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Acerca de 70024260

Profesor en la PUCP y en la UP.

Lucy

Seis años juntos, Lucy. Nuestras vidas cambiaron el día en que mi hermana te rescató. ¿Recuerdas eso? Casi te atropella un carro y tuviste la suerte —o mejor dicho, nosotros tuvimos la bendición— de que mi hermana estuviese cerca. Te llevó a un veterinario y después de tratar tus heridas y tus pulgas te trajo a casa. El plan al inicio era darte en adopción. Ya teníamos mascotas y pues lo idóneo era encontrarte un lugar solo para ti. A las dos semanas ese plan quedó cancelado: te hiciste querer muy rápido. Siempre maullando, siempre buscando atención (eso no me parece un defecto en tu caso, cutie). La habladora te pusimos. Mi hermana llegaba a casa y tú maullabas y mi papá decía la gata quiere conversar. Y entonces nos poníamos a hablar contigo, ¿recuerdas? Tú, mi hermana y yo, charlando, escuchando tus reclamos, tus comentarios. ¿Cómo dejarte ir después de eso? Ya eras una más de la familia.

Tus hábitos se insertaron en nuestro hogar y pasaron a integrar nuestro status quo. Despertar muy temprano (incluso antes que Colaratón), jugar después de comer, tomar tus siestas en el balcón (salvo en invierno), subirte a las repisas, hablar, hablar mucho. Tus preferencias en cuanto a comida, tus juguetes preferidos, tu odio por la ropa de gato. Todo eso ya era parte de nosotros, incluyendo todo el amor que te dábamos y todo el que tú nos dabas.

Porque eso es lo principal, Lucy. Las mascotas le dan alegría y color a la vida. Tú lograste eso con creces. Buscarte para hablar contigo, para encontrarte en algún closet o curioseando en la cocina. Verte jugar con Colaratón, o intentar hacer tuyas las cajas del almacén. Estar juntos, compartir momentos, ver la televisión mientras intentas dormir, o trabajar desde el balcón mientras tú intentas que deje la laptop. La vida puede ser dura algunos días pero no sabes cuánto me cambiaba el hecho de llegar a casa y verte sentada en una silla del comedor, acercarme y que empieces a maullar, a buscar atención. Ahí yo recobraba el buen ánimo, y reconfirmaba que la felicidad es apreciar las cosas buenas que nos rodean. Las cosas, las personas, las mascotas.

Si fueses persona estoy seguro de que serías traficante de terrenos (mi mamá decía que en ese caso pues alguien tendría que defenderte de tus problemas legales, y naturalmente el único llamado a esa tarea sería yo). Te gusta invadir todo, apropiarte de cualquier cosa, no solo las que no pertenecen a nadie, sino también las que claramente pertenecen a otro. No importa, Lucy, eso es algo manejable. Además, nadie es perfecto, ¿sabes? Todos tenemos defectos; pero el amor no se define en función a cuán “bueno” eres, yo te querría así tuvieses el carácter de mi hermana durante la pubertad (tú y yo conocemos bien el carácter de Patty).

Lamentablemente la lotería natural se ensañó un poco contigo, mi tricolor. El aparato urinario, los riñones, la piel, y ahora los pulmones. La gatita enfermiza, la gatita con genes de dudosa calidad. Bromear me parece importante, Lucy, es una manera de normalizar las situaciones difíciles, de evitar que estas parezcan más graves de lo que son. Varios problemas, pero todos superados o controlados. Mi cuellito blanco, qué es para ti una enfermedad sino solo un trámite molestoso.

Pero seamos honestos, sigues detestando las veterinarias, eso no ha cambiado pese a que has ido muchas veces. Quizá no lo entiendes, pero te aseguro que es por tu bien, los doctores solo buscan que mejores, que puedas seguir feliz. Y si estamos aquí hoy es porque lo necesitas; y si ahora te ponen oxígeno es porque no estás respirando bien; y si ahora van a hacerte punciones es porque hay mucho líquido en tus pulmones. Yo estoy contigo Lucy, todo va a estar bien, pase lo que pase todo va a estar bien.

Seis años juntos, Lucy. No me parece suficiente, no me parece justo que ya te tengas que ir. ¿Hay algo que pueda hacer para que te quedes? Despierta Lucy, despierta por favor. Despierta y volvamos a jugar, volvamos a molestar juntos a Colaratón, volvamos a correr escaleras arriba a ver quién es más rápido. Lucy por favor no te vayas, no sabes cuán importante eres para mi vida, para mi estabilidad. Despierta Lucy, aquí tengo churu de atún, tú y yo sabemos que nunca le has podido decir no. Te daré el sachet entero; no, mejor dos sachets, ¿trato? O bueno todos los sachets que puedas. Lucy quédate que todavía no he terminado tu último retrato y Patty todavía no elige en qué brazo tatuarse tu rostro. Lucy si te levantas prometo que serás libre de ir a la azotea todo el tiempo que quieras. Lucy no me dejes todavía, te lo ruego no te vayas todavía. Lucy gracias por todo, gracias por estar siempre para mí, gracias por darme tanto sin esperar nada a cambio. ¿Y si te dejamos morder las orquídeas? ¿Te quedarías? Lucy…

Fate

A deja pasar el tren que acaba de llegar. Saca su celular, chequea sus mensajes y reconfirma que estaría yendo muy temprano si inicia ya con la ruta. Llega el siguiente tren, A lo observa desacelerar y nota cómo las siluetas borrosas se convierten en rostros definidos. Entonces divisa, dentro, a D. A vacila entre entrar al vagón o no. D no lo ha visto. A entra.

D siente un toque y alza la mirada, A está parado a su lado. Se saludan afectuosamente, D dice que le encanta esta casualidad. A sonríe. D alcanza a ver que la estación que dejan es la de Columbus Circle y le pregunta qué hacía por ahí. A responde que acaba de salir de ver una película en Lincoln Film Center. D bromea sobre la agenda ocupada de A y empiezan a reírse. D se levanta de su asiento para poder conversar mejor con A.

Bajan en Houston St. Avisan por WA a los demás que ya están ahí. Desde una tienda de discos, B manda un audio cantando All Out of Love. Risas en el grupo. C le escribe a B y le pregunta si se equivocó y quería en verdad mandarlo al chat entre ellos dos. B responde con una foto de un vinilo de AirSupply, un sticker y un see you soon. C empieza a alistarse.

