PUCP e Iglesia: El bien común con sentido común

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«En la época en la que los hermanos Wright inventaron el aeroplano, las leyes estadounidenses establecían que el dueño de una propiedad presuntamente poseía no solo la superficie de sus tierras, sino todo lo que había por debajo hasta el centro de la tierra y todo el espacio por encima, hasta “una extensión indefinida hacia arriba” […] En 1945, […] cuando Thomas Lee y Tinie Causby, granjeros de Carolina del Norte, empezaron a perder pollos debido a aeronaves militares que volaban bajo (los pollos aterrados aparentemente echaban a volar contra las paredes de los cobertizos y morían), los Causby presentaron una demanda diciendo que el gobierno estaba invadiendo sus tierras. Los aviones, por supuesto, nunca tocaron la superficie de las tierras de los Causby. […] El Tribunal Supremo estuvo de acuerdo en oír el caso de los Causby. El Congreso había declarado públicas las vías aéreas, pero si la propiedad de alguien llegaba de verdad hasta los cielos, entonces la declaración del Congreso podría ser vista como una “incautación” ilegal de propiedades sin compensación a cambio. El Tribunal reconoció que “es una doctrina antigua que según la jurisprudencia existente la propiedad se extendía hasta la periferia del universo”. Pero el juez Douglas no tuvo paciencia alguna con respecto a la doctrina antigua. En un único párrafo, cientos de años de leyes de propiedad quedaron borrados. Tal y como escribió para el Tribunal:

[La] doctrina no tiene lugar alguno en el mundo moderno. El aire es una autopista pública, como ha declarado el Congreso. Si esto no fuera cierto, cualquier vuelo transcontinental sometería a los encargados del mismo a innumerables demandas por allanamiento. El sentido común se rebela ante esa idea. Reconocer semejantes reclamaciones privadas al espacio aéreo bloquearía estas autopistas, interferiría seriamente con su control y desarrollo en beneficio del público, y transferiría a manos privadas aquello a lo que solo el público tiene justamente derecho» (2005, Lawrence LESSIG, «Free Culture: How Big Media uses Technology and the Law to lock down Culture and control Creativity». Traducción de Antonio Córdoba / Elástico, corregida por Daniel Alvarez Valenzuela. Chile: LOM Ediciones).

Empiezo el presente texto con la presentación de un caso a todas luces complejo para aquella época y que bien pudo culminar en una solución injusta al día de hoy si es que no se hubiese recurrido al sentido común. Digo esto último, pues el Tribunal ya había reconocido que a los Causby les asistía la razón. Sin embargo, habiendo transcurrido unas décadas de aquella posición del Tribunal, nos queda claro que el buen criterio hizo bien en rebelarse ante esto, porque al hacerlo impidió que intereses particulares se antepongan a lo que sin lugar a dudas constituía una ganancia pública, incluso si para ello era necesario actualizar la ley.

Así como en el ejemplo anterior, cualquier disputa, por más simple o compleja que sea, pierde su capacidad de justa solución si las partes en disputa dejan de lado el sentido común. Es claro además, que las leyes se dan en un contexto, pero cuando el contexto cambia, es necesario revisar la ley, siempre con sano juicio y en aras de un bien común.

Padre Jorge Dintilhac SS.CC.
Padre Jorge Dintilhac SS.CC.
(Imagen tomada de página PUCP)

Para el caso que nos toca considerar a continuación, es necesario tener en cuenta que si el Padre Jorge Dintilhac hubiese pretendido crear en 1917 un seminario o un convento, pues lo habría creado como tal, pero esto no fue así; en realidad, lo que él quiso fue que se creara la Universidad Católica. “Universidad” y “católica”, dos palabras que tienen un profundo sentido por separado, pero que juntas adquieren un significado aún mayor: un sentido sin igual.

