A casa, a mamá y al melodrama – Volver (2006)

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En Volver, bondadoso melodrama de Pedro Almodóvar, los personajes se piden perdón muchas veces. Puede ser resultado de una crianza particular hacia las mujeres, que enfatiza la culpa y el reproche. Puede ser que, como su director, estas mujeres reconocen la importancia de las palabras y los gestos de alivio, y que un perdón, a modo de reencuentro o película, puede solucionarlo todo, o al menos hacer el intento. Para Pedro Almodóvar, filmar a las mujeres es filmar su propia realidad: pueblitos donde el día se pasa lento y los fantasmas transitan como cosa de todos los días; conflictos igual de saturados que los colores en la pantalla; dramas cotidianos que se hacen enormes con el tiempo; algún crimen reprimido y otro crimen que saca a la luz al primero; mucha lágrima y alguna que otra sonrisa. Fiel a su estilo, Pedro lo entrega todo: muchas historias en una sola, dramones y giros que solo veríamos en una novela rosa, y muchísima compasión -y alguito de picardía- con las mujeres que filma, las cuales, sin saberlo, son su única fuente de inspiración.

Volver, como es común en el cine de Almodóvar, comienza con una historia y luego resulta ser otra, solo para que descubramos, alrededor del final, que la primera historia era la correcta, al fin y al cabo. La historia original es el conflicto entre una madre y una hija: Raimunda y su madre fallecida, Irene, quienes parecen guardar un secreto de años que les separa infinitamente. Con la muerte de Irene, Raimunda, quien le había evitado por años, regresa al pueblo donde creció. Al volver a Madrid, una serie de circunstancias desesperadas lleva a Raimunda a tener que esconder el cuerpo de su marido, recientemente asesinado, y proteger a su hija, Paula. Pero el retorno de Irene -aparentemente como fantasma- pone a la familia en total crisis, en una serie de temores e interrogaciones, y a una seguidilla de personajes, que incluye a la recientemente fallecida Tía Paula, Sole, bondadosa hermana de Raimunda, y Agustina, misteriosa amiga de la familia.

En Volver, Pedro Almodóvar decide abandonar pretensiones narrativas anteriores (historias a modo de racconto, saltos temporales y personajes que aparecen y desaparecen a voluntad) a fin de regresar a una puesta en escena más teatralizada, cercana a la telenovela, que desvaloriza el misterio o el dramón en favor del conflicto cotidiano (o lo que Almodóvar entiende por cotidiano). En ese sentido, Volver recuerda a películas como La flor de mi secreto (1992) o Mujeres al borde de un ataque de nervios (1985) por su juego entre drama y comedia, estilo parsimonioso y preferencia por el conflicto íntimo, familiar. Aun así, incluso cuando el film se acerque a sus antecesores, este no es un retorno completo para su autor: los constantes giros de guion, la música de Alberto Iglesias y la constante cercanía de la muerte como temática nos recuerdan que este es el Almodóvar moderno, conceptualmente ambicioso y principalmente dedicado a sus personajes, incluso cuando eso le fuerce a mitigarse y no ser tan chispeante como quisiera.

Casi todas las críticas sobre el film lo identifican como una historia sobre mujeres, en la medida en que homenajea lo femenino, celebra a quienes lo encarnan y, a través de la constante anécdota, reconoce la relevancia de muchas mujeres en la crianza y formación de Almodóvar. Pero el español parece ir incluso más allá. No se trata de una simple temática que prioriza en su cine. De alguna manera, Volver se filma en femenino, tanto a partir de su estilo como de sus personajes, distintos arquetipos de feminidad que se encuentran en una especie caos coherente. Almodóvar parece evocar lo femenino tradicionalmente adscrito como tal) de forma permanente, tanto para revertir el orden estético tradicional (considerablemente “masculino”), como para reencontrarse con una parte de su identidad, seguramente censurada en el híper masculino régimen franquista.

Almodóvar filma en “femenino” en la medida en que prefiere un acercamiento emocional y no racional a los objetos que filma.  A su forma, replica aquello que (arbitrariamente) ha sido designado como “femenino” y, por tanto, dejado de lado en la estética fílmica. La música siempre se entromete en las escenas: melodías delicadas, estilizadas y a veces demasiado solemnes. Los colores se mantienen saturados, como la paleta de colores de un soap opera o la cocina de la casa. Los diálogos, frescos y labrados, siguen siendo demasiado tristes, atrapados en su propia retórica doliente y santurrona, topados de metáforas y frases del común. Deja que sus personajes hablen, se atropellen al hablar, lloren, vuelvan a llorar y se abracen. Permite que la gente sufra y la audiencia sufre con ellos.

