Archivo por meses: marzo 2021

Maturity

Segundo año de universitario. Mi vida era principalmente la PUCP pero no solo la PUCP. Tenía algunos amigos en la de Lima y al menos una vez al mes nos juntábamos a conversar y a perder el tiempo.

Recuerdo que eran las 7 p.m. de un jueves. Salíamos de jugar play por la rotonda de La Molina y cada uno tomó su camino. Yo paré en una bodega y compré una gaseosa retornable. Estaba en eso, tomando inca kola y pensando en tonterías cuando me tocaron el hombro.

Era J., un compañero del colegio. Compañero, no amigo. Y digo esto porque en realidad nos llevamos mal. Nunca lo pasé en el colegio, me parecía un imbécil y estoy seguro de que era recíproco. De cuando en cuando teníamos roces e incluso alguna vez nos mechamos (yo perdí pero sin roche, que es lo importante). Si estando en 5° de secundaria me lo cruzaba en la calle ni lo hubiera mirado. En fin, cojudeces de niños.

J. me saludó de forma adulta (“Chino qué tal, a los años”). Y yo, sorprendido, atiné a decir hola y todo bien. Tres segundos de incomodidad. Me preguntó si estudiaba en la ISIL —está cerca a la rotonda— pero le dije que no y que en la PUCP. Me dijo algo del estilo “la PUCP? chévere” y me habló de sus estudios. Estaba en la USIL, estudiando administración y pues había un par de cursos jodidos pero por lo demás todo bien.

Le dije que qué bacán y le pregunté por ciertos patas de la promo. Me habló de algunos de ellos y me dijo que muchos caían al cole en la Kermesse. “Cae este año webón, el año pasado fue un cague de risa”. Yo le dije que fácil, que podía ser.

Terminé mi gaseosa y devolví la botella a la bodega. J. me dijo que qué bacán cruzarnos y que no deberíamos perder el contacto. Me pidió mi número y se lo pasé, y en un atisbo de decencia yo también le pedí el suyo (“te timbro”, fue su respuesta). “Cuídate chino”, me dijo, y nos dimos un semi abrazo propio de dos amigos.

Ya en el micro, recuerdo que pensé “puta, ha madurado este webón”.

Y me pregunté si de mí podía decirse lo mismo.

Génesis

Acababa de entrar a quinto de secundaria y empecé a prepararme para postular a San Marcos. Terminaba clases en el colegio y salía rumbo a la academia Aduni. Llegaba, almorzaba y luego me estancaba junto con otros 40 tipos en un aula apretada hasta las 7 de la noche. Así de lunes a viernes y así en teoría iba a ser siempre hasta la fecha del examen de admisión.

Yo en ese entonces tomaba el tema con algo de seriedad. Escoger una carrera específica me daba igual porque pensaba que iba a ser novelista,* pero entrar a la universidad sí me parecía importante, pues era una suerte de continuación de la vida que ilusamente proyectaba. Participar en grupos de estudio de literatura (y de política), escribir artículos de crítica, ganar concursos universitarios. En fin, toda una gama de experiencias que exigían como requisito de entrada ser estudiante universitario.

Y en cuanto a qué universidad, podía ser cualquiera de las públicas. Un año antes, mi papá habló con un tío mío que tenía a dos hijos en la Ricardo Palma. “Es caro”, fue la conclusión de esa conversación. Ni modo, sería San Marcos. Yo, que crecí con amigos de barrio que postulaban a la Agraria, a la UNI o a la misma San Marcos, veía a esta última como una opción perfectamente natural.

Pasaron varios meses así, estudiando sin sobresaltos. Pero un día, mientras estaba en el micro rumbo a mi casa desde la academia, me llamó mi mamá. Recuerdo que estaba escuchando Nid de Diazepunk y que la pausé para contestar. Ella solo quería saber si ya estaba yendo a casa. No le di más vueltas a la llamada y volví a la música.