En cuanto a esto, dice bien el Arzobispado de Lima, en su página web, cuando señala que en 1916 ya existía una urgencia por crear una Universidad Católica y cita para esto un testimonio del Padre Dintilhac: “Allá en 1916 parecía que la fe católica estuviera a punto de desaparecer en las esferas sociales de Lima y del Perú. Los colegios religiosos que entonces existían trabajaban con muy escaso fruto, pues la mayoría de sus alumnos, al poco tiempo de haber abandonado las aulas escolares, se declaraban ateos, o por lo menos indiferentes en materia religiosa (…) Tan solo existía un remedio puesto en práctica en muchos países, y consistía en fundar una universidad, una Universidad Católica”. Palabras del Padre Jorge Dintilhac. (Cfr. DINTILHAC, Jorge. Fundador de la Universidad Católica. “Cómo nació y se desarrolló la Universidad Católica del Perú, 30 años de vida (1917-1946)”. Lima, Perú. 1947, p. 7). (Fuente: http://bit.ly/MRnwKg)

Al respecto y de la misma manera, señala también monseñor Dammert en su libro “Los primeros años de la PUCP”, lo siguiente: “Los alumnos formados en el colegio jesuita de la Inmaculada y en el colegio de los Sagrados Corazones Recoleta, al ingresar a la universidad se compenetraban con las enseñanzas que se impartían, abandonaban las prácticas religiosas y se volvían positivistas. En este contexto, surge la inquietud, entre los padres de los Sagrados Corazones, de fundar un centro superior de inspiración católica que ofreciera un clima favorable para que los jóvenes recién egresados pudiesen mantener y perfeccionar su fe cristiana. Quien toma la iniciativa y lleva adelante esta inquietud -y pone sus máximos esfuerzos en lograr su concreción y florecimiento- es el padre Jorge Dintilhac.” (pág. 20). Como bien se puede apreciar, ambos testimonios hablan claramente de formar una “Universidad de inspiración católica”. Pero, ¿por qué la preocupación con el positivismo de aquella época? Pues bien, “el positivismo es una corriente o escuela filosófica que afirma que el único auténtico es el conocimiento científico, y que tal conocimiento solamente puede surgir de la afirmación de las teorías a través del método científico.” (Fuente: http://bit.ly/14WTFj). Se trataba, entonces, de refutar ciencia con ciencia, pero sin perder la fe. Esto es, hacer frente al positivismo y cientificismo de la época, tanto con la mente como con el corazón. Algo que, además, es reconocido por el Arzobispado de la época, cuando Dammert también escribe: “…El boletín oficial del Arzobispado de Lima, denominado El Amigo del Clero, en su número del 1 de abril de 1917, publicó el decreto supremo mencionado con el siguiente gorro: Uno de los ideales acariciados por los católicos ha sido el establecimiento de una Universidad donde los jóvenes se nutran con la sana doctrina y puedan adquirir la ciencia sin perder la fe…”. (pág. 56)

