Nos resguarda la luna – Moonstruck (1987)

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Contiene spoilers

Moonstruck es una película que, sin vergüenza, celebra. Celebra las tribulaciones e inmensa contradicción de la cultura italoamericana, sumida a exigentes tradiciones, pero permisiva en sus desos y sentimientos. Celebra a la mujer, impulsándola a tomar decisiones por ella misma y desembarazarse de aquello que la oprime, siendo ella misma con su anhelo, ajena a las presiones familiares y la religiín. Celebra nuestra naturaleza conflictiva, mucho más emocional que otra cosa, inspirada en nuestros impulsos, a los que la sociedad les da vida. No dura mucho, ni tampoco debe hacerlo. En su tiempo de metraje, de forma apresurada y entrañable, consigue encandilar a su audiencia, enseñarle un par de lecciones sobre lo que implica fallar, amar, volver a fallar y amar el fallo.

La película de Norman Jewinson funciona como un curioso compendio de pícaras historias, todas ellas protagonizadas por un mismo tipo de personaje: alguien de deseos reprimidos, pero enormes esperanzas. Todos parecen regodearse frente a la fortuna, esperando que las cosas mejoren, que la vida les sonría. Es exactamente la aspiración que tiene Loretta Castorini, quien aún acarrea una serie de maldiciones: con su esposo fallecido, ella cree estar embrujada y duda de que algún hombre pueda amarla. Aun así, se aferra a su relación con Johnny Camarieri. Aquí conviene detenernos. Johnny, en pocas palabras, es un tipo insípido, aburrido y pegado a la norma, sin poco más que buenas intenciones, quizás un futuro estable para Loretta. Desde la primera escena, en la que torpemente le pide matrimonio a Loretta, parece que las cosas no están en su lugar. Ella parece conformarse, o resignarse, como si fuese la única chance de ser feliz. Parece que Loretta, luego del sí, mantiene dudas. Mismas dudas parece tener su padre, Cosmo Castorini, un sujeto deprimido y gruñón, que no simpatiza con Johnny, tampocos con su esposa, Rose, y espera escapar de casa con su amante. Rose, a su modo, es una mujer que parece haberse resignado también. No parece dolerle la indiferencia de su esposo o las malas decisiones de su hija; tan solo, permanece en silencio sin quejarse, a ver si se cumplen sus plegarias.

Como vemos, Loretta parece no tener a quien recurrir, por lo que la duda se mantiene. Y esa duda parece ser explotada por Ronny Camarieri. Aquí, nuevas trifulcas familiares. Johnny, justo después de prometer matrimonio a Loretta, le comenta de su hermano, con quien no se habla hace mucho. Naturalmente, dentro del mindset de los personajes, la tradición le gana a la razón. A pesar de todo, Johnny quiere a su hermano en la boda. Loretta debe cumplir con el encargo. Gusta saber que, de arranque, Ronny parecer ser todo lo que su hermano no. Es un sujeto extraño, rebelde, gritón, conflictivo y muy, muy pasional. Parece tener vida. Una vida turbia, eso sí, pero vida al fin y al cabo. Es más de lo que tienen el resto de personas en la vida de Loretta. He allí la razón. No pasa mucho antes de que entre ambos nazca una incipiente atracción. Ronny, peleado por su hermano por un conflicto del pasado y sintiéndose siempre a su sombra, por fin siente que alguien le comprende. Loretta, reprimida y sin esperanza, se ve naturalmente eclipsada por la fuerza varonil y atrevida de Johnny. Rápidamente comienza el affair.

Bueno. Aquí tenemos el argumento perfecto de una telenovela, de esas que generan adicción. Pero, por alguna extraña razón, el guion de Jewison quiere ir más allá. Arroja un par de subtramas interesantes: Rose enamorándose de un extraño transeúnte al sospechar de las actitudes injustas de su esposo; Cosmo que mantiene un affair para escapar de una familia a la que siente que le ha fallado; el abuelo de Loretta que disfruta de una vida plácida paseando a los cachorros iluminado por la luna… No hay un minuto que se pase en aburrimiento. El drama se mantiene sin reparos. Todos los elementos del soap opera funcionan, cada pieza del engranaje parece estar en su lugar: música melancólica, conflictos entre hermanos, una manzana de la discordia, engaños descritos desde el engaño, muchísima emoción. Muchas veces, y sin razón, el melodrama parece haber sido ignorado por quienes defienden el buen cine, visto como exagerado, simplón, un gesto barroco sin verdadero orden. No tiene por qué ser malo. Con Moonstruck sabemos a lo que nos enfrentamos y lo apreciamos, no tanto por la honestidad de lo que vemos, sino por la forma entrañable con la que se narra el conflicto. Agradecemos que, por una vez, se filme con el corazón. 