C llega al café acordado. Los demás salen a su encuentro. A la saluda preguntándole si le gusta el té matcha. D dice que están pensando en ir a un lugar especializado en eso pero naturalmente se requiere unanimidad. C responde que le encanta. A dice que es una suerte, porque no sabían si le gustaba. C mira a B, quien le sonríe.

Caminan y conversan sobre la primavera, sobre la basura, sobre Brooklyn. B dice que va a empezar con el tour y los demás lo miran divertidos. El sol sigue a pleno pese a que falta poco para el ocaso. A saca su celular para tomar fotos y se pone a actuar como turista. C le dice a B que en Español e Inglés, por favor. La caminata llega a verse interrumpida varias veces debido a las risas.

B ya terminó con su puesta en escena pero A sigue con el celular en mano y toma foto a todo edificio o tienda peculiar. En eso, observa un cartel con dos manos y una bola de cristal. A se detiene, el resto también y observan el cartel. El cartel indica hacia unas escaleras que llevan a un semisótano. B propone entrar. C señala que la reserva para la cena es todavía a las 18:30. D, divertida, dice que ok pero que ella va última. A quiere retractarse pero siente que ya es demasiado tarde. Ingresan.

La vidente los recibe con una amabilidad impropia en una ciudad tan hostil. Explica de qué trata la lectura de manos y hace mención a otros ritos. B mira a los demás, señala la palma de su mano y sin esperar respuesta le dice a la vidente que ok, que le lea la mano. La vidente lleva a B hacia otra habitación. C y D empiezan a conversar y A se pone a ver la decoración. Diez minutos después, la vidente vuelve y pide que pase el siguiente. C pregunta por B, la vidente le responde que hay otra salida. C y D se quedan calladas y ante ello A les dice que él puede ir ahora. C y D asienten, y luego sueltan risitas. A mira a D y luego se va junto con la vidente. C y D retoman su conversación.

A sale y encuentra a B mirando al cielo. B le pregunta qué tal estuvo. A recuerda las palabras finales de la vidente pero sonriendo le dice que ya sabe cuánto dinero tendrá en el futuro. B asiente, ido. A no le pregunta a B cómo le fue y saca su celular. B vuelve a mirar el cielo.

C sale bastante después. A le pregunta en tono amable por la demora y C miente diciendo que la vidente tuvo que contestar una llamada. B mira a C. A retoma el tema de la gentrificación dejado por B. C no le devuelve la mirada a B. D aparece y dice que le pareció bastante divertido todo. D cuenta qué le dijo la vidente; los otros asienten y hacen muy pocos comentarios. D supone que ya hablaron hasta el cansancio mientras ella estaba adentro. B dice que eso tomó más tiempo de lo previsto así que sería mejor ir ya al restaurant de la reserva. El resto está de acuerdo, se ponen en marcha. B se acerca a C, le pregunta cómo está, platican. C le habla largamente y con mucho detalle sobre una reunión a la que fue la semana pasada. B siente que C no está dejando resquicio para abordar tema distinto.

Llegan al restaurant, a la mesa, se sientan. D señala que esta vez le toca a A elegir la botella de vino. A se pone a chequear la carta, elige uno, el mozo le responde que lamentablemente ese está agotado. C dice que le gustaría un Martini. B la mira. A le dice que adelante y D señala que ella entonces pedirá un Cosmo y empieza a bromear con A para que ordene un Manhattan, A acepta bajo la promesa de que D lo ayudará a terminarlo. El mozo pasa a preguntarle a B, quien responde que también un Martini.

Se ponen a mirar la carta de platos. Cruzan opiniones, B como siempre hace su crítica a la decoración y al servicio. A y D escuchan sonriendo y sueltan algunos comentarios. C revisa su celular. B termina de hablar. A comenta sobre cualquier cosa a C, quien le da respuestas cortas. En cierto punto, C vuelve a sacar su celular. Silencio. Aparece el mozo y toma la orden. Silencio de nuevo.

Llegan las copas. B dice salud y empieza a levantar el brazo pero la copa baila un poco. Un segundo después, la copa cae a la mesa. La copa da contra el mantel blanco y emite un sonido corto y seco. El líquido humedece el mantel y las olivas, unidas, ruedan hacia el borde. B pide disculpas y levanta la copa, A y D responden que todo bien. C mira la copa vacía de B y se mantiene callada. D dice que no pasó nada, que la copa no está rota. A piensa que es como si no hubiera pasado nada. B le pregunta a C si todo está bien. C le responde que sí, que tiene hambre y que ojalá ya lleguen los platos. B le hace una broma sobre su pasión por la comida, C hace un gesto de sonrisa y responde de manera cortés. C le cuenta todo lo que ha leído sobre el restaurant, B escucha y empieza a impacientarse pero no interrumpe. C termina de hablar, B le vuelve a preguntar si todo está bien. C le responde que por qué no estarían bien y antes de que B pueda responder hace una pregunta hacia A y D. B se queda mirándola. El mozo aparece y le pregunta a B si desea otro Martini. B pide un Negroni.

Los platos llegan. Se ponen a comer y es D quien mantiene un hilo de conversación. Suelta chismes, toca anécdotas, relata cosas graciosas. Pocos comentarios del resto. D mira a A, A entiende y toma un rol activo en la plática. D empieza a lanzar preguntas a B, le pide que cuente qué tal ha estado su semana. C dice que sí, que quieren saber, y sonríe de manera mecánica. B cuenta con cierto detalle dónde estuvo, con quiénes y qué hizo los días previos. A piensa que B pareciera estar rindiendo cuentas, pero opta por no hacer broma alguna. B siente que C sí está prestando atención. La cena termina de esa manera.

Salen del restaurant. La noche en esa parte de 6th Avenue es ajetreada, movida, llena de luces artificiales. D no se atreve a preguntar qué harán ahora (el plan de siempre es cenar y después ir a un bar). D le da un toque con el brazo a A y este saca su celular para escribirle algo. D observa cómo A tipea unas palabras en su chat, las borra, vuelve a tipear y vuelve a borrar. Al final A no manda mensaje alguno. D guarda su celular. C alega que lamentablemente esta vez tiene que irse a dormir temprano porque mañana tiene un brunch. El resto asiente. Están a unos pasos de Christopher Park y su estación, la ruta se cubre en dos minutos y sin cruzar palabra. La misma línea del tren lleva a los cuatro pero C les dice que la cena estuvo muy buena y se despide del resto. C está bajando un par de escalones cuando B aparece a su lado. B le pregunta a C si pueden hablar. C dice que eso no va a cambiar nada. B para, C sigue bajando los escalones.