Luego, el Arzobispado menciona también que la creación de la facultad de Letras es la antecesora de la Universidad Católica. (Fuente: http://bit.ly/MRnwKg). Totalmente cierto. Sobre esto mismo, Dammert nos cuenta: “La inquietud por la formación cristiana de la juventud egresada de planteles católicos, amenazada tanto por el positivismo como por el cientificismo vigente en la Universidad de San Marcos, llevó al padre Jorge Dintilhac, profesor en el colegio la Recoleta, a fundar la Asociación de Jóvenes Católicos. (…) Al respecto, Javier Correa Elías recuerda de que el padre Jorge: “En una de las frecuentes reuniones de la A.C.J. nos anunció un día que de ellas tendría que salir la Universidad Católica del Perú… (Correa, 1960).”(pág. 35). Sin embargo, tremendo objetivo, el cual apuntaba a la creación de una “Universidad”, no fue una tarea particularmente fácil. Ante esto, Dammert da testimonio del “Resumen histórico de la Universidad”, escrito por el propio Padre Jorge Dintilhac, cuando cita lo siguiente: “Con todo, llegado a este punto, me pareció tan superior a nuestras fuerzas la creación de una universidad, me veía tan solo y desamparado por muchos elementos católicos, que estuve a punto de juzgarla como un fracaso casi seguro. Y por lo mismo que nuestros recursos eran tan escasos y que, de seguro, la fundación de una Universidad Católica iba a levantar una ola de protesta y una oposición que nos arrollaría, determiné no fundar una universidad, sino tan solo una sola Facultad (…) redacté la solicitud respectiva, en la que se pedía al gobierno tuviera a bien: 1. reconocer la creación de la nueva Facultad de Letras con el nombre de Academia Universitaria y 2. que se sirviese establecer alguna forma de examen oficial. (…) quince días después, recibí la contestación. Era un Decreto Supremo en el que: 1., se reconocía la fundación de la nueva Facultad privada de Letras con el nombre de Academia Universitaria y 2., que en lo respectivo a exámenes se había pedido informe a la Universidad Mayor de San Marcos. Con esa respuesta se derribaba como un castillo de naipes nuestro proyecto tanto tiempo acariciado, pues era de temer que el informe pedido a la Universidad Oficial nos fuera adverso o que no se daría jamás. Y, entonces, ¿en qué situación quedarían nuestros estudiantes al acabar sus dos años de Academia? ¿Qué alumnos íbamos a tener, si no había ninguna seguridad de oficializar sus estudios? Era preciso buscar a todo trance una solución a esta dificultad, so pena de ver a nuestra Academia morir al nacer. (…) determinamos convertir la Academia en Universidad libre, con lo cual se conseguían ventajas inapreciables y se restaba importancia al informe solicitado a la Universidad Mayor de San Marcos. (…) Anunciamos la creación de la Universidad Católica en las Facultades de Letras y Jurisprudencia, instando a los estudiantes a inscribirse en el 1. año de las mismas […] Para contrarrestar nuestra propaganda, publicaron nuestros contrarios en los periódicos de mayor circulación largos artículos en que se presentaba a la nueva Universidad Católica como un peligro nacional, pues iba a dividir a la juventud, a formar estudiantes en un espíritu opuesto al progreso y a la futura grandeza del país, a aumentar todavía el número de abogados que era ya superior a las necesidades de la nación, etc. […] Y para dar el final a la nueva institución, los adversarios usaron un método nuevo y llamativo que consistió en publicar varios avisos anónimos con letras de molde en los que se advertía al público que la titulada Universidad Católica carecía de carácter legal ya que era una simple Academia Universitaria, no pudiendo por lo tanto los matriculados en ella incorporarse en las Universidades Oficiales.” (págs. 39-44)

Como decíamos, una situación ciertamente difícil aquella de los inicios de la Universidad Católica; sin embargo, incluso ante dicha situación, ningún alumno del colegio la Recoleta (local inicial de funcionamiento de la nueva universidad) recibió algún tipo de presión por parte del Padre Dintilhac para matricularse en el nuevo centro de estudios. Acerca de esto, Dammert nos vuelve a contar lo siguiente: “Luis Alberto Sánchez, importante figura de las letras y política nacional, al conmemorar los 75 años del establecimiento de dicho plantel, con gran sensibilidad, delicadeza y reconocimiento, expresó: “Debo declarar aquí algo que, en la medida del tiempo transcurrido, avaloro más y más: nunca en los nueve años en mi permanencia en las aulas recoletanas (toda la primaria y toda la secundaria) recibí una sola insinuación, mucho menos una presión, para que me adhiera o afiliara a un grupo, asociación, partido o movimiento promovido por nuestros maestros. Al contrario, inclusive al fundarse la Universidad Católica, en 1917. El padre Jorge, su propulsor y primer Rector, apenas si nos formuló a los que abandonábamos el colegio en 1916, una cortés invitación para considerar en nuestros planes universitarios inmediatos la posibilidad de ingresar a la nueva entidad docente. Repito: fue solo un anuncio sometido a nuestra libre determinación. No hubo más. (Sánchez, 1968).” (pág. 48). Como si esto no fuera suficiente, añade monseñor Dammert: “El único recoletano que se inscribió en el primer año de Letras en 1917 fue Carlos Franco Vargas (…) En 1918 hubo, además, otros dos recoletanos que se matricularon en Letras. Fueron Isidro Ugaz Murillo (promoción 1912, nacido en 1895) y Luis A. Sousa-Ferreira Basagoitia (promoción 1917, nacido en 1899), ambos limeños.” (pág. 50)

