¿Por qué amar y volver a hacerlo? ¿Qué nos incita a exponernos a procesos de amor y desamor, a la mecánica de rechazo constante y común exposición? ¿Por qué soportar la falsa intimidad, promesas forzadas, cierto dolor reprimido? No se sabe. Aun así, no parece haber alternativa. Las personas producen, reproducen, y refuerzan significados y patrones -a veces sin quererlo- mediante una relación amorosa. El amor romántico sigue siendo la norma. Determina formas de pensar, elementos performativos y las formas en que nos vemos a nosotros mismos. He allí el asunto. Claire Denis se hace la misma pregunta. ¿Cómo inquirir al amor? Si toda relación amorosa es performativa, entonces es posible recrearla -y cuestionarla- a partir del cine. Veamos el resultado.
El bello sol interior del film es el de Isabelle, mujer divorciada, madre de una niña y artista contemporánea, quien, a su modo, se embarca en una búsqueda permanente, alguna relación amorosa que le haga sentir plena. Aun sufriendo y aun en medio de crisis circulares y sin resolución, Isabelle se da un espacio para el amor. Isabelle, a su modo, empieza a tentar la suerte y probar nuevas relaciones, a ver si una de ellas podría ser la del hombre indicado, si tal cosa existe. Los hombres son bastante disimiles entre sí. Cada uno, con sus manías, parece retratar facetas diferentes de la Isabelle y su personalidad, como piezas de un puzzle esperando ser resueltas. Claire Denis y sus co-guionistas adaptan -si tal palabra es admisible- el famoso ensayo -si se le puede llamar ensayo- de Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, y lo hacen a lo grande. Dejan que los fragmentos determinen la historia.
Un beau soleil intérieur sabe lo que quiere, pero parece dudar al momento de filmarlo. No sabe bien si presentar una serie de viñetas disgregadas entre sí -una por cada amante de Isabelle- o si asimilarlas en una sola historia lineal. El resultado es extraño. Por sus implicaciones, este es un film de espacios cotidianos, confesiones y silencios, la rutina filmada sin mayor adorno. Y, de alguna manera, nos compramos el cuento. La propuesta de Denis funciona, quizás, por la energética performance de Juliette Binoche, libre y despreocupada, casi como si no actuase, como si la cámara la siguiese por su día a día sin mayor ceremonia. El film funciona, además, porque, más allá de las repeticiones, quedan los pormenores: la película es redudante y abrumadora porque la vida así lo es, y, en ambos casos, la vivimos con gusto. A pesar de no entender muy bien qué sucede con Isabelle -y de quien se enamora- aun así nos dejamos llevar por la libertad, ideales y sensación de entrega de la protagonista. Nos dejamos convencer.
Parece persistir un estado de incipiente melancolía alrededor del filme. La melancolía se fija en la mirada contrariada de Juliette Binoche, en la ingenuidad de sus acciones, en los efectos del desamor. La melancolía, a su vez, se fija en momentos particulares, delicadamente construidos por Denis. Es a través de los diálogos, sencillos y sin segundas intenciones, que la cineasta determina los conflictos cotidianos de sus personajes, sus miedos, inconsistencias y deseos. Cada detalle, por supuesto, se filma con esa misma calidez: primeros planos que alternan a ambos hablantes en la conversación y los acercan más de lo debido; travellings que mantienen la espontaneidad de Isabelle con la cita de turno; primeros planos que enfocan lo que no suele enfocarse: las pausas al hablar, las palabras entrecortadas por el miedo, las risas y llantos entre los personajes, la performance permanente. Mientras más real se siente la soledad de Isabelle y su pequeño universo, más profunda la melancolía en la audiencia. También ayuda la música: música jazz, de saxofón y trompeta, música que incita al recuerdo y la nostalgia por lo no sucedido.
