Archivo por meses: julio 2022

Admonition

 

—Ya me tengo que ir amigo pero déjame darte un último consejo.
—Siempre, amigo.
—No te regreses. No te regreses jamás de Nueva York wey. Quédate allá todo el tiempo para evitar la nostalgia.
—¿Va a golpearme fuerte?
—Va a ser terrible, te lo aseguro. Te habla la voz de la experiencia.
—Qué hago entonces amigo. Yo no quiero irme pero no encontré nada aquí. Fallé.
—Quédate a cualquier costo. Consigue un trabajo de lo que sea. De librero, de barista, yo qué sé wey.
—Voy a tratar amigo, pero lo más probable es que vuelva.
—Nada te va a parecer igual, wey. Las cosas vas a percibirlas como pequeñas, ordinarias, pobres. Bueno, tengo que entrar a una reunión, pero por favor escúchame, haz lo que te digo.
—Claro amigo.
—¿Vas a seguir mi consejo?
—Voy a intentar seguirlo hasta el cansancio.
—Quédate. No importa cómo.

Reality Check

A T., por tanta sinceridad

Siempre me pasa lo mismo en los aeropuertos, llego con demasiada anticipación y termino en la puerta de embarque al menos tres horas antes del vuelo. Hay que ser precavidos, decía mi papá, y claramente se lo heredé. Pero bueno, aquí estamos, en el JFK, con tiempo que matar y con varias ideas por procesar.

Salí de Santiago en Julio de 2021. Las metas las tenía claras: hacer la maestría y conseguir un trabajo en Estados Unidos, uno que me permitiese dejar Chile de una vez y para siempre, uno que me permitiese tener la vida que quiero. Santiago podrá ser lo mejor de Latinoamérica pero no se compara a ciudades como Nueva York o Chicago o Washington D.C (en verdad no entiendo cómo le decimos Sanhattan al centro financiero, es una burla al lado de Times Square). Es en Estados Unidos —o, en cualquier caso, Europa— en que uno puede encontrar servicios públicos decentes, oferta cultural variada, cortesía social. En pocas palabras, vivir de manera civilizada.

Las cosas, lamentablemente, no salieron como pensaba. Encontrar trabajo estuvo difícil, había mucha competencia y el mercado no estaba en su mejor momento. Solo conseguir entrevistas era una odisea, había que dedicarse a fondo y hacer el máximo esfuerzo posible, y todo ello no garantizaba nada.

Nada de ello es excusa. Detesto las excusas. La realidad es que para conseguir quedarse había que ser de los mejores, y la realidad, ya entiendo, es que yo no lo soy. Ahora tengo que volver y aceptar que fallé en lo único importante. Confrontarme a mí mismo y reconocer que no soy lo suficientemente bueno para esto, que si aposté todo a este camino, pues la apuesta la he perdido.

Soy un fracaso. Me duele pero tengo que aceptarlo. Soy un fracaso. No es difícil darse cuenta de ello. Se ve en el hecho de que estoy ahora aquí, en este aeropuerto, con un ticket de ida hacia Santiago pero sin ticket alguno de vuelta. Se ve en el hecho de que quemé todos mis ahorros y quedé muy endeudado para poder pagarme este programa. Se ve en el simple hecho de que no conseguí lo que quería.

No quiero ser malinterpretado ni tampoco ser mezquino con nadie. Hay personas que consideran que titularse como abogado es un logro y yo respeto ello. Si un amigo viene y con una sonrisa inmensa me dice me gradué entonces le diría felicitaciones y le daría un abrazo y estaría sinceramente feliz por él. Cada persona define qué considera un logro. Para mí nada de lo que he hecho califica como ello. Ser abogado, trabajar en una buena firma, ser profesor, publicar libros, ingresar a una Ivy League son solo elementos, requisitos, factores en mayor o menor medida necesarios para llegar a un objetivo. Nada de eso, en sí mismo, sirve. Nada de eso, en sí mismo, es razón para estar satisfecho o contento u orgulloso.

Y ahora, en verdad, no sé qué viene. ¿Qué se hace cuando ya no queda nada? En teoría uno debe seguir, pero yo ya me cansé. La vida, todos sabemos, nunca se detiene. Uno define qué hace en la corriente; y yo siempre he remado, con todas mis fuerzas, hasta el límite, hasta no poder más. Cada derrota, cada retroceso, cada pérdida recibían de mí una sola respuesta: seguir empujando, seguir intentando. Pero ahora ya me cansé de remar.

 

Comedown

Recuerdo que era un buen día, un sábado de esos que te ofrecen posibilidades infinitas, estábamos caminando cuando recordé algo y te dije creo que ya te conté esto y procedí a soltar una anécdota sin significancia alguna. Tú esperaste a que acabase y me dijiste que eso no te lo había contado. Bueno, a alguien se la he tenido que contar, te respondí, con buen ánimo, pues ni se me pasaba por la cabeza lo que iba a venir. Entonces dijiste me da curiosidad saber a quién. Yo te respondí que fácil a alguien del trabajo, o a alguno de mis amigos que vi el fin de semana. En ese punto, sin mirarme, repetiste amigos con énfasis en la última sílaba.

Y entonces discutimos, o bueno, te soy sincero, discutiste. Porque en ese tiempo yo estaba en un ambiente de trabajo muy jodido y no tenía ni el ánimo ni la fuerza para replicar. Yo lo único que quería era salir y pasear y conversar y reír y dejarte en tu casa dándote las gracias por estar aquí, por acompañarme, por escucharme. Pero nos gastamos horas en saber con quiénes hablaba. Horas. En ese momento entendí que esto era algo que llevabas pensando ya tiempo, e hice un esfuerzo y sentí que era algo que realmente te afectada. Yo iba en eso, tratando de ponerme en tu lugar, de decirte que, aunque discrepo, te entiendo pero tu tono empezó a cambiar, y con cierta voz imperativa que yo en ti desconocía planteaste cuál tenía que ser la solución, tu solución. Ahí comenzó el desánimo, ¿sabes? Porque sentí que no valía la pena, que lo mejor era decirte sí tienes razón, dejarlo ahí y procurar no dar margen para el mismo reclamo de nuevo. Y a partir de ese momento siempre reflexionaba dos veces lo que te iba a compartir, a partir de ese momento tuve que dejar de ser espontáneo, tuve que empezar a andar con cuidado, y entonces pensar en que te iba a ver dejó de generarme una sonrisa.