El mundo gira constantemente, y nosotros con él. Gira como las agujas de un reloj, a su tiempo y en su tiempo, haciendo que pasemos de contemplar las estrellas a despertar con el sol, inevitablemente, todos los días. Porque el tiempo también avanza, y cuando lo hace ya no puede retroceder. Girar, avanzar, moverse. Hace muchos años, en las épocas en que el mundo solo podía entenderse bajo la contemplación de aquello que sucedía, aproximadamente por los 250 a.C., Arquímedes, el gran personaje griego, dijo: “Denme un punto de apoyo y podré mover el mundo”. Eso, un punto de apoyo, aunque para entregar algo así primero hay que encontrarlo.
Nací un curioso primero de enero y probablemente como les sucede a muchos niños, durante un tiempo mi pregunta favorita era el “¿por qué?”. Y así, por unos años, viajar fue uno de los mejores pretextos para conocer. Buscar los lugares que aparecían en los libros, en la historia, en mi mundo. Pisar el mismo suelo donde se habían sucedido los hechos, donde había vivido alguien, donde todo -o algo- había cambiado. Pero un buen día comprendí que no es suficiente con conocer, cuando lo que se necesita también es comprender.
Intenté entonces otro tipo de viajes, y lo hice así hasta que nuevamente algo no anduvo bien. Viajar estaba siendo sinónimo de escapar. Pero escapar de quién o de qué. Nuestro yo siempre va con nosotros y la vida que vivimos también. ¿Dejar quizás de lado y por un momento una parte de nuestro ser?. Ante eso, la respuesta que encontré -y puede que me equivoque- fue que nuestra mochila lleva siempre de nosotros, tanto lo que nos gusta como también aquello que quisiéramos fuese mejor. Porque en realidad nuestra vida es un viaje constante, pero sea lo que sea que busquemos conocer y comprender a lo largo de él, ayuda mucho -para girar, avanzar, moverse- el aceptar que no somos el centro del universo, sino más bien, una parte de él, con sus virtudes y defectos, tal cual. No tenerlo claro lo desequilibra todo. Entender que somos una parte importante para algo, según nuestro momento, tal y como le sucede hasta al mismo sol en cada ocaso del atardecer, es determinante. Porque luego del conocer y comprender, una vez en equilibrio, se nos da mejor el hacer y con ello la posibilidad de entregar. De dejar siempre, eso bueno que hay en nosotros.
Fue entonces que escribí lo siguiente:
Con todo eso hoy los viajes son pues, también hacia mi interior, porque como decía Arquímedes, más de una vez solo necesitamos encontrar ese punto de apoyo, esa fuerza, esa motivación, esa gran y vital energía, con la que luego uno hace girar su mundo a su tiempo y en su tiempo, para así además poder compartirlo, agradeciendo lo que se ha recibido. Hace más de 100 años, “una mañana de junio de 1905, Einstein ingresó a la oficina de Annalen der Physik (publicación científica) en Zurich-Suiza y colocó en el escritorio del director 30 páginas de un manuscrito”. Se trataba del inicio de su obra, una que entre otras tantas cosas concluiría -al respecto de la energía- lo siguiente: “la energía no se crea ni se destruye, simplemente se transforma”. En mi caso, diría que tenía toda la razón.
Quizás a ustedes, les pase igual.
“Solo quiero regalar
un trocito de mi verdad,
solo quiero entregar
todo lo que he pasado, lo que llevo guardado en mí.
Somos un trozo de vida
la parte más viva del gran universo
también lo peor,
virtud y caída
verdad y mentira
con capacidad de dar amor
eso es lo que quedará, lo que tú puedes dar.“
NOTA:
Este post nace de una sugerencia recibida por una persona muy especial. Debo añadir además que este nuevo tipo de escritos estarán acompañados todos ellos por una canción, porque un viajero lleva también música en su alma, que es libre, y de la cual seguramente es su fiel esclavo, uno que baila. Es así entonces, que tal y como le decía Honoré a Zarité, termino esta nota:
“Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre… mientras baila.”