DOS MITADES, UN TODO

[Visto: 725 veces]

Patricio Lynch, el Comandante en Jefe de la fuerza expedicionaria chilena, visitaba en compañía del Almirante francés Du Petit Thouars uno de los hospitales de Lima, luego de la batallas de San Juan y Miraflores que provocaron la ocupación de la ciudad. Lynch, tratando de explicar las causas de la derrota peruana al almirante francés, se acercó a dos heridos peruanos y luego de dirigirles palabras consoladoras, les preguntó separadamente:

” – Y ¿para qué tomó Ud. parte en estas batallas?

Yo, le contestó el uno: “por don Nicolás”; y el otro: “por don Miguel”.

Don Nicolás, era Piérola; don Miguel, el Coronel Iglesias. Dirigió luego la misma pregunta a dos heridos del ejército chileno y ambos le respondieron con profunda extrañeza:

“¡Por mi patria, mi General!.”

Y Lynch, volviéndose a Du Petit Thouars, le dijo:

“Por eso hemos vencido. Unos se batían por su patria, los otros por don fulano de tal”.

Es lo que registra la historia.

“…los otros por don fulano de tal”.

¿Hoy en nuestro país, cuánto ha cambiado esto?

Esta noche, más de un siglo después, los resultados electorales nos podrían llevar a pensar que existen en el Perú dos mitades cada cual con su respectivo general, identificadas como sigue: el antifujimorismo y el fujimorismo; la democracia y la dictadura; la memoria y la falta de esta; la decencia y la indecencia; los ricos y los pobres; la indignación y la insatisfacción; y así. Sin embargo, desde un principio busquemos tener esto en claro, tales interpretaciones deberían ir quedando atrás toda vez que entender una situación tan compleja con extrema simplicidad resultaría por demás insuficiente. Significaría en último caso y una vez más, ser parte de la derrota en lugar de la victoria.

Reflexionemos.

Hoy en el Perú, existe una mitad que nos está haciendo ver todas las debilidades y peligros que nuestra democracia tiene que atender. Hoy existe una mitad que por diversas razones se identifica con lo inmediato y lo práctico, sin detenerse mucho en las formas. Hoy existe una mitad que es la parte vulnerable de nuestra democracia y que en buena medida nos está haciendo notar que el Estado, la justicia y la paz le son conceptos todavía abstractos. Hoy existe una mitad, que entiende como prioritario ese corto plazo, y está dispuesta a sacrificar cosas por ello.

Pero existe también una mitad que entiende que el Estado, la democracia, la justicia y la paz, no deben ser solo un conjunto de principios abstractos que se aprenden para ser repetidos sin mayor coherencia. Hoy existe una mitad que sabe bien que no tendremos mayor oportunidad si es que no logramos materializar dichos ideales. Hoy existe una mitad que nos está haciendo notar que luchará por “esa” institucionalidad. Hoy existe una mitad, consciente de que aquel es el camino largo pero seguro, y está dispuesta a sacrificar cosas por ello.

Ambas mitades, dos caras de una misma moneda.

Una mitad que tiene que recordar que la CVR ha establecido claramente que “el mayor número de víctimas, muertes y desapariciones forzadas, incluyendo los tres picos de 1984, 1989 y 1990, ocurrieron cuando el país tenía gobiernos democráticos, surgidos de elecciones libres, sin exclusión de partidos ni fraudes electorales, por lo menos antes del autogolpe del 5 de abril de 1992”. Tiene que reconocer también que hubo antes de Fujimori un presidente que, al recibir cartas con cuestionamientos de parte de Amnistía Internacional por la forma en que se violaban los derechos humanos en la lucha contra la subversión, señaló tajantemente que dichas misivas irían “directamente al tacho de basura”. Comprender que en términos económicos fue un gobierno elegido democráticamente el que nos llevó a una hiperinflación de 7.650%; y que fue el período comprendido entre 1975-1990 en el que nuestra economía sufrió la crisis macroeconómica más severa del siglo XX. Recordar que un funcionario de Estados Unidos declaró en 1987 que personal del sistema judicial peruano recibía dinero bajo la mesa de parte de abogados y clientes; y que dos años después un informe de la Agencia de Inteligencia de Defensa estadounidense afirmaba que los militares peruanos estaban involucrados con los traficantes de drogas. Esta mitad debe hacer memoria también de cuando el fiscal de distrito de la ciudad de Nueva York, Robert Morgenthau, declaró que dos altos funcionarios del BCR -su presidente Leonel Figueroa y su gerente Héctor Neyra- habían recibido sobornos por tres millones de dólares en operaciones que el propio Alan García conocía y aprobaba.