Llegué a mi casa. Usualmente comía solo, pues para mi llegada ya todos habían cenado. Ese día mi papá estaba sentado en la cocina y mi mamá le preguntaba sobre créditos y referencias. Dejé mis cosas y pasé a la cocina.

En esa reunión mi papá me dió el anuncio más importante hasta ahora en mi vida. Anunció la experiencia que me ha formado como persona, la que me ha dado los mejores años que he vivido, la que me ha abierto todas las puertas que he alcanzado y sin la cual no creo que sería el que soy hoy día.

En esa reunión mi papá dijo, “vamos a hacer un esfuerzo para que estudies en la católica”.

 

*Sobre este tema me remito a un post mío en facebook.
https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=1679585682142465&id=100002731472055

Revlon

A inicios de agosto de 2020, Revlon envió $ 7M a Citibank para que remita ese dinero a sus acreedores. El dinero se imputaría a los intereses por un syndicated term loan de 2016. Citi, sin embargo, cometió un pequeño desliz: no transfirió $ 7M, sino $ 893M. El total de la deuda, que vencía recién en 2023.

La reacción de los acreedores de Revlon fue, naturalmente, de sorpresa. El mundo es un lugar raro, pero es sabido que nadie paga completamente una deuda hoy cuando puede pagarla en 3 años sin que la suma cambie. “Revlon tendrá sus razones”, pensaron.

Al día siguiente, Citi informó del error a los acreedores y pidió amablemente que retornen el dinero. Los resultados fueron mixtos: de los $ 893M, $ 500M no fueron devueltos. Dado que las buenas maneras no funcionaban, Citi recurrió a las malas. El 17 de agosto de 2020 presentó una demanda e incluso obtuvo algunas temporary restraining orders para congelar el dinero transferido.

En Estados Unidos, la regla general es que si recibes dinero por error tienes el deber de devolverlo. Si por ejemplo un banco te transfiere $ 120k y te los gastas, enfrentas hasta responsabilidad penal (ver caso de Robert y Tiffany Williams de 2019). Sin embargo, hay una excepción: la “discharge-for-value defense”. En esencia, si el receptor tiene en efecto un crédito contra el que transfirió el dinero y no tenía conocimiento del error (actual notice) o no podía inferir que hubo error (constructive notice) al momento de la transferencia, puede quedarse con el dinero.

El mes pasado, y en primera instancia, el juez determinó que hubo error humano en la transferencia. Sin embargo, concluyó que los acreedores no podían inferir la existencia de tal error. Al contrario, pensar que hubo un error hubiese sido cosa de locos. Creer que “Citibank, one of the most sophisticated financial institutions in the world, had made a mistake that had never happened before, to the tune of nearly $1 billion — would have been borderline irrational.” Los acreedores ganaron (al menos por ahora).

¿Lo mejor del caso? En la sentencia el juez cita algunas conversaciones de los acreedores de Revlon después de que Citi les dijese que la transferencia fue por error. Básicamente, los acreedores están reventando de risa. Aquí una perla:

“How was work today honey? It was ok, except I accidentally sent $900mm out to people who weren’t supposed to have it”
(https://www.nysd.uscourts.gov/sites/default/files/2021-02/20cv6539%20Citibank%20Opinion.pdf)
(https://www.reuters.com/article/us-citigroup-revlon-lawsuit-idUSKBN2AG1TJ)

Postdata: ¿Cuál sería la respuesta en Perú? Una posición razonable sería considerar de entrada que Citi no pagó a favor de Revlon, sino en nombre de ella. Citi actuó en representación de Revlon, y por tanto se descarta cualquier figura de pago de tercero. Sobre esa base, aplicaría el artículo 180 del Código Civil y entonces los acreedores no estarían obligados a devolver el dinero.
Para Citi, la situación sería difícil. Si no hay pago de tercero, menos hay subrogación, y por lo tanto las garantías que tuvieron los acreedores de Revlon desaparecen. Citi tendría que recurrir al enriquecimiento sin causa.