John Patrick Shanley sabe lo que quiere. Quiere ver conflicto, exageración, drama hasta el hartazgo. Eso sí, no quiere que eso implique caos. Sugiere un texto sencillo, escenas rápidas y precisas, conflictos que se desarrollan de forma paralela, creíble y que no atosigan al públixo. Confía en la audiencia, capaz de entender tramas complejas en cuestión de minutos, entendiendo el subtexto de los personajes sin preguntar mucho, reconociendo cada pequeño gesto, cada menor actitud y respuesta, cada muestra de deseo. Una vez que la audiencia lo capta, entonces el filme sigue su curso. Siguen sus pretensiones y las aceptan con mucho gusto. Naturalmente, necesitamos de personajes que puedan sonar igual de imperfectos que nosotros, que puedan revelar cosas sobre la audiencia, aún sin ser discretos.

Aquí hay toda una revisión sobre la esperanza. El mensaje central del film, como parte de una supuesta tradición italoamericana, desde la religión y la familia, tiene que ver con creer. Creer ciegamente y aferrarse a la creencia. Quizás por eso cada personaje, a su modo, niega su propia agencia y se queda esperando por algún acto superior. Loretta espera que alguien más acabe con la “maldición” que parece entrometerse en su vida. Rose y Cosmo, cada quien, a su modo, esperan a alguien que les ayude olvidar al otro. El propio Johnny espera a lo que diga su enferma madre para decidirse si casarse con Loretta o no. Incluso el propio Ronny parece estar a la espera: se sigue regodeando en su dolor, negando una chance de salir adelante. Cada uno, a su modo, espera su momento. Soportan.

Y por eso, todo el mundo se regodea frente a la luna. La luna, desde su posición privilegiada en el cielo, parece ser lo que resguarda a cada personaje, el motivo de inspiración; una imagen sobrecogedora y atrayente, a la que todos le deben algo, como una madre en el cielo en la que refugiarse. Jewinson elige el momento preciso. A media película, con los conflictos todavía sin resolver, con la audiencia esperando más. Suena la música. Cada uno, desde su espacio, se debe a la luna. Rose la observa con anhelo, con una especie de melancolía que lleva sin orgullo en la mirada. Cosmo, a lo lejos, la observa como un niño observa a su madre, pidiendo respuestas. Loretta, luego de su primera noche con Ronny, la observa con temor, como esperando el castigo. Su abuelo, paseando a los perros, y sin nada que temer, se siente plácido y realizado frente a la Mamma luna, elegante y extraña, posando para los más desfavorecidos. Otros tantos personajes también la observan, todos a la expectativa.

Norman Jewinson conjuga muchos elementos para mantener una puesta en escena picaresca y sentimental. Echa mano a todo el sountrack de música italoamericana clásica, con acordeón y voces en falsetto. Elige a los protagonistas adecuados. Con voz ronca y semblante cínico, Cher engloba a la perfección las tribulaciones de una mujer en sus cuarenta, incapaz de salir de sus propios temores. Somos testigos de su metamorfosis: una mujer que, con la inspiración adecuada, se estiliza, se arregla, se siente bien consigo misma. A su lado, Ronny, que, gracias a la intervención de Nicolas Cage, es un sujeto exagerado, demasiado rudo y demasiado torpe, pero aun así con buen corazón, un confiable galán de telenovela. Junto a los dos, Olympia Dukakis, con su actitud lastimera, pero fuerte, que parece convencernos de su dolor y su resistencia. Todos los actores encarnan su rol con suficiente sinceridad, como si ya hubiesen pasado por los dilemas que ahora viven. Nos lo creemos. Nos creemos toda esa esencia fantasmagórica que rodea Loretta, esa aura de brujería y superstición que parece guiar su vida y la de su familia. 

Con ello, también viene el screwball. El guion tiene demasiados elementos como para que cualquiera se pierda, pero aun parece haber espacio para más. El screwball se basa en el diseño: construir escenarios de forma rigurosa, elaborar esquemas extraños y hacer que los personajes que los habitan sufran el caos. Aquí, los encuentros sobran: Rose y Cosmo encontrándose con sus amantes en plena calle; Loretta y Rose haciéndose los extraños durante la ópera; un desayuno cualquiera con la familia Casttorini que se vuelve un caldero de revelaciones.

Moonstruck cierra su cuento de forma inspiradora, chispeante, vivaz. Algunas relaciones se arreglan y otras son puestas a prueba, algunas personas parecen regocijarse con un final feliz, otras, no tanto. La lección sigue siendo la misma. La familia siempre se mantiene. Pero, más que la familia, la esperanza. En todas las relaciones encontramos el mismo conflicto, la misma temeridad y la misma dinámica de ensayo y error, pero, solo en algunas, las importantes, los personajes parecen aprender de ellas, sentirse agradecidos, ir adelante. Eso consigue Loretta. También el cine.

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Acerca del autor

Anselmi

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