A y D ven a B regresar. No se atreven a preguntar nada. B les comenta que el clima está perfecto para movilizarse en bicicleta. Saca su celular y busca la estación de citibikes más cercana, encuentra una y, despidiéndose, los abraza. A y D bajan a la estación después de unos minutos. C no está en la plataforma. Toman el tren. El vagón está desierto. A le habla a D sobre García Lorca y los poemas que está leyendo. D lee alguno de los poemas que ha estado escribiendo esos días. No hablan de otro tema durante todo el trayecto. Son conscientes de eso.

Están llegando a 109th St., la estación de A. El tren baja la velocidad y A se levanta. Se miran. A le dice que es una lástima y D quiere decir que no entiende pero se da cuenta de que sí entiende.

Cloak

Fue en el velorio de mi tío. Yo tenía 12 años pero sabía que la relación entre mi padre y su hermano había sido complicada hacia el final. Se juntaron varias cosas: las peleas por el manejo de la empresa, el diagnóstico de la enfermedad de mi tío, la muerte de mi abuelo y la repartición de responsabilidades. Claro, igual mi papá no iba a dejar de ir.

Recuerdo que estábamos sentados. Yo ya había ido a funerales antes así que sabía cómo comportarme, me distraía observando a la gente, a las coronas. En eso viene a paso rápido una de mis primas, la mayor, quien en ese entonces tendría 27-28 años. Viene y le pregunta a mi papá por qué no lo ayudaste, dónde estuviste, qué hiciste en estos meses. Él levanta la cabeza y la mira. Ella alza la voz. Acaso has preguntado alguna vez si le faltaba algo, si se podía hacer algo. Él deja de mirarla, se mantiene en silencio. Y es ahí que empieza la escena. Ella le reclama, le pide que conteste, que no se quede callado. Mi papá sigue sentado, impávido, mirando a la nada. Mi prima se pone roja, su voz se hace más aguda. Ya no se entiende bien lo que dice, pero sigue. Le dice que se pare, le dice que la mire, e intenta levantarlo de su asiento. Mi papá cruza los brazos, cruza los brazos y dobla un poco la cabeza, en un gesto que para mí significaba a qué hora alguien le pone fin a esto. Mis otros primos vienen y agarran a mi prima, quien le alcanza a dar una cachetada. Recuerdo sus palabras finales. Por ti que reviente no, total los jodidos somos nosotros. Mis otros primos se llevan a mi prima, pero no piden disculpas.

Mi papá va al féretro, y creo que le murmura algo. Noto que todos lo están viendo. Vuelve y me dice que todo está bien. Sigue calmado, su rostro no refleja nada. Pero yo sé que estaba llorando. Quizá no con lágrimas, ni con el gesto contraído, pero estaba llorando.

Love

La semana previa al viaje Miguel rejuvenece como 20 años. Qué le llevamos a nuestra hija, dice, y le da vueltas al tema y a los centros comerciales pese a que sabe de memoria qué cosas le gustan a Mariana (quinua, chocolates la Ibérica, bufandas de alpaca). Se pone a hacer ejercicio todos los días, no vaya a ser que ella le diga para correr juntos o ir de hiking. Empieza a tomar fotos de la casa, de su trabajo, de las mascotas (posen para Mariana, dice, e incluso las acaricia, él que no es pegado a los animales).

Lo entiendo, eso sí. Las cosas cambiaron mucho con la partida de Mariana a Estados Unidos. Miguel quedó descolocado, ellos eran muy unidos. Es lógico que esta nueva realidad haya representado un choque para él. No se trata de que la casa pasó a estar vacía, pues Mariana ya había dejado de vivir con nosotros, sino más bien a la cercanía de la presencia. Simplemente ya no está, esa es la verdad.

Pero nuestras visitas son las que devuelven en algo las cosas a como eran antes. La cuenta atrás para viajar es a la vez una línea en curva ascendente del ánimo de Miguel. Su humor incrementa a medida que nos acercamos a la fecha de salida. Sé que el trabajo se le pone más pesado porque debe dejar todo en orden y coordinado, pero pareciera que se vuelve inmune al estrés. Llega en la noche —a veces muy de noche— y si estoy despierta me pregunta si creo que a Mariana le gustaría que vayamos al Niagara o que nos demos una escapada a Canadá o qué sé yo.

Nuestras visitas suelen ser todo lo que los padres podríamos pedir. Me alegra mucho que Mariana nos reciba con emoción y cariño, y no por compromiso o rutina. Usualmente ella mantiene su horario de trabajo pero verla en las mañanas antes de irse, en las noches cuando vuelve y todo el fin de semana es muchísimo tiempo de calidad, tiempo sincero. Su esposo, Josh, es un ángel, siempre nos pregunta cuándo vuelven y se nota que lo dice en serio. Todo esto nos hace sentir cómodos, tranquilos.

Durante esos días Miguel vuelve a ser el Miguel de cuando Mariana tenía 9 años. Una sonrisa de oreja a oreja al ver a su hija. A veces siento que hasta le brillan los ojos, un viejo de 63 años al que le brillan los ojos. Y no para de decir hijita avísame si necesitas esto, si te falta lo otro, que si desea cambiar algo, que si hay alguna tarea pendiente. Mariana le responda papi tú has venido aquí a que yo te engría y le sonríe. Entonces Miguel le dice te quiero princesita y ella le responde yo más y siento que si ahí él no la abraza y la carga es porque su edad ya no le permite hacerlo.

Sé que hablan, sé que encuentran momentos para ellos dos. Esto del hiking el año pasado por ejemplo, yo estaba cansada y además sentía que Mariana quería compartir un rato con su papá. Miguel no me dijo mucho sobre esa conversación, pero sé que trató sobre si todo estaba bien para Mariana y las cosas que proyecta a futuro. Esto también es terriblemente importante para Miguel, saber que Mariana está tranquila, que está feliz.