Adaptar de Barthes (o reinterpretarlo) es posible mediante particularidades. Requiere filtrar algunos aportes teóricos a partir del uso de alegorías difíciles de comprender, lenguaje simbólico y rebelde, poco fiel a las formas del texto original, aunque leal a sus intenciones. Leer a Barthes a través de Denis y Binoche no es sencillo, tampoco evidente. Es cosa de forzar el análisis, jugar con los fragmentos, relacionarlos al conflicto del film, por más que no haya una sola forma de hacerlo.
Veamos algunos. Primero, absence (ausencia). La prueba de abandono, evidente frente a la ausencia del amado. La absence se refleja en Vincent, banquero felizmente casado, y que, irónicamente, parece ser la opción más segura para Isabelle: un amante atento, dedicado a satisfacerla, un hombre seguro y exitoso que parece confortarle en sus momentos de necesidad. Aun así, Isabelle no puede con su ausencia. No puede aceptar que él sea pasajero. Su ausencia se intensifica en los pequeños momentos, en espacios de rutina, en esas experiencias que, sin mayor relevancia ni reconocimiento, deberían ser compartidas con quien se quiere más. A pesar de la intensidad del vínculo, Isabelle se rinde y con razón.
Después, angoisse (ansiedad). La sensación de angustia frente al abandono -o amenaza de abandono- del amante. La angoisse se ve en la relación entre Isabelle y el actor, que, como la falta de nombre sugiere, destaca por su silencio y enigma. A ratos, la relación parece demasiado plena, mediada por una feliz ignorancia. Luego el actor le hace una incómoda revelación a Isabelle, desatando en ella un nuevo dilema. Angoisse, en el rechazo de Isabelle a lo que escucha y lo que vive, en los silencios y disputas con su nuevo amante, en la aceptación -doliente, pero necesaria- de que la relación no puede recomponerse. La angoisse, al parecer, lleva a la negación. Antes de que suceda, Isabelle prefiere alejarse por su cuenta. Mejor aplacar el dolor con rapidez que negarlo del todo.
Barthes también se halla en los encuentros fortuitos. Askesis, como la duda y la culpa mientras Isabelle decide visitar a su exesposo, alguien que, a pesar de todo, todavía parece amarle fácilmente. Aún así, y con el tiempo, él parece enfrentarse a una paradoja constante : sin ordenar sus sentimientos, se mantiene torpe, temeroso, incluso inexperto, todo con la mujer que conoce mejor que nadie, que ha amado por tanto tiempo. Naturalmente, Isabelle duda y se arrepiente.
Así también Atopos, un amor inclasificable, que aparece de pronto. Isabelle conoce a un sujeto amoroso y protector, alguien inteligente, capaz de amarla, al parecer, distinto al resto. Isabelle parece decidida a aceptar esta nueva aventura pero, frente a tantos actos fallidos, el velo de duda se mantiene activo, como si demasiada felicidad podría ser contraproducente para ella.
Se acumulan los ejemplos, pero la idea es la misma: el amor y sus contradicciones, deshaciendo y rehaciendo relaciones, un estado armónico, pero tenso, incapaz de olvidarse del todo e imposible de aceptar universalmente.
Agradecemos a Binoche y Denis porque, a pesar de toda neurosis, inconsistencia y temor, este sigue siendo un film muy nuestro. Nos gusta porque, a pesar de cualquier pretensión intelectual, aquí queda lo elemental. Es sencillo identificarse con Isabelle y su odisea. Es común enfrentarse a la indecisión, al dolor que amor y desamor generan por partes iguales, a exponerse y hacerse vulnerable en la intimidad con el otro. Annulation, como explosión del lenguaje que anula al amado debido a la presión del amor; amor al amor, si cabe la expresión. ¿De eso sufre Isabelle? Al final, mientras se suceden los créditos, la vemos junto a su psiquiatra, desgranando sus sentimientos. Nuevamente, honestidad, picardía. La vida sigue, al parecer. Isabelle también.
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