Pues bien, como hemos visto hasta ahora, la creación de la Universidad Católica fue claramente objetada en la época y hasta impugnada en cuanto a su legalidad. Fue hasta tal punto todo esto que el padre Jorge Dintilhac escribiría en su resumen histórico, y según testimonio en el libro de Dammert, lo siguiente: “Se hacía indispensable conseguir una declaración autorizada que reconociera la legalidad de la Universidad y desvaneciera todas las argucias y sofismas que se propalaban en su contra. El medio más corto y eficaz era dirigirse al gobierno reclamando de él el reconocimiento oficial del Nuevo Centro de Estudios Superiores. Así lo hicimos a principios de marzo de 1917 (Dintilhac, 1947, pp. 10-11) […] La respuesta fue dada por Decreto Supremo el 24 de Marzo de 1917 en la forma siguiente: “Se resuelve: 1. Que en la Sección respectiva de la Dirección General de Instrucción se tome nota del establecimiento de la Universidad Católica con las dos Facultades citadas, para los efectos de la segunda parte del ya citado art. 402 -(se refería a la inspección del Consejo Superior)-; y 2. Dar por retirada la petición a que se refiere el segundo considerando de esta resolución”. Firmaban el Dr. José Pardo, Presidente y el Sr. Valera, Ministro. Este Decreto Supremo del Dr. José Pardo fue el que dio vida a la Universidad Católica, el que llenó de júbilo nuestros corazones y sembró el desaliento en las filas de nuestros contrarios (Dintilhac, 1947, p.11).” (págs. 51-55). Nos cuenta además Dammert que en el discurso inaugural de la Universidad, el Padre Jorge Dintilhac enfatiza lo siguiente: “El ideal que propondrá a sus alumnos será el cristiano que nos hace libres y lleva a los pueblos al verdadero progreso (Dintilhac, 1998, pp. 14-15).” (pág. 61)

Con todo esto, podemos ver que la creación de la Universidad Católica tuvo un contexto no solo de fe sino también de ciencia, en donde ambas buscaban contribuir al bienestar común, la libertad y el progreso de los pueblos. Universidad y catolicismo. ¿Discordancia? Ninguna.

Seguidamente, en la misma página web, menciona también el Arzobispado las leyes de la época bajo las cuales se creó la Universidad Católica. Es así como menciona que en 1917 la Constitución Política Peruana vigente era la de 1860, “en la cuál se señala expresamente en el título II “De la religión” en el artículo IV que “la Nación profesa la Religión Católica, Apostólica, Romana: el Estado la protege, y no permite el ejercicio público de otra alguna”. (Cfr. Constitución Política del Perú de 1860, Título II, artículo N°4: De la religión) (Fuente: http://bit.ly/MRnwKg). Al respecto, imagínense que ahora, en el 2012, el Estado peruano no permitiera el ejercicio público de otra religión que no sea la católica. Ciertamente, sería a todas luces una norma fuera de todo contexto. Entonces bien, guiado por el sentido común, esa ley cambió, para el bienestar común, dicho sea de paso. La página en mención indica también que “la legislación canónica vigente en ese entonces señalaba que para erigir una persona moral colegiada se requerían tres personas físicas. Por eso intervienen otros católicos en el acta de fundación de la Universidad Católica. Las normas eclesiásticas expresaban que “solamente la Iglesia tiene derecho a formar escuelas católicas”. ” y luego en otro apartado menciona además que el primero de marzo de 1917, “la Congregación de los Sagrados Corazones funda la Universidad Católica, con aprobación del Arzobispo de Lima, Monseñor Pedro Manuel García Naranjo. Por lo tanto, desde su origen está vinculada a la Iglesia y cuyos bienes son públicos eclesiásticos. Para la legislación eclesiástica vigente en esa fecha, toda institución fundada por la Iglesia es de naturaleza pública eclesiástica. (Cfr. Normas canónicas vigentes en la creación de la Universidad Católica)”. (Fuente: http://bit.ly/MRnwKg)