El retorno a Lima es duro para él. Sin embargo, intenta buscar la forma de atesorar y extender los remanentes de la felicidad. Se pone a ver las fotos y busca la mejor para enmarcarla. Yo no sabía de esto hasta que hace un tiempo fui a su oficina, seis fotos enmarcadas, cada una de diferente viaje. Queremos conocer a la hija del señor, me dijo la secretaria, nos ha hablado de ella.

El estar otra vez en Lima significa también buscar de inmediato boletos para la próxima visita. Mira hijita, para dentro de dos meses hay unos boletos económicos, ¿te parecen bien esas fechas? No quiero molestarte. El boleto barato es puro cuento: la idea es tener una fecha ya agendada. Miguel no puede seguir su vida, su rutina, sin saber cuándo volverá a ver a Mariana; tener una fecha ya definida es algo a lo que aferrarse, le da un sentido al futuro.

Y verlo, verlo en el día a día, en nuestros hábitos, en nuestra rutina me hace entender que esta situación no es sostenible a largo plazo. Miguel no se va a acostumbrar nunca a la idea de ver Mariana por temporadas. Porque necesita poder decirle cada fin de semana a dónde vamos a comer hijita, porque no puede aceptar un mundo en el que verla y abrazarla sea algo para lo que tenga que esperar meses.

Él lo tiene claro. Por eso ya hace un tiempo me habla de retirarnos y mudarnos a Pennsylvania, de pasar nuestros últimos años en Estados Unidos. Si todo va bien, me dijo, en unos 4-5 años podría tener todo listo y comprar un departamento bonito en Filadelfia. En broma le pregunté qué pasa si todo va mal. Me respondió que pues solo habrá para el pasaje y ya veremos cómo nos mantenemos. No creo que su respuesta haya sido tan de broma. Sé que Mariana conoce de estos planes, y que también nos querría tener cerca. Miguel no necesitó más para estar seguro de que este país ya no es para él y que su futuro se encuentra allá, lejos de su tierra pero cerca de lo que más ama en esta vida.

Recuerdo la primera vez que fuimos a visitar a Mariana. Tuvimos que esperar varios meses porque ella quería asimilar esa primera etapa por su cuenta, y Miguel ya no podía más con su alma. Salimos del avión y recogimos las maletas, Miguel caminaba y miraba hacia todos lados, buscando a Mariana. En cierto punto me dijo ahí está, ahí está, y aceleró el paso hasta llegar a ella que ya lo esperaba con los brazos abiertos. Miguel la abrazó y solo repetía hijita, hijita. Y en su rostro de ojos cerrados y alegría temblorosa se veía cómo intentaba y fracasaba en aguantar las lágrimas.

Embrace

A Bruno. Gracias por la confianza
y felicidades por el heredero

Voy a ser papá en tres meses.

Durante mucho tiempo el tema de tener un hijo ni pasaba por mi cabeza, estaba enfocado en mis padres, en mi trabajo, en mis proyectos. Después incluso hubo una época (pre-Fátima) en que consideraba preferible no tener hijos. Que solo sin ellos uno puede realizar todos sus sueños. Que un hijo es tu dueño y que somete tu mundo entero. Hoy ya no pienso lo mismo. Supongo que las ideas cambian, que el amor te cambia.

Fátima siempre tuvo las cosas claras. Tan pronto fue evidente que lo nuestro iba en serio, que hacia el futuro nos veíamos juntos, puso las cartas sobre la mesa. Un hijo. Quizá dos. Entonces le dije que no estaba cerrado a la idea, que podíamos evaluarlo. Ella, con esa lucidez que tiene para no dejar nada entre sombras o a medio decir, me respondió que entonces lo mejor sería seguir conversando para ver si podía “abrazar” la idea de tener un hijo, de ser una familia.

En los siguientes meses, de manera constante pero paciente, Fátima fue abordando mis dudas sobre tener un hijo. Miedo siempre hay, dijo, no vamos a poder borrarlo totalmente, yo también tengo miedo. Pero progresivamente me hizo ver que mis dudas sobre nuestra estabilidad como pareja, nuestra solvencia económica, nuestra disponibilidad de tiempo y similares eran infundadas. Y entonces hubo un día en que sentí que pese a todo quería dar este paso.

Pero la mente no se rinde, siempre encuentra un nuevo problema. Quiero una familia. Sin embargo, ahora que eso está claro, aparece como sustancia corrosiva la pregunta de si seré un buen padre. Porque sí, claro, una persona puede desear serlo sin estar realmente lista para eso. No cualquiera puede ser padre.

¿Seré un buen padre? Sí, claro que amaré a mi hija, pero amar a alguien no garantiza que no vayas a hacerle daño. Al contrario, en esa cercanía, en ese espacio de vulnerabilidad es que las palabras, los gestos, las acciones pueden dejar las huellas más profundas.

Me preocupa mucho que mi hija vaya a terminar arrastrando mis traumas y taras. Recuerdo que un día conversábamos con Fátima sobre la futura etapa escolar de nuestra hija y en cierto punto dije que la excelencia es lo único aceptable. Fátima me miró preocupada por una fracción de segundo, pero cambio el gesto rápido y riéndose me pidió que le prometa que no diría eso frente a nuestra hija. Le dije que claro, que prometido. Pero, sinceramente, no sé si eso vaya a cambiar las cosas. Porque hay mensajes que se comunican bien incluso sin palabras. Porque mi papá nunca usó la palabra excelencia cuando yo era niño, pero no olvido el tono del “qué bien, hijo” y la sonrisa a medias que ponía cuando le contaba feliz que había hecho algo que me parecía bueno (pero solo eso, bueno). Porque siempre sentí que toda cosa que hiciera podía mejorarse, debía mejorarse, debía exceder las expectativas, y que el esfuerzo de nada sirve si es que no deriva en un resultado, que en las competencias desde el segundo hasta el último puesto valen lo mismo, porque el único que importa es el que queda primero.

La exigencia desproporcionada, la dificultad para comunicar emociones, la pasivo-agresividad en la forma de manifestar desacuerdo u oposición. Estas son algunas de las cosas que yo arrastro, las que me vienen a la mente de inmediato cuando pienso en defectos, en falencias. Pero no son las únicas, quizá ni siquiera las peores. Pienso por ejemplo en la manía que tengo de cuidar mi peso, de controlar el azúcar. La sociedad impone estándares ridículos a las mujeres y me aterra pensar que yo en vez de proteger a mi hija frente a eso terminaré siendo la principal fuente de ansiedad y problemas por peso e imagen.