Memoria, sí. De ese tipo de hechos, también.

Más, la otra mitad tiene a su vez que entender que durante la década del 90 el objetivo de construir una autocracia estuvo por encima de la lucha antisubversiva; que en dicha década tuvimos un gobierno muy popular a la vez que autoritario y corrupto, en el cual se sucedieron el autogolpe de abril de 1992 y el cese masivo de jueces y fiscales. Reconocer también que un buen número de altos oficiales fueron reasignados o pasados a retiro solo por ser incómodos a la red de corrupción; que en ese período se perpetraron las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, cuyos criminales fueron amnistiados por la ley 26479 promulgada por el propio Fujimori y aprobada por el CCD; que se emitieron más de un ciento de decretos legislativos sin la requerida deliberación parlamentaria; que la captura de Abimael Guzmán fue realizada por el GEIN, encabezada por el general Ketin Vidal, quien no pertenecía a la red de corrupción de Montesinos; que la Corte Suprema y la Fiscalía de la Nación fueron utilizados adecuadamente a las necesidades de la mafia.

Reconocer que los jueces se reunían en el SIN para servir a los propósitos del régimen y que en dicha sala se sobornaba a políticos, empresarios, congresistas, autoridades electorales, medios de comunicación, celebridades mediáticas; que el Congreso dominado por fujimoristas se hacía de la vista gorda para investigar violaciones de derechos humanos o la corrupción en sí misma; que se manejaba una prensa amarilla buscando desinformar y manipular a la población; que se pactaba con conocidos banqueros; que en oscuras operaciones se rescataba bancos a costa de los fondos públicos; que se benefició descaradamente a la minera Newmont-Buenaventura en un litigio judicial amañado por Montesinos a cambio de dinero.

Reconocer que con Boloña se firmaron 29 decretos secretos inconstitucionales; que se desviaron fondos de la privatización para actividades ilícitas; que la Caja de Pensiones Militar Policial se convirtió en un instrumento de la red de corrupción; que se pagó precios sobrevaluados por aviones rusos MIG-29; que se le pagó quince millones de compensación a Montesinos; que se utilizaron fondos antidrogas para perpetrar violaciones contra los derechos humanos; que se establecieron vínculos con el narcotráfico al punto tal que se encontraron 174 kilos de cocaína a bordo de un avión DC-8 perteneciente a la fuerza aérea peruana, destinado para uso del presidente; 162 kilos de cocaína en el BAP Matarani y 62 en el BAP Ilo, ambas naves de la marina peruana.

Cambio, sí. De eso y más, también.

Con todo, ambas mitades tienen a su vez que entender que recién en el 2006 el ingreso nacional promedio de un peruano volvió a ser similar al que recibía en 1975; que murieron más de 69.0000 personas durante el conflicto armado, de los cuales alrededor de dos terceras partes eran quechua-hablantes; que durante la evaluación nacional 2004 a estudiantes de 5to. de secundaria se volvió a verificar las deficiencias en comprensión lectora y matemática que subsisten al terminar la escolaridad (solo un 9,8% logra el nivel suficiente en comprensión lectora y un 2,9% en matemática); que la presión tributaria en el Perú (alrededor del 16-17% del PBI) está muy por debajo de los países más avanzados de América Latina (22-23%) y aún más rezagada de Europa (40%); que al día de hoy la delincuencia pasó a ser percibida como el problema principal para la población, seguida de la corrupción.

Hechos todos que no pretenden siquiera señalar la innumerable lista de situaciones sobre las que hay que reflexionar sino tan solo servir como ejemplos puntuales aunque significativos, de un conjunto de hechos sobre los que ambas mitades tendrían ya que obtener inobjetables enseñanzas.

Y no se trata solo de la historia.

