El duelo del artista – Inside Llewyn Davis (2013)

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Inside Llewyn Davis representa el fin del sueño americano y la odisea irrenunciable del artista. Es la historia de alguien que solo sabe hacer música, pero no sabe si la hace bien, una historia de puertas cerradas y decepciones, de vivir en el descontento permanente. Es un New York en invierno, una ciudad impersonal, incluso cruel, que no ofrece auxilio ni cobijo, que vulnera a todos sus habitantes, especialmente a los sensibles de corazón. Es la historia, cíclica y trágica, de un hombre en constante estado de duelo, peleado con la música y consigo mismo, cuyo camino a la redención se ve truncado por sus propias decisiones y los efectos de un destino que no puede comprender. Y, como forma de vida (y como excusa para vivir), queda la música, suya o de otros, como hilo conductor, como acto de resistencia y soporte.

Pensemos en el estado del protagonista cuando lo conocemos. Su disco no se vende bien, su compañero musical ha muerto hace poco y él tiene que seguir viajando de casa en casa porque no puede pagar la renta. Y, a pesar de los dramas sufridos, Llewyn Davis parece ser el propio agente de numerosas conflictos que le rodean. El amorío que mantuvo con Jean, una amiga comprometida con Jim, otro buen amigo suyo, probablemente la ha dejado embarazada, forzándola a abortar, a pesar de que ella quisiera un hijo de Jim. Abusa de la confianza de sus benefactores, los Gorfeins, quienes le han dejado quedarse algunas noches en su casa, haciendo que su gato desaparezca sin rastro alguno e insultándolos en la mesa de la cocina. Y, sin dinero ni éxito, Llewyn Davis transita por la escena folk de los 60s, esperando alguna suerte de oportunidad de seguir tocando, el breakthrough hacia la fama. 

Inside Llewyn Davis incide en la condena del artista: estar ligado de por vida a la creación, enfrentarse a las consecuencias -impredecibles e incontrolables- del producto que reconoce como suyo, y que este se vincule -y se transforme- con la audiencia. Y, a diferencia de otras historias sobre el proceso de creación, aquí se sugiere el peor escenario posible: el producto artístico no es trascendente, y el artista ya no se siente vinculado con él. Aun así, parece que el acuerdo es irrenunciable. Llewyn solo conoce la música, pero parece harto de ella. No quiere tocar sus canciones frente a sus amigos. Acepta a regañadientes una colaboración en una canción que detesta y no espera hasta recibir regalías. No hace mucho para que su álbum se venda. Cuando le ofrecen una oportunidad para tocar profesionalmente -pero no como solista- él la rechaza. Parece que la música ya no le da sentido a su rutina, y eso duele mucho más que cualquier fracaso. 

La relación entre Llewyn y la música está determinada por la rigidez. Él toca solo en sus términos. No puede tocar (o tocar bien) si no se siente genuino. No tenemos mucha información previa, pero intuimos que el protagonista se ha estancado hace tiempo, lo que reafirma la tenacidad de su búsqueda y el efecto de arrastre de aferrarse a ella. Tiene sentido: Llewyn toca principalmente canciones tradicionales, que han sido ensayadas y grabadas cientos de veces, pero su versión sigue siendo suya, y eso hace que incluso las mismas palabras hallen otros significados, que su voz genere las inflexiones correctas y alcance las notas que otros no. Siguen siendo sus canciones, a pesar de todo, y esa carga parece ser mucho para él. Claro que esto se evidencia con una performance que, en su caso, es particularmente frontal y reveladora. Pero, aun así, Llewyn parece creer (o forzarse creer) que su música no es sino un medio, y que ser artista se puede entender transaccionalmente: Es lo que hago para vivir. Es lo que paga la renta. Eso grita Llewyn en la mesa, pero ni él mismo se lo cree. 