Pero también creo que las cosas podrían ser distintas. Que quizá mi hija pueda ser la oportunidad de cambiar todo esto. De ponerle un límite a ser tan irrazonable, tan estricto, tan poco abierto. Quiero creer en eso. Aunque no de un día para otro, confío en poder decirle esas cosas que no tuve la suerte de escuchar. Decirle descuida princesa, lo importante es que sientas que estás mejorando, no se trata de las notas o del puesto, se trata de que cada día avances un poco. Decirle mi aurora boreal infinita, tu valor no depende de lo que haces, eres valiosa por lo que eres, no por lo que logras. Decirle mi primavera, qué tal si escribimos en esta hoja qué sentimos y conversamos sobre lo que llevamos adentro, no está mal sentirse triste o frustrada o molesta, vamos a exteriorizar nuestras emociones, dejarlas salir de manera saludable. Decirle (muy de vez en cuando, eso sí) hoy se celebra, ¿la razón? Ninguna, vamos a comer mucho helado y postres y te aseguro que todo seguirá igual mañana, que nada va a cambiar.

Sí, no puedo asegurar que lo lograré pero haré el intento. Mis defectos no impiden que dé mi mejor esfuerzo. Hasta donde alcance y mientras pueda intentaré ser un padre modelo. Si las cosas van bien en algún momento ella me dirá “gracias por tanto que me diste, papá”, y entonces sentiré que todo valió la pena, y que el mundo entero puede irse a la mierda mientras todo esté bien con mi hija.

 

Papatzul

Todo estaba padre, ¿sabes? Nos reunimos en la casa de Luciana (sin Mario que tenía una reunión o algo así), ella preparó la comida, cenamos, todo estaba delicioso, equis. Luego de eso tomamos tequila; Jorge Alberto tomó bastante pero nada fuera de sus estándares, estaba igual bien, definitivamente consciente. Tomamos el metro rumbo a Soho, rumbo a Papatzul. Llegamos, nos pusimos a bailar, equis. Jorge Alberto dijo que iba a pedir más tequila y se fue, luego volvió, y a la tercera de esas idas y venidas sí me comencé a preocupar un poco; cómo toma este wey, pensé, y bromeando le iba a decir que yo tendría que cuidarlo a él cuando durante la cena él me dijo que me cuidaría a mí, pero me distraje y no le llegué a decir nada.

Las cosas se pusieron raras cuando en un punto alguien se pone a hablar con Luciana, le pregunta algo y entonces Jorge Alberto se me acerca y me dice que todo el LL.M. está preguntado por ellos, que qué son ellos dos; y creo que dije ‘pues amigos ¿no?’ pero Jorge Alberto me respondió algo de estilo todo el mundo pregunta qué somos. Yo le dije que qué importa lo que la gente piense, que son puros chismes, y ahí me hizo un gesto para ir a comprar más trago. Lo seguí y vi de reojo que Luciana lo estaba mirando, mirando raro ¿sabes?, pero nuevamente con solo eso no podía deducir nada.

Entonces volvimos con ella. Nos pusimos a bailar y en eso ellos dos cruzan algunas palabras, yo me comencé a sentir sola, un poco como excluida, así que me puse a bailar con un colombiano, ¿cómo se llama este wey? Bueno, equis. Y mientras estoy en eso veo que ellos dos dejan de bailar y se van al fondo del antro. Se sientan, se ponen a conversar, y siento que está raro porque un rato después se les acercó alguien pero casi instantáneamente se dio media vuelta y los dejó solos. Los miré, ninguno sonreía.

Quince, quizá veinte minutos, ese tiempo estuvieron en esas. Y luego Luciana se paró y se fue. Así, sin más, se paró, se acercó a mí para decirme que ella ya se iba, le quería decir que me espere un rato para irnos juntas pero claramente estaba ofuscada, así que no dije nada y se fue. Entonces voy hacia donde está Jorge Alberto pero él me dice que lo espere que va a comprar más trago. Y ahí es que lo perdí de vista, él no volvía y un rato después me puse a buscarlo por el local, pero nada. Pensé que se había ido y volví a bailar. Poco después de eso alguien se me acercó y me dijo que Jorge Alberto estaba afuera, llorando.

***

No pude ir a casa de Luciana por un compromiso con peruanos que había asumido desde meses atrás, así que los vería a ellos (y a todos) en Papatzul. Quizá si hubiese estado desde un inicio las cosas hubieran cambiado, Clara dice que Jorge Alberto hubiera tomado menos tequila (una botella entre cuatro te golpea menos que una botella entre tres). Pero en fin, llego a Papatzul y veo afuera a Jorge Alberto sentado y a Clara a su lado. Voy hacia ellos y caigo en cuenta de que algo no anda bien; Jorge Alberto está llorando, cubriéndose los ojos. Saludo a ambos y Clara me hace un gesto de que no entiende qué está pasando. Me acerco a Jorge Alberto y le digo qué paso mi amigo y él responde que todo bien, todo bien, mientras se limpia las lágrimas. Qué difícil es cuando alguien te dice que está bien mientras evidencia que está muy mal. Pero bueno, entonces le pregunto a Clara dónde está Luciana —te digo que yo no sabía nada hasta ese momento— y Clara me dice que ya se fue. Raro, pienso, ¿cuándo Luciana se va temprano de una fiesta? Pero eso pasa a un segundo plano si al lado tienes a un tipo, no, más que eso, a un amigo, llorando.

Mientras estamos en eso se arma una situación extraña. Algunos de los que salen a fumar un cigarro se acercan a Jorge Alberto para decirle que tranquilo, que todo va a estar bien. Esto sucede varias veces, una o dos personas vienen, le dicen eso, le dan ánimos, se quedan un rato y luego se van. Yo tengo ganas de preguntar qué pasó pero si Clara está en la luna entonces en teoría no tiene sentido preguntarle a alguien más. No es por nada pero después de Luciana —aunque ya no sé si eso se mantiene— Clara y yo somos los mejores amigos de Jorge Alberto.

