Rol de mujer y madre, nuestra ecuación pendiente

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Es el ser humano que nos trajo al mundo, a la vida, a la posibilidad de existir. Aquel que desde mucho antes de que naciéramos nos brindara un espacio de su ser para nuestra primera morada. Aquella mujer que nos viera llorar al nacer y que cuidara de nosotros en nuestros momentos más indefensos, la que nos entregara su tiempo, su sacrificio, su amor. Cada uno sabe de ellas. Son nuestras madres. Las mismas que vemos a diario. Son parte de nosotros, de lo que hacemos, de lo que vivimos. Las vemos también en nuestro centro de labores, nos comunicamos con ellas, son varias nuestras colegas, nuestras colaboradoras, nuestras superiores, nuestras amigas. Están allí cumpliendo con sus labores, pero a la vez somos testigos de que coordinan las citas médicas de sus hijos, conversan por teléfono a diario con ellos, ven sus temas del colegio, ajustan sus días libres en función a las vacaciones de sus hijos, llaman a sus casas, se preocupan de que todo camine bien en su hogar. Y tantas otras cosas más que demuestran un derroche de capacidad, amor y compromiso, llevándonos por un momento a preguntarnos lo siguiente: ¿qué supone el rol de madre -y el de padre- en los tiempos de hoy?. Aquí probablemente más de uno es testigo de algún caso en el que la responsabilidad del hogar, con todo lo que ello supone, es bastante equilibrada entre mamá y papá; sin embargo, estimados lectores, y sobre todo caballeros padres de familia: ¿cómo lo ven ustedes?, ¿cómo lo manejan?, ¿en qué parte de la ecuación se encuentran?.

Hoy, segundo domingo de mayo, fecha en que el calendario define un día particular para rendir homenaje a este ser tan especial, conviene reflexionar sobre el significado y valor que realmente le damos a este rol tan importante tanto para la vida de cada uno de nosotros como para la sociedad en su conjunto. Estamos hablando del rol de madre, uno que pueda mantener siempre la debida coherencia con el rol de mujer, para bien de ellas, de nosostros mismos, de nuestras familias y también de nuestra sociedad. Una ecuación completa y satisfactoria. Para esto, detengámonos un momento a revisar un par de situaciones simbólicas que nos ayuden a este propósito.

La primera de ellas, está referida a un hecho histórico en nuestro país, ocurrido hace muy pocas semanas con motivo de la puesta en cartelera de una película peruana. Me estoy refiriendo a “Asu Mare”, la cinta nacional cuyo estreno superó los 152 mil espectadores para convertirse así en el filme más taquillero de todos los tiempos en el Perú, desplazando nada más y nada menos que a otros tantos éxitos extranjeros como “La Era del Hielo 4”, “Harry Potter”, “Crepúsculo”, “El Hombre Araña”, “Batman” y “Transformers”. Aquí, la figura de la madre que hace hasta lo imposible aún a despecho de una clara y completa ausencia del esposo, para lograr que su hijo se convierta en un ciudadano de provecho, nos muestra una realidad, una simple pero clara, una que es cierta y que probablemente veamos todos los días, en nuestros hogares o a nuestro alrededor, una que finalmente todos entendemos, porque cuando menos la hemos visto y hasta quizás vivido de cerca,  quien sabe si muy de cerca.

La segunda viene referida a un estudio publicado este año por el Instituto de Opinión Pública de la PUCP (IOP PUCP), que fue producto de una encuesta realizada en diciembre del 2012 entre 1.203 personas, hombres y mujeres de 18 años o más, habitantes de 19 regiones en nuestro país. Dicha publicación reveló que “para el 91,7% de las personas encuestadas, tanto el hombre como la mujer deberían contribuir a los ingresos familiares. Pero ¿qué implica esta contribución en el caso de la mujer en relación con los roles del hogar? Pese a lo avanzado en el reconocimiento de la mujer como generadora de ingresos para el hogar, a la par que el hombre, el rol de madre parece prevalecer; de ahí que para el 63,1% de las personas encuestadas la vida familiar se perjudique si la madre trabaja a tiempo completo, y para el 60,6% una mujer que es madre solo debería trabajar a tiempo parcial.”