Porque una mitad debe entender que a la fecha nuestra economía es saludable en lo macro, pero frágil en lo demás; que el desarrollo rural es una agenda pendiente; que durante el período 2007-2012 la probabilidad de salir de la pobreza de un pobre urbano ha sido el doble que la de un pobre en la sierra rural; que el número de movilizaciones, bloqueos de carreteras, plantones y tomas de locales, sumaron un total de 99 en la década del 80, 118 en la del 90 y un alarmante 294 en la del 2000; que hoy no es difícil hablar de un Perú oficial y un Perú profundo, uno de inclusión y otro de exclusión. Y así, tantas otras cosas más. Dicha mitad, debe pues comprender con toda claridad que existe otra mitad que se reclama insatisfecha y que una forma de política basada en un clientelismo moderno ha sido validada, una fórmula sustentada en toda esa exclusión a la que hacemos mención. El fujimorismo nos ha demostrado con creces que la política tiene que estar conectada con “ese” Perú profundo. Aquella mitad debe entender que hoy es precisamente una mitad gracias al apoyo decidido de Verónika Mendoza; debe también darse cuenta que nuestros valores democráticos están en riesgo y que existe en nuestro sistema una debilidad cada vez mayor que puede ser todavía aprovechada por un mejor postor. Debe comprender que sin acciones claras y concretas al respecto, sin verdaderas semillas hacia el desarrollo el riesgo permanecerá intacto y seguirá creciendo, poniendo en juego todo lo que hasta ahora hemos recuperado.

Conciencia, sí. De eso también.

Más, la otra mitad debe entender que al día de hoy un 44% considera que es muy creíble que la campaña de Keiko Fujimori haya sido financiada en parte con dinero del narcotráfico. Sensación que genera indignación en la otra mitad. Indignación, no odio como más de uno se ha animado a pensar. Indignación, aquella capacidad de denunciar, protestar y resistir, de saber decir no, y de hacer frente a todo aquello que no resulte legítimo. Al respecto, aquella mitad debe reflexionar que una sombra oscura todavía persiste sobre la opción que sustentan y que si bien nadie en su sano juicio puede considerar que tal sombra representa a toda esa mitad ni mucho menos, lo cierto es que toda sospecha les juega en contra. Más, cuando está probado que es la institucionalidad la que sostiene un crecimiento prolongado y resistente a alguna volatilidad internacional. Y debe empezar a aceptar que dicha institucionalidad no se construye con dudas, con desconfianza, con temores vigentes. Dicho de otra manera, debe quedar claro que no se siembra un árbol sobre tierra estéril, no se cura una herida sin primero limpiarla, y no se merece una nueva oportunidad sin un perdón sincero. Esto es, sin acciones claras y concretas al respecto, sin verdaderas semillas de lucha en contra de todos esos delitos, violaciones y atrocidades que perduran en la memoria de los peruanos, es insensato arriesgar lo que hasta ahora se ha recuperado.

Rostro nuevo, sí. De eso también.

Y así, los líderes, actores políticos, partidarios, simpatizantes y electores todos debemos recordar que si bien entre 2004 y 2012, la pobreza en términos puramente monetarios se redujo a menos de la mitad y que durante la última década tuvimos la inflación más baja de América Latina; es cierto también que de cada 10 peruanos no considerados pobres, 4 de ellos lo son para todo efecto práctico. Deben además tener presente que en el 2013 la CEPAL determinó que casi el 40% de la PEA urbana en el Perú tenía un empleo vulnerable; que la productividad de nuestra economía medida en términos PTF recién pudo recuperar en el 2008 los niveles que tenía en 1962; que el crecimiento de nuestra economía no es garantía de verdadero desarrollo si solo seguimos dependiendo de nuestras materias primas. Que no es posible dejar de reconocer a los que no votaron igual que nosotros, porque es sabido que una polarización produce una mayor exclusión y marginación social. Que de una vez por todas se tiene que poner el énfasis debido en la mejora de la educación como pilar generador de ventajas competitivas. En definitiva, se debe entender que no se puede arriesgar todo lo ganado, y que tanto nos ha costado.

Reflexionemos, porque si no entendemos bien esto, en unos años más alguien nos preguntará ¿por qué el Perú perdió la guerra contra la injusticia, la violencia, la desigualdad, el subdesarrollo? Conversemos, porque si no entendemos bien esto, en unos años se nos volverá a hacer esa pregunta, y derrotados como aquel soldado peruano cualquier respuesta solo resultará ilógica. Actuemos, porque si no entendemos bien esto, en unos años más, tanto la indignación de una mitad como la insatisfacción de la otra, no tendrán más remedio que transitar hacia la frustración. Y eso, frustración, será lo único que dejaremos a nuestros hijos. ¿Pero, por qué perder la oportunidad?

Por todo eso y más, juntos empecemos de una vez.

Puntuación: 0 / Votos: 0

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *