la Comisión de Constitución y en el 2003-2004 fui elegido presidente del Congreso…
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Llevamos cuarenta minutos de conversación. Es una puesta en escena distinta. El mal que acompaña a Pease también es parte de nuestro diálogo. En el sillón que usa para despachar tiene las piernas levantadas, en realidad está más echado que sentado. A los aparatos tecnológicos que usa para estar comunicado y a la pantalla gigante de su computadora, que le cedió su hija diseñadora, se suma el bastón que lleva siempre a sus clases de la PUCP.
Me cuenta un episodio de su presidencia en el Congreso, cuando el Apra presentó una moción de vacancia contra Alejandro Toledo, horas después de que diera por concluida la legislatura que encabezó. Hubo que ir a Palacio para resolver esa situación. Siempre con prisa, siempre con apremios. El de Toledo fue un gobierno accidentado al que hubo que defender más de una vez.
¿Usted podría defender a Toledo con la misma convicción con la que lo hizo en la Mesa Directiva?
Primero, yo siempre he defendido las instituciones y luego a las personas. La presidencia es una institución central de la política peruana y yo creo que históricamente la presidencia de Toledo ha dejado una serie de elementos muy positivos. Es un gobierno que tuvo mil tentaciones de usar vías autoritarias y no lo hizo. Pero, al mismo tiempo, fue un gobierno improvisado para una situación improvisada. Los gobiernos entraron en su peor crisis antes del 2000, y después salió lo que pudo salir.
¿Esta descripción que usa no se puede aplicar a Alejandro Toledo? ¿Lo del 2001 no fue un gobierno improvisado con un líder improvisado?
Yo creo que él tiene elementos de liderazgo que los ejerció muy bien en las elecciones del 2000.
¿Y ahora cómo lo ve?
Lo veo mal. Por todo lo que se ve en los medios. Pero también creo que hay un exceso en las formas. Hay que deslindar el campo privado del público. Veamos, ¿está lavando dinero? Yo no conozco de ningún gobernante que después de siete años de haber gobernado pueda lavar algo.
De acuerdo, no hay evidencia de lavado, pero hay una serie de contradicciones para explicar una compra de inmuebles.
Y pueden haber más contradicciones, cosas que no comparto. Lo que creo es que hay un manejo inadecuado de lo que es la investigación y la fiscalización. Ahora hay jueces que declaran. Domingo García Rada decía: “El juez habla en la sentencia”. Pero ahora no, ahora todos se mandan, eso no se veía en los sesenta, ni fiscales ni jueces.
Pero no es mejor que se exponga todo, que se lancen todas las conjeturas.
Yo no voy a restringir ni proponer que se restrinja eso, pero también creo en los mecanismos de autocontrol.
¿Dirigió la ONG Desco entre el 73 y el 82?
Sí, exactamente.
Estaba leyendo una entrevista que le dio a Alberto Adrianzén para su libro Apogeo y Crisis de la Izquierda, en la que usted dice que lograr consensos en la Asamblea de Desco, donde había militantes de las diferentes fuerzas de izquierda, le hizo pensar que una confluencia entre esas tendencias era posible, ¿diría que una ONG como Desco fue el embrión de lo que se convirtió en Izquierda Unida?
Desco fue escuela en muchas cosas. No solamente en eso, también en sus programas de campo, en sus programas rurales y en pueblos jóvenes. Llegamos a publicar un libro cada mes. Y sí, es cierto que estaban presentes varias partes de la izquierda de los 80, pero había muchos más que no tenían militancia, y eran personas con una capacidad creativa muy consistente. Y sí, nosotros tuvimos mucho que discutir y que confrontar, pero yo no entiendo la democracia sin negociación. Y cuando alguien como Fujimori, que no tiene nada de demócrata, nos dice: “Toda negociación es un pacto bajo la mesa”, yo digo NO. Uno negocia discutiendo. El debate público y periodístico debe ser eso, pero no lo es. A la primera te dicen chavista. Hoy te dicen chavista, como antes te decían senderista o comunista, o aprista, todo para sacarte de la escena.
¿Qué era más fácil de mantener cohesionado? ¿A Desco o a la Izquierda Unida?
Bueno, yo no pude aspirar nunca a tener ese rol, el de mantener la cohesión, ese rol lo tuvo Alfonso Barrantes, y en mi opinión ese rol se acabó en junio de 1987, cuando él renunció a la presidencia de Izquierda Unida, entre muchas contradicciones internas, sí. Todos los actores tenemos nuestra parte de responsabilidad.
¿El fin de Izquierda Unida fue el fin de su amistad con Alfonso Barrantes?
No, yo lo seguí viendo. Pero es muy claro, y además lo dijo varias veces, que él vinculaba una cosa con la otra. Por lo tanto mi relación se enfrió desde fines del 86, cuando antes de salir del municipio me dijo: “Oye, Henry, un amigo me ha dicho que yo soy el dueño de los votos de la izquierda, ¿tú que piensas?”. Yo le contesté: “Tu amigo está muy equivocado, y tú también, el día que desaparezca Izquierda Unida, cualquier tonto –usé otra palabra que no puedo repetir– saca más votos que tú”. Yo fui ese tonto.
Porque usted compitió con él en las presidenciales del 90.
En verdad yo quise ser candidato a la alcaldía (en 1989), pero me malograron esa campaña.
Siempre dice que Barrantes era el líder de la unidad en la izquierda. Más que un mérito, ¿aquello no era una deficiencia? Dependían de un caudillo.
Es que Barrantes fue el único que le dio a la izquierda una talla de masas. Su comunicación con la ciudadanía evidentemente era central, pero también es cierto que la ciudadanía no solo seguía eso, sino mire las cifras electorales. Yo, un desconocido, saqué un porcentaje mayor que él (en las elecciones del 90).
¿A la izquierda actual también le falta un líder que tenga arrastre?
En política, en todas las experiencia democráticas, los líderes principales catalizan todo lo demás. No se puede pensar la política como un aparato sin cabeza, sin líderes. Y no han surgido nuevos líderes, dónde están, por qué no son conocidos.
¿Votó por Fujimori en la segunda vuelta del 90?
Sí. Pero me fui del país.
Es curioso, porque he leído que antes de jurar al cargo Fujimori tuvo tiempo de ofrecerle el Ministerio de Educación.
Sí, yo volví. Alrededor del 17 de julio, me pidió conversar en el Círculo Militar. Me ofreció ser ministro de Educación, y me hubiera gustado porque mi padre tuvo el mismo cargo. Le respondí que me invitaba a un barco, pero que no me decía para dónde iba, que lo que definía el rumbo era Economía y Defensa. Lo que me respondió sobre economía era una generalidad y lo que dijo sobre defensa fue más simplón todavía. Le dije que no.