Entonces Jorge Alberto dice que quiere volver a ingresar. Ahí me doy cuenta de lo borracho que está; miro a Clara y ambos entendemos que este tipo tiene que irse a dormir. Jorge Alberto se para, yo le digo que lo mejor sería ir a descansar. Nembre, me dice, si tú acabas de llegar. Clara le dice que ella ya está cansada y que podrían irse juntos. Empieza toda una discusión que se hubiese prolongado por un buen rato pero le llega la bajada de nuevo. Es solo cuando empieza otra vez a lagrimear que Jorge Alberto acepta irse a dormir. Apenas empezamos a caminar él para, me mira y dice que yo debo quedarme, que ni siquiera he entrado a Papatzul. No quiero quedarme, pero conozco a este huevón, no va a dar su brazo a torcer. Clara me hace un gesto de que todo ya parece bajo control y entonces digo que ok, que yo me quedo. Me despido de ellos y entro.

***

Si no aparecía Mario creo que no convencíamos a Jorge Alberto de irse. El caso es que nos fuimos los dos rumbo al metro y en toda la caminata él seguía en esas, quebrado. Lo deje estar para que pueda calmarse, hasta que una vez ya dentro del metro le dije pero qué pedo, a ver si me cuentas de una vez qué sucedió. Me dijo que no era por nada en especial, que se sentía triste porque nuestro programa de LL.M. ya iba a terminar y que en menos de 2 meses ya se iba de vuelta a Cdmx. No manches Jorge Alberto, le dije, me quieres ver la cara de payasa o qué porque esa historia no te la crees ni tú mismo. Me pidió disculpas y yo ok te disculpo pero quiero escucharte, ayudarte. Ya en ese punto había decidido no insistir más pero empezó a hablar.

La historia es larga pero en resumen Jorge Alberto y Luciana fueron, al inicio, más que amigos. Luciana siempre le dijo que no era algo serio, y que había que tomar las cosas de manera ligera porque en unos meses cada quien volvería a su país. Él —entiendo— respondió que no tenía problemas con eso. Pero neta en realidad Jorge Alberto estaba ocultando sus emociones. El caso es que un par de semanas atrás hablaron y quedaron en que lo mejor era ser amigos, porque se entendían muy bien y eran lo suficientemente maduros para no tener que dejarse de ver o algo así. Él aceptó en palabras pero, me dijo, por dentro estaba que se moría.

Y bueno, parece que en Papatzul el detonante fue esta pregunta que le hicieron (¿Qué quién le hizo la pregunta? No lo sé, equis). Y entonces Jorge Alberto le dijo a Luciana que quería hablar con ella. Ella le dijo que mejor en otro momento, pero él insistió y le pidió por favor que la escuchara. Ahí es cuando se sientan, y Jorge Alberto le suelta todo lo que siente. Una vez que termina Luciana le hace unas cuantas preguntas, después de eso le dice que ya le escuchó y que no es momento para hablar, que si van a hablar que sea otro día, y se despide.

Jorge Alberto me mira y empieza a lagrimear de nuevo. Qué hago me pregunta. Quiero responderle pero me dice que Luciana es demasiado madura, que la admira y que se siente un torpe a su lado. Entonces me cuenta que precisamente hace unas semanas cuando conversaron ella le dijo que lo que tenían era eterno, que esa amistad no iba a acabar nunca, y que no valía la pena ponerla en riesgo intentando algo que podía no funcionar y que en cualquier caso tampoco iba a durar mucho. Jorge Alberto solo atinó a decirle que ella tenía razón.

Lo que tenemos es eterno, repite. No supe qué responderle.

***

Entro a Papatzul y unos mexicanos me llaman con la mano. Me acerco y lo primero qué me dicen es qué pedo con Jorge Alberto wey. Pues ni idea, respondo, acabo de llegar. Y me disparan varias preguntas, ¿qué pero no te has enterado? ¿no sabes qué se mamó? y otras de ese estilo. Yo entonces no sé qué responder y se empiezan a reír. Ándale Mario, me dicen, ya no es necesario seguir con el libreto. Sonrío, me tomo una cerveza y por suerte empiezan a hablar de otra cosa.

Saco el celular y le escribo a Clara. ¿Todo bien? Me dice que sí, que están en la estación del metro, que Jorge Alberto ya está más calmado. Le digo que me alegro y le pido que si se entera de algo que me cuente qué pasó. Me responde ok y me dice que por favor ya deje el celular y que disfrute. Guardo el celular. La verdad es que sin Clara, Jorge Alberto y Luciana no sé bien con quién estar. Creo que me llevo bien con muchos pero no me siento tan en confianza. Pero en fin, pienso, me vendrían bien unas cervezas y bailar en grupo con los latinos de la clase.

Me empato con unos colombianos, empiezo a hablar con uno sobre que deberíamos hacer algo un día en grupo y bla bla bla. De súbito me dice marica qué pasó con Jorge Alberto. Yo lo miro y le digo que se quebró, que supongo que tomó mucho. Ya pero nadie esperaba una reacción así, desde cuándo ellos salían. Le pregunto que quiénes ellos. Pues tu parce y Luciana, me responde. Ellos solo son amigos, le digo, y entonces se empieza a reír. Qué amigos, qué me estás diciendo. Y me cuenta que Jorge Alberto se le acercó llorando y le dijo que se moría por Luciana, que no era feliz así, y más cosas que no logró entender bien.

Le pregunto si alguien más escuchó todo lo que le dijo. Me dice que cree que nadie más, que básicamente le habló al oído. Bueno, qué tal si le damos paz a Jorge Alberto, le pregunto, y en ese momento yo pensaba que sería genial que este tipo no haya contado nada de lo que escuchó. Bueno, me responde, tu parce ha estado ventilando lo que siente como casi media hora, ha hablado con casi todos los mexicanos como mínimo. Me quedo cojudo, y creo que se nota porque se ríe y me dice que vayamos por más cervezas. Le digo que sí y entonces él enrumba hacia la barra, yo lo sigo y en ese recorrido saco mi celular, veo un mensaje de Clara. Ya sé que pasó, me dice. Yo ya sé también, le respondo, lo sabe todo el mundo.

***

¿Sabes qué es lo que más risa me da? Que su grupito mantuvo el libreto hasta el final, incluso después que el propio Jorge Alberto. Tal parece que el wey no les avisó que había confesado su amor a todas voces y ellos seguían diciendo que no, que Jorge Alberto y Luciana son solo amigos, que él tiene una vieja en México.