De estos dos ejemplos, si bien es cierto que se pueden realizar análisis e interpretaciones desde distintos puntos de vista, ciertamente es curioso notar la manera en que ambos suponen -y manifiestan- todavía la responsabilidad de la vida familiar como una función que recae primordialmente en el rol de la madre. Es decir, el hecho que se considere que el trabajo fuera de casa de la madre sea algo que sí afecte la vida familiar, es como querer otorgarle solamente a ella gran parte de la responsabilidad del éxito del hogar como tal, y más aún, cuando se plantea que solo debe trabajar a medio tiempo si es que existen hijos en la familia. Como si estas responsabilidades, tanto del hogar como la de los hijos mismos, fuesen solo una exclusividad propia del rol de madre. O será que acaso ¿no lo son también del padre?.

Una explicación que puede resultar antojadiza sería ver esta situación como una señal clara del machismo existente en nuestra sociedad, y aunque sería una posición válida es cierto también que dicha identificación no sería suficiente si es que de intentar mejorar este panorama se tratara. Es decir, si bien es cierto que tal y como lo publicara el mismo IOP PUCP en otro estudio del 2010, “más del 65% de encuestados en Lima considera que nuestra sociedad es machista. Percepción y cifra que no ha variado desde hace cuatro años”, (a la pregunta: “¿En su opinión, qué tan machista es la sociedad peruana hoy en día?”, las respuestas que estuvieron entre “Muy machista / Bastante machista”, fueron para el 2007 de un 72%, en el 2008 un 67%, en el 2009 subió a 76%, mientras que en el 2010 fue del 67%), también es cierto que dicha investigación encontró que “más del 50% de encuestados cree que hay igualdad de oportunidades para un mujer, de conseguir empleo, de ganar un buen salario, asumir un cargo público y de acceder a una buena educación.” He aquí el aspecto clave, la educación.

Esto es, mejoraríamos mucho en este tema si es que hiciéramos posible una buena educación, una que sea oportuna y valiosa tanto en la ciudad como en el campo. Una educación que sea realmente un derecho para todos, una que permita a cada educando aprovechar al máximo sus capacidades y oportunidades, una que se enfoque en el desarrollo de las personas para llegar a ser y no tanto para llegar a tener. Un proceso que empieza en casa, y que por tanto constituye una tarea del padre y de la madre, así por igual. Un proceso del cual la sociedad en su conjunto tampoco es ajena, allí es donde intervenimos todos desde nuestras propias acciones, haciéndolo viable o complicándolo todo, porque si bien ya solamente el no querer verlo, es complicarlo, pues el no querer hacer algo es además condenarlo. ¿Es eso lo que buscamos?

Hay que tener en cuenta que esto no constituye un asunto menor, sino más bien todo lo contrario, puesto que dicho de otra manera, significa que si no empezamos a entender correctamente el rol de madre, estaremos en consecuencia desdibujando también el rol de padre. Y así de esta manera, haciendo lo propio con el concepto de familia, de hogar, de sociedad. Si al igual que quien escribe, realmente no quieres nada de eso, pues empecemos -o continuemos con más ganas- desde hoy, en que estaremos seguramente reunidos con la familia, abrazando a nuestras madres, a vuestras esposas, a vuestros hijos. Hagamos esto por ellas, nuestras mujeres y madres, porque sabemos bien que así se lo merecen. Sabemos además que no existimos sin ellas, pues así empezó todo. Caballeros, ustedes me entienden. Hagamos nuestra parte y luego, tanto mujeres como hombres, trabajemos y busquemos esa mejor educación. Contribuyamos todos a eso.

Finalmente, mujeres y madres, para ustedes ¡feliz día!. Muchas gracias por todo lo que nos dan, por todo lo que significan y por todo lo que valen.

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