Llewyn no puede vivir de la música, y no está seguro de que quiera vivir de ella. Pero, casi como una obsesión o una pulsión corpórea, que él mismo desconoce (y que seguro le desconcierta), la música vuelve a él.. La música es el único lenguaje en que puede ser él mismo; irónicamente, es el ámbito de su vida en el que menos falla. En la primera escena, Llewyn toca Hang Me, Oh Hang Me, casi en su totalidad, en una secuencia que dura más que otras parecidas en el cine. Es un curioso experimento narrativo: no sabemos quién es, ni qué está haciendo allí, desconocemos su relación con la música y con el mundo. Lo conocemos en el escenario, con la voz lastimera y el semblante cansado, con la mirada fija en la guitarra, lejos de la audiencia. Está, pero no está frente al público. Solo sabemos quién es en el escenario, y toda la película se construye a partir de esa escena y su efecto en el protagonista.  Como con cualquier artista, descubrimos -y de forma voyerista- el sufrimiento de Llewyn sin saber quién es. 

Inside Llewyn Davis narra la pena, la pérdida inconclusa y latente, el duelo que no se acaba, sino que se reproduce y reafirma a partir de objetos y sensaciones pegajosos, que persigue al protagonista en su intento de recobrar la música para sí mismo.  La presencia de Mike en el film funciona casi como un fantasma: nunca se hace evidente y no revela sus intenciones, pero se inmiscuye permanentemente en la rutina de Llewyn, deshace su resiliencia, se apropia de sus éxitos y fracasos, casi como una marca corporal, innata. Mike está en el silencio, en su no-voz, en las notas y acordes que sienten poco genuinos, en cada letra que Llewyn no puede escribir y cada melodía que ahora suena vacía. Llewyn, abatido por la pérdida, no puede componer cosas nuevas, y si lo hace, es pensando de a dos, asumiendo (incluso inconscientemente) que tendrá la voz de Mike consigo. Así, paradójicamente, la pérdida de Mike le ha condenado a seguir dependiendo de él y de su música. 

El duelo casi nunca es mencionado. De hecho, no es sino hasta la mitad del film que descubrimos las circunstancias en las que Mike murió, y nunca sabemos qué piensa Llewyn al respecto. Mike no es nombrado si no es por la música. Eso hace que Mike y la música no se puedan desligar, lo que parece contribuir la crisis del protagonista. Irónicamente, el duelo reprimido de Llewyn se hace bastante evidente una vez que sube al escenario. La música implica, según el film, una confrontación directa con nuestras emociones, una forma de arte enteramente sensorial, poco alegórica, bastante obvia, donde lo que se quiere decir está en la melodía, la voz, la actitud del artista al tocar frente a una audiencia. Cada vez que toca la guitarra, Llewyn está volviendo a pasar por el duelo y, por tanto, es el único espacio catártico que le queda.

Sorprendentemente, Inside Llewyn Davis se filma con mucho color, y se preocupa cuidadosamente por narrar los detalles que componen la imagen, desde el brillo del micrófono hasta el color de la ropa y el contraste de la nieve sobre los personajes. Con su estilo de fotografía, Bruno Delbonnel toma la imagen como las ilustraciones de un libro, distorsionando algunos colores y jugando con los tonos, haciendo que los rostros luzcan más pálidos de lo que son, enfatizando la imagen central y difuminando las imágenes del fondo. Filmado así, el estilo se siente ahistórico, casi como un vintage permanente, como de anuncio, que refuerza la sensación de lo que vemos podría estar sucediendo en cualquier etapa de la carrera de Llewelyn, que, finalmente, se trata de una semana más. 

La lección final del film, luego de una semana en la vida de Llewyn Davis, es que el tiempo trágico suele ser circular, y los vicios de la música vuelven irremediablemente al principio. Puede que sea pesimista, pero no podemos acusarla de deshonesta. Irónicamente, en el momento en que el protagonista abandona el escenario, Bob Dylan sube en su lugar, casi como una broma cruel que le deja el destino. Al final, Llewyn vuelve al escenario para volver a cantar Hang Me, Oh, Hang Me y Fare Thee Well, casi como una confirmación de su cíclica pena. Y, una vez más, aunque no sea suficiente ni para él ni para la audiencia, las notas son las correctas.

Puntuación: 5 / Votos: 2

Acerca del autor

Anselmi

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