Alguien que también ha sido niño algún día. Una persona que empezó a correr detrás de sus sueños. Un ser humano que asumió una gran responsabilidad. Alguien que dejó de andar a toda prisa para evitar que un hijo se le pierda. Un padre, que cambió los riesgos y las emociones por la seguridad de los suyos. Un padre, que no pudo hacer todo solo, pero que supo apoyarse en alguien. Con amor, fe y sacrificio. Un padre que mientras sus hijos crecían, él los ha cuidado; mientras jugaban, se ha visto reflejado; y mientras maduraban, él ha soñado.
Todo esto lo sabe un padre, aunque a veces se produzca una distancia con su hijo, un alejamiento de algún tipo, uno que de manera simbólica las Sagradas Escrituras nos expresa como sigue: “…Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano…” (Evangelio de San Lucas, capítulo 15, versículos 11-13)
Y es que en realidad, todo padre ve un día a su hijo partir, pues entiende que a todo hijo le toca ir, para así su vida vivir. Porque llegado el momento, un padre sabe que tiene que ser así, y a pesar que le desea un camino sin errores, espera estar allí, con su mano extendida hasta el fin; porque además él ha pasado por eso y comprende que equivocarse es parte del sentir con el cual se aprende también a vivir.
En esa distancia, al estar un hijo lejos, un padre no sabe más que desearle lo mejor. Aunque más de una vez dicho deseo no alcance para que realmente suceda así. Al respecto, a veces resulta como nos dice el evangelio: “…cuando ya había gastado todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y empezó a pasar necesidad. Fue a buscar trabajo, y se puso al servicio de un habitante del lugar que lo envió a su campo a cuidar cerdos. Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba algo.” (Lucas, capítulo 15, versículos 14-16)
Porque un padre es además quien no duda en brindarle ayuda a su hijo, porque al haber pasado por eso, sabe también que llega el momento en el cual ya no hay nada que perder, y es que la vida te da, la vida te quita. Sin embargo, él siempre podrá dar aquello que ya solo el fin de su tiempo le podrá arrebatar, su aprendizaje, su experiencia, su comprensión. Porque también lo que ha vivido le ha enseñado a utilizar lo material con el corazón, y es que aprendió a encontrarle allí su valor.
“…Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó. Entonces el hijo le habló: “Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus servidores: “¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.” Y comenzaron la fiesta.” (Lucas, capítulo 15, versículos 20-23). Es pues un padre, aquel abrazo sincero, quien te escucha con el corazón y siempre te da la bienvenida con absoluta convicción, porque sabe que darlo todo es también ganarlo todo.
Feliz día todos aquellos quienes su conducta resulta el mejor ejemplo de lo que significa la palabra “padre”. A los que tienen la oportunidad y el privilegio de entenderlo, de disfrutarlo, de dignificarlo, porque un verdadero padre siempre está allí, con el corazón cerca de su hijo, un corazón el cual la distancia se hace nada, el tiempo no pasa, y todo se perdona, para su hijo. Porque además, incluso si por circunstancias de la vida esto no fuera exactamente así, en su presencia o ausencia, pretendiéndolo o no, un hijo siempre aprende algo de su padre, y más de una vez, aquello que aprende, resulta de lo más importante.
Nota:
1. Imagen del niño y padre tomada de jaki good en Flickr.
2. Imagen de “El regreso del hijo pródigo”, obra de Rembrandt, tomada de aquí.
3. Henri Nouwen escribió un libro, El regreso del hijo pródigo, basado en la contemplación del cuadro de Rembrandt, conservado en el Museo del Hermitage de San Petersburgo. Un libro que me llegó como un regalo especial, en un momento muy particular. Claudia, una vez más, gracias por eso.