Love

La semana previa al viaje Miguel rejuvenece como 20 años. Qué le llevamos a nuestra hija, dice, y le da vueltas al tema y a los centros comerciales pese a que sabe de memoria qué cosas le gustan a Mariana (quinua, chocolates la Ibérica, bufandas de alpaca). Se pone a hacer ejercicio todos los días, no vaya a ser que ella le diga para correr juntos o ir de hiking. Empieza a tomar fotos de la casa, de su trabajo, de las mascotas (posen para Mariana, dice, e incluso las acaricia, él que no es pegado a los animales).

Lo entiendo, eso sí. Las cosas cambiaron mucho con la partida de Mariana a Estados Unidos. Miguel quedó descolocado, ellos eran muy unidos. Es lógico que esta nueva realidad haya representado un choque para él. No se trata de que la casa pasó a estar vacía, pues Mariana ya había dejado de vivir con nosotros, sino más bien a la cercanía de la presencia. Simplemente ya no está, esa es la verdad.

Pero nuestras visitas son las que devuelven en algo las cosas a como eran antes. La cuenta atrás para viajar es a la vez una línea en curva ascendente del ánimo de Miguel. Su humor incrementa a medida que nos acercamos a la fecha de salida. Sé que el trabajo se le pone más pesado porque debe dejar todo en orden y coordinado, pero pareciera que se vuelve inmune al estrés. Llega en la noche —a veces muy de noche— y si estoy despierta me pregunta si creo que a Mariana le gustaría que vayamos al Niagara o que nos demos una escapada a Canadá o qué sé yo.

Nuestras visitas suelen ser todo lo que los padres podríamos pedir. Me alegra mucho que Mariana nos reciba con emoción y cariño, y no por compromiso o rutina. Usualmente ella mantiene su horario de trabajo pero verla en las mañanas antes de irse, en las noches cuando vuelve y todo el fin de semana es muchísimo tiempo de calidad, tiempo sincero. Su esposo, Josh, es un ángel, siempre nos pregunta cuándo vuelven y se nota que lo dice en serio. Todo esto nos hace sentir cómodos, tranquilos.

Durante esos días Miguel vuelve a ser el Miguel de cuando Mariana tenía 9 años. Una sonrisa de oreja a oreja al ver a su hija. A veces siento que hasta le brillan los ojos, un viejo de 63 años al que le brillan los ojos. Y no para de decir hijita avísame si necesitas esto, si te falta lo otro, que si desea cambiar algo, que si hay alguna tarea pendiente. Mariana le responda papi tú has venido aquí a que yo te engría y le sonríe. Entonces Miguel le dice te quiero princesita y ella le responde yo más y siento que si ahí él no la abraza y la carga es porque su edad ya no le permite hacerlo.

Sé que hablan, sé que encuentran momentos para ellos dos. Esto del hiking el año pasado por ejemplo, yo estaba cansada y además sentía que Mariana quería compartir un rato con su papá. Miguel no me dijo mucho sobre esa conversación, pero sé que trató sobre si todo estaba bien para Mariana y las cosas que proyecta a futuro. Esto también es terriblemente importante para Miguel, saber que Mariana está tranquila, que está feliz.

El retorno a Lima es duro para él. Sin embargo, intenta buscar la forma de atesorar y extender los remanentes de la felicidad. Se pone a ver las fotos y busca la mejor para enmarcarla. Yo no sabía de esto hasta que hace un tiempo fui a su oficina, seis fotos enmarcadas, cada una de diferente viaje. Queremos conocer a la hija del señor, me dijo la secretaria, nos ha hablado de ella.

El estar otra vez en Lima significa también buscar de inmediato boletos para la próxima visita. Mira hijita, para dentro de dos meses hay unos boletos económicos, ¿te parecen bien esas fechas? No quiero molestarte. El boleto barato es puro cuento: la idea es tener una fecha ya agendada. Miguel no puede seguir su vida, su rutina, sin saber cuándo volverá a ver a Mariana; tener una fecha ya definida es algo a lo que aferrarse, le da un sentido al futuro.

Y verlo, verlo en el día a día, en nuestros hábitos, en nuestra rutina me hace entender que esta situación no es sostenible a largo plazo. Miguel no se va a acostumbrar nunca a la idea de ver Mariana por temporadas. Porque necesita poder decirle cada fin de semana a dónde vamos a comer hijita, porque no puede aceptar un mundo en el que verla y abrazarla sea algo para lo que tenga que esperar meses.

Él lo tiene claro. Por eso ya hace un tiempo me habla de retirarnos y mudarnos a Pennsylvania, de pasar nuestros últimos años en Estados Unidos. Si todo va bien, me dijo, en unos 4-5 años podría tener todo listo y comprar un departamento bonito en Filadelfia. En broma le pregunté qué pasa si todo va mal. Me respondió que pues solo habrá para el pasaje y ya veremos cómo nos mantenemos. No creo que su respuesta haya sido tan de broma. Sé que Mariana conoce de estos planes, y que también nos querría tener cerca. Miguel no necesitó más para estar seguro de que este país ya no es para él y que su futuro se encuentra allá, lejos de su tierra pero cerca de lo que más ama en esta vida.

Recuerdo la primera vez que fuimos a visitar a Mariana. Tuvimos que esperar varios meses porque ella quería asimilar esa primera etapa por su cuenta, y Miguel ya no podía más con su alma. Salimos del avión y recogimos las maletas, Miguel caminaba y miraba hacia todos lados, buscando a Mariana. En cierto punto me dijo ahí está, ahí está, y aceleró el paso hasta llegar a ella que ya lo esperaba con los brazos abiertos. Miguel la abrazó y solo repetía hijita, hijita. Y en su rostro de ojos cerrados y alegría temblorosa se veía cómo intentaba y fracasaba en aguantar las lágrimas.

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