Replay

Lunes, 7:45 a.m. Estoy frente a mi colegio, todavía no me queda claro por qué, pero intuyo que es por el significado de este día (¿de mi día?). Estoy frente a mi colegio y mientras venía me preguntaba cuánto habrá cambiado este lugar de mierda. Hay más pisos y más modernidad, más limpieza y más orden quizá, pero eso es lo de menos. Alzo la vista, veo casacas rojas, pantalones grises, mochilas; veo estudiantes a pie, estudiantes en carros, estudiantes por todos lados. Las dinámicas, eso es lo que importa, y las dinámicas son las mismas. Los grupitos en la entrada, padres gritando, las risas y la algarabía, el apuro de aquellos que creen que van a llegar tarde. El silbato de los vigilantes, la pelea por estacionamiento entre las movilidades particulares, el ruido de las mochilas de ruedas.

Entro. Nadie me para —pensarán que soy un padre que olvidó darle algo a su cría—, soy parte de esta ola de personas, de esta tropa de desorden, de este mundo de infantes. Sigo caminando y me dirijo al pabellón de secundaria. Y ahora van a alinearnos y nos dirán firmes y luego descanso y finalmente atención. Vuelvo a mirar de frente, estoy ya en la zona de formación, veo que llevo una casaca roja, un pantalón gris. Y entonces entiendo. Escucho al cheta gritar chino te van a gomear y al lado mío Torre y Suasnabar se están cagando de risa sobre sabe Dios qué. Santa María, a mi lado, me pregunta si he estudiado para Lenguaje. Miro al frente, el ebrio de Florez está ya en el estrado y en cualquier momento empieza la cantaleta. Chequeo mi corbata, lo último que quiero es que este imbécil me señale de nuevo por no respetar el uniforme (mientras que en al loco Lope que una vez vino con la corbata como cinta en la frente no le hicieron nada). Qué pesada esta mochila de mierda, ¿por qué sigo trayendo el libro de Trigonometría si ni me molesto en abrirlo cuando toca esa clase? Busco con la mirada al cheta y le hago un gesto de quién es el que quiere bronca. Desde que Pardo me sacó la mierda (y es mi culpa porque obviamente eso iba a pasar e igual seguí jodiéndolo) ahora cualquier huevón cree que puede decir que me pega. Bueno, no importa, ya lo descubriremos en el recreo, porque desde la vez en que Noriega mandó al piso a Barboza en plena formación los monitores se pasean hasta en medio de las filas. El ebrio de Florez se está tocando la garganta, esta huevada ya va a empezar.

Caigo en cuenta que Santa María me está mirando. Giro hacia él y entonces me pregunta de nuevo si estudié. Y comprendo, o mejor dicho recuerdo (¿o mejor dicho siento?); he vuelto, tengo 15 años de nuevo. Miro a Santa María y le doy un beso en la frente (¿de dónde ha venido esa costumbre? Creo que las basuras de la sección C empezaron con eso, de nosotros en todo caso no vino). Santa María me dice qué tienes oe y le digo que no, que no he estudiado pero que la vida es una maravilla, que se mire, que me mire, que tenemos todo y pienso seguir hablando pero siento una suerte de temblor. Quiero seguir hablando pero veo cómo la cara extrañada de Santa se va desvaneciendo poco a poco. Mi respuesta. Mi respuesta fue incorrecta, lo que yo hubiera dicho a esa edad es algo de estilo no seas imbécil o por qué no me estudias esta. Santa María ya no está, los gritos del cheta tampoco. Arruiné todo, jodí todo.

Miro de frente de nuevo, un vigilante me pregunta si voy a entrar a administración. Los padres de familia no pueden estar en esta zona señor, si tiene alguna pregunta o quiere sacar cita todo eso se hace en administración. Le agradezco y salgo del colegio.

Pienso en mi desesperación al final de esa transposición (o episodio, como quieran llamarlo). Me rio, nada de qué preocuparse, esto me pasa cada cierto tiempo. El día en que quiera poner fin a todo me bastará con dar la respuesta correcta y entonces mi cerebro se convencerá de que la realidad es otra, que tengo 8 o 15 o 24 años y estoy en otro tiempo. La vida es mucho más fácil si tienes a la mano un botón de reiniciar, si puedes volver hacia atrás. Todo en orden, todo tranquilo, y repitiéndome eso es que olvido que acabo de cumplir 32 años y lo único cierto es que estoy grave y que a esta degradación ya no puedo ponerle freno.

Appreciation

Nuestra relación fue un desastre pero sería mentira decir que no tuvimos días felices. ¿Recuerdas esa vez en Listo? 14 de febrero, el único 14 de febrero que calificaría de excepcional. Bueno, quizá fue en parte suerte, pues no íbamos ni un mes juntos y todavía no nos dejábamos ver tal y como éramos realmente. Aún teníamos, ambos, esos lentes tintados que hacen que todo parezca perfecto y que impiden ver la manipulación, la indiferencia o la inquina. Pero en fin, por suerte o destino o esfuerzo o lo que sea ese día fue distinto.

El plan era recogerte del trabajo y cenar en un restaurant fancy. Me pediste que por favor no haga nada ridículo como esperarte con un oso de medio metro y yo te dije que haría mi mejor esfuerzo por evitar ello. Pusiste esa media sonrisa que era más amenaza que alegría y te aseguré que no haría nada cojudo, que haría lo correcto.

Sí, al menos al inicio todo se hizo como siguiendo un libreto. Estábamos en camino y la estábamos pasando bien, para qué. Y sin embargo yo me preguntaba si eso iba a ser todo, si nuestro plan iba a ser el clásico que tiene todo el mundo. Entonces vi un Primax y un Listo que conocía hace tiempo. Tomar la decisión no me tomó ni dos segundos, doblé y entré. No dijiste nada al inicio, pero cuando cuadré me preguntaste si iba a comprar algo y te dije que sí, y que porfa me acompañes. Entramos juntos y me acerqué a las mesas, te hice tomar asiento y te aseguré que esto iba a tomar poco tiempo.

Lo primero que compré fue el oso. Era chico y al llevártelo a la mesa me miraste como diciendo y esto y yo te dije que lo único que prometí es que el oso no mediría medio metro. Lo puse en un asiento y dije vayan conociéndose ahora vuelvo. Empezaste a reír y ahí supe que todo iba a salir bien. Comprar los bombones y los globos fue la parte fácil, lo un poco difícil fue pedirle a la cajera que te los entregue y te diga que te los mandaba un desconocido. Yo te miraba y con gestos me pedías que vuelva. Compré dos empanadas y llevándotelas declaré que esa iba a ser nuestra cena romántica. Te habías puesto roja, de tanto reírte te habías puesto roja. Me senté y me dijiste que podías aceptar esto si traía vino. Te respondí descuida, sí hice la reserva en el lugar ficho y ahí brindaremos, es más creo que ya tenemos que irnos para llegar a tiempo.

Salimos del Listo. Te paraste al frente mío y dijiste gracias por sorprenderme así, me encanta como eres. Yo te dije que a mí también me encantaba como soy. Y mientras volvíamos al carro abrazados y tú reías como loca yo solo pensaba que eso que dijiste era lo más lindo que me habían dicho en mucho tiempo.

Plea

Ok escucha, escúchame de verdad. Sé que estás con la mente un poco difusa pero necesito que te enfoques en esto; aquí, ahora. Sí, sigue tomando tu cerveza, normal (pero quédate en esa, necesito que estés sobrio). Salud.

Quiero hablarte de ella, la tipa con la que has estado saliendo. No, no le digo ‘tipa’ por nada en especial, así que relaja, pero igual de una vez te advierto que quizá no te guste lo que voy a decir. En realidad, si voy a hablar es porque sé que tú y ella están peleados y hoy en día no son nada. Si no fuese así pues me quedaría callado. Pero no por alguna regla cojuda de no hablar mal de la flaca de tu pata, sino porque sentiría que mi mensaje serviría para nada.

¿La estoy haciendo larga? Va, aceleraré un poco. Esa tipa es tóxica y manipuladora. Para, para ahí, necesito que me dejes continuar. Sí, estas son cosas que ya te han dicho. La diferencia es que yo voy a hacer el esfuerzo de elaborar con un poco de detalle. Siendo francos, eres medio imbécil a veces y eso desincentiva a la gente a hacerte ver la magnitud del asunto. Estoy seguro de que, en esos días en que recién estabas empezando a salir con ella, si alguien intentó decirte cómo es realmente ella lo despachabas con alguna broma cojuda sobre su relación (o falta de) o diciendo que así te gustan. ¿Tengo razón, verdad? Sí, tengo razón.

Bien, te decía, tóxica y manipuladora. Esos son los adjetivos, ahora te voy a decir sobre qué se construyen.  Ella en su trabajo ha intentado que boten gente con base en mentiras. Ella es alguien que es capaz de inventarse historias con tal de escalar socialmente. Ella ha intentado robarse el crédito que merecen otros presentándose como la autora o impulsora de tal o cual proyecto. Ella azuza e incita peleas si es que le conviene, y hay gente que se ha dado cuenta después que fue ella quien alteró sus dichos para desamistarlos. Esa es la tipa con la que quieres regresar.

Todo eso puede sonar lejano y ajeno, lo sé. Pero hay un caso más cercano: tú mismo. Date cuenta, viejo, estás en la mierda emocionalmente desde hace meses. Más irritable, más apagado, más ansioso. ¿Qué crees que está generando todo eso? Esta relación que has tenido y que quieres recuperar ¿te sumaba? ¿te hacía más feliz? Yo te pido que evalúes sinceramente cuál ha sido el impacto de esa tipa en tu vida. Claramente no puedes ser objetivo, pero así como por un lado sientes lo que sea que sientes por ella (¿atracción? ¿querer? ¿algo más fuerte?), también considera toda emoción negativa que haya sido causa de ella. Por ejemplo, hace un mes estuviste casi llorando, ¿te acuerdas? Pues toma en cuenta eso también, no lo pases por alto.

No, no necesito que la defiendas. Yo no voy a decidir nada sobre tu vínculo con ella. En realidad, mi opinión sobre ella difícilmente va a cambiar. Es la misma opinión que mucha gente que la conoce también tiene. ¿No te parece llamativo eso? Pero bueno, no quiero volver a eso, mi punto es que da igual lo que yo piense, eres tú quien decide. Ahí la dejo, ya solté lo que tenía que soltar. Puedes responderme lo que quieras, te voy a escuchar, y luego de eso cerrado el tema y no volveremos a tocarlo de nuevo. Pero antes de dejarte hablar (¿despotricar? Te noto un poco ajetreado) solo quiero decirte que si estoy aquí es porque te aprecio, porque eres mi amigo.

Defeatism

Me detengo a pensar y entonces surgen en vértigo varias preguntas al mismo tiempo; qué estoy haciendo por qué estoy aquí hacia dónde voy cuál es el sentido de todo esto y así. Pero todas estas preguntas son, en el fondo, una sola, y esta se dirige hacia mi persona (papá tú me enseñaste que debía cuestionar todo, el problema es que yo lo llevé al extremo de cuestionarme incluso a mí mismo). Es como si fuese un alacrán y me clavase mi propio aguijón —la analogía es genial y, naturalmente, no es de autoría mía—, porque hago mi máximo esfuerzo para obtener competencias y habilidades, e inmediatamente después de adquirirlas las empleo para lastimarme (¿por qué no lo hiciste mejor? ¿por qué te tomó tanto tiempo?, por qué por qué por qué).

Pero yo ya me cansé de esta carrera sin fin, de perseguir un arquetipo que está simplemente en otro plano y que yo, ahora entiendo, no voy a alcanzar nunca, por la sencilla razón de que no puedo, de la misma forma en que una llave no puede usarse para ajustar tornillos. Ya me cansé de exigirme, de reclamarme, de presionarme. Ya no tengo energías para seguir esforzándome; y ya no quiero hacer nada que tenga como objetivo mantener mi productividad o desempeño profesional. Ya me cansé de pretender que puedo destacar en lo que hago, que puedo destacar (destacar de verdad) en algo. Y en esta toma de conciencia llega la paz, por fin aparece un respiro. Porque en el momento en que digo listo, lo acepto, no sirvo para esto, todas las preguntas, todos los cuestionamientos, todos los ataques contra mí mismo pierden sentido.