Al hablar de las mujeres, Volver busca verlas -y comprenderlas- desde todas sus facetas. Almodóvar no le teme a los arquetipos. Si se emplean bien, la audiencia siente comodidad y cercanía, aún teniendo una historia original por contar. La historia recoge muchas historias, y cada historia implica una forma distinta de encarnar la feminidad. Almodóvar no juzga: no nos dice cual es mejor o peor. Solo se dedica a filmarlas.

Podríamos pensar, en una mirada simple, que Volver tiene a la madre abnegada como protagonista. La mujer que trabaja doble turno, que utiliza el ingenio y la picardía como forma de enfrentarse a un mundo demasiado masculino. Pero Raimunda va más allá. Raimunda también puede ser sexy: Almodóvar filma a Penélope Cruz como una mujer segura de sí misma y de su cuerpo, capaz de aceptar su sexualidad, tanto desde la cámara como desde la caracterización, sin caer en el reduccionismo de los hombres. Raimunda también es hija: una hija que acarrea un trauma y que, luego de tener una hija propia, hace lo posible por no proyectar el trauma en ella, a pesar de las constantes idas y venidas. Por eso, Raimunda también es una mujer que, como aquellas que plañen a los muertos en el pueblo, vive en soledad y culpa. Cada Raimunda sale a relucir según el momento particular. Eso habla de la capacidad de Almodóvar por jugar con la historia a voluntad, lo que solo es posible cuando abandona una sola línea argumental en favor de muchas pequeñas.

El arquetipo de mujer doliente, incluso fantasmagórica, es evidente en Agustina, en la que puede ser una de las interpretaciones más infravaloradas en el cine de Almodóvar. Blanca Portillo encarna a una mujer propia del cine negro, la eterna secundaria de las telenovelas, una mujer que siempre lo da todo, pero que recibe poco a cambio. Almodóvar nos engaña haciéndonos pensar que Agustina no será objeto de conflicto en el film. Más adelante, vemos cómo el conflicto se intensifica debido al misterio, un misterio que se entromete en las entrañas de la protagonista, como cuestión vital, que le fuerza a arriesgarlo todo y enfrentarse con quienes creía sus amigas. Así también es el conflicto de Irene, mujer bondadosa y madre perspicaz, quien, dentro del rol social asignado, siente haber fallado, en especial con Raimunda, lo que, a su vez, hace prodigioso el encuentro entre ambas. ¿Se trata de un acto sobrenatural, una madre que vuelve de entre los muertos para ayudar a una hija en apuros? Incluso si no, queda claro que las madres siempre estarán cuando se necesitan. Suena anticuado, pero es parte del juego de Almodóvar: jugar con los estereotipos de género y, de alguna forma, encontrar valor en ellos, aún cuando los subvierte y cuestiona. Es una apuesta honesta, al menos. No tan transgresora, pero leal.

Otras tres mujeres son relevantes en el film. Sole, hermana de Raimunda, inocente y afectiva, quien, por lo que se cuenta, parece no haber sido bien tratada por el amor. Aun así, Sole, como el resto, sale adelante por sí misma, tanto con el pequeño negocio clandestino que monta como con su figura confiada y amable, como una tímida voz de la razón. Así también la tía Paula, cuya presencia se mantiene a lo largo del film, resistente y fija a pesar del paso del tiempo, residente en su propia línea temporal, como fantasma. Y la otra Paula, hija de Raimunda, quien, a priori inocente y frágil, lleva el trauma con una resistencia solemne y bastante buen humor, demostrando que la madurez, bajo la guía correcta, puede con el dolor. Consecuentemente, todas las mujeres sufren entre ellas, se reprochan, castigan y perdonan, pero, a la larga se aferran, siempre unas a otras, y, así sin más, confían.

Así, entonces, aprovechamos para vivir en este mundito muy extraño, de colores fosforito, culebrones y mujeres valiosas, mundito donde los hombres son un pie de página, donde se lloran las celebraciones y se festejan las tragedias. Hay quienes lo encuentren demasiado empalagoso: he ahí su encanto. Sería cuestión de darle una probada.

Con Pedro Almodóvar al frente, se espera lo mejor.

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Anselmi

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