Hasta este momento, en todo lo que venimos mencionando queda clara la iniciativa, coraje y valentía que tuvo el Padre Jorge Dintilhac para la creación de la Universidad Católica; así como también tiene que quedar clara su preocupación por el respeto a las leyes de aquel tiempo, tanto la peruana como la propia de la Iglesia. Entonces, si el derecho canónico vigente en esa época establecía que solo la Iglesia tenía el derecho a fundar una escuela católica, pues no había otra manera, con lo cual se entiende que la Congregación de los Sagrados Corazones, a la que pertenecía el Padre Jorge, haya participado de la fundación de la Universidad Católica. De la misma manera, es bien clara la información del Arzobispado cuando dice que “para la legislación eclesiástica vigente en esa fecha, toda institución fundada por la Iglesia es de naturaleza pública eclesiástica.”. Detengámonos un momento en ese tiempo, observemos por ejemplo, en términos de autoridad eclesiástica, qué más pasaba en esa época, ¿cómo es que se elegían a estas autoridades? Al respecto, cabe mencionar, que esas mismas leyes que limitaban la libertad de culto por ese entonces establecían también el derecho del Estado peruano a intervenir en la elección de obispos y arzobispos. (“Artículo 94.- Son atribuciones del Presidente de la República: 15. Ejercer el Patronato con arreglo a las leyes y práctica vigente. 16. Presentar para Arzobispos y Obispos, con aprobación del Congreso, a los que fueren electos según la ley”, Fuente: http://bit.ly/MbXTFI). Así también, había países en los cuales el Vaticano proponía la lista para la elección de sus autoridades, pero era el gobierno de turno quien finalmente las ratificaba. Sobre esto, es sabido que en Cracovia el mismo Karol Wojtyla (más conocido como Juan Pablo II) fue reconocido como Arzobispo de dicha Arquidiócesis en 1964 luego de que las autoridades polacas vetaran a aquellos candidatos que fueron propuestos antes que él. (Fuente: ¨Juan Pablo II La biografía¨, Andrea Raccardi, págs. 121-122 – Google Books: http://bit.ly/QQ0u91). Pero volviendo a nuestro país, a partir de 1980, ya es competencia única del Vaticano la elección de todas estas personalidades (Fuente: artículo VII del Acuerdo entre la Santa Sede y la República del Perú del 26 de julio de 1980 – http://bit.ly/JKE5EQ). En base a esto, suena lógico decir, lo que es de la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia, que sea administrado por el Vaticano. Y si bien al día de hoy existen claros problemas con conductas de algunos sacerdotes, es también claro, que esto sigue siendo competencia de la Iglesia. Sin embargo, también me pregunto, ¿una universidad es una iglesia? Para ese bienestar común que todos anhelamos, ¿una universidad católica debe gobernarse estrictamente por los mandatos del Vaticano? ¿No estará acaso la Iglesia asumiendo una postura similar a la de los hermanos Causby, cuando estos decían que la ley existente les amparaba en la idea de que su propiedad se extendía hasta la periferia del universo?

Con todo lo expuesto hasta el momento, podemos empezar a ver temas de fondo muy claros, a saber:

1. La PUCP es un centro superior de inspiración católica en donde el ideal que propondrá a sus alumnos será el cristiano que nos hace libres y lleva a los pueblos al verdadero progreso.

2. La PUCP nace bajo el amparo de la ley peruana, así como del derecho canónico.

3. El Arzobispado de Lima de la época le reconoce una misión en donde los jóvenes adquieran la ciencia sin perder la fe.

4. Existe de parte del Padre Dintilhac una preocupación completa por la autonomía de la Universidad Católica, hecho que se pone de manifiesto cuando decide que su proyecto de Academia Universitaria pase a ser realmente una “Universidad libre” que no sea ajena al espíritu del progreso.

5. De parte del Padre Dintilhac hay, en todo momento, un cuidado para que los estudiantes tengan la seguridad de que sus estudios estén debidamente oficializados conforme a la ley peruana.

6. No existía de parte del Padre Dintilhac el ánimo de imponer en absoluto sus ideas. Ningún recoletano ni mucho menos algún católico fue obligado a estudiar en la Universidad Católica. Tengan en cuenta que a pesar de que en esa época la ley solo reconocía el ejercicio de la fe católica, no hubo ninguna pretensión de ese tipo.

7. Una universidad católica, cualquiera que ella sea, tiene que ser coherente por igual con las leyes nacionales y las normas eclesiásticas, pero ¿cuál tiene que ser el sentido de esto? Volvamos al inicio de este artículo: ¿qué nos dice el sentido común? ¿La ley peruana no ha ido acaso actualizándose para ser coherente con el bien común y el bien eclesiástico? ¿No debería el derecho canónico hacer lo propio?. Se dice además que la PUCP es rebelde, pues ¿no será acaso su sentido común el que se rebela?.

Ante estas consideraciones, ¿por qué tiene que ser malo que la Universidad Católica busque adecuar sus estatutos respetando tanto la ley peruana como la actual Ex Corde Ecclesiae y así también el sentido inicial de su creación? Este es un tema que cobra especial consideración en el año 1969 con la Ley Orgánica de la Universidad Peruana promulgada durante el gobierno de Velasco (Fuente: http://bit.ly/MKNOzw). A partir de ese entonces, la PUCP se rigió por un nuevo estatuto cuando por esa época era, además, Arzobispo de Lima, el sacerdote franciscano Juan Landázuri Ricketts. Debo añadir también que la Ex Corde Ecclesiae, aquel documento publicado desde el Vaticano para las Universidades Católicas, fue dado durante el Papado de Juan Pablo II en 1990 (Fuente: http://bit.ly/8BB01x). Año también en el que nuevamente un sacerdote, pero esta vez jesuita, Monseñor Augusto Vargas Alzamora, es quien asume el cargo de Arzobispo de Lima y Primado del Perú en reemplazo del cardenal Landázuri. Como en el caso del anterior Arzobispo, durante este período si bien ya se producían agudas conversaciones entre ambas partes sobre este tema, no primaban los extremismos ni las medidas desproporcionadas, a pesar de la ya puesta en vigencia de la Ex Corde Ecclesiae. Pero en cambio, hoy 2012, con un estatuto que solo está buscando ser coherente con todo esto (Fuente: http://bit.ly/OW7j2D) ya el asunto es muy distinto, y sinceramente, me pregunto: ¿realmente qué cambió? ¿Nosotros, la Iglesia, el Vaticano, algunas personas? Yo, aún, no tengo la respuesta. Pero con esto, no estoy en modo alguno tratando de personalizar el problema. Quizás el cardenal Peter Erdo, quien viniera a Lima de parte del Vaticano para tratar estos temas con la PUCP en diciembre del 2011, sea quien más se haya acercado al problema de fondo cuando dice: “He visto que la sociedad en Perú es una sociedad profundamente polarizada por muchos problemas, cuyos aspectos también se aprecian en el interior de las instituciones, en el interior de las comunidades cristianas” (Fuente: http://bit.ly/AfYtzp). Y cuando él hace mención a las comunidades cristianas se está refiriendo también a la Iglesia misma. Un hecho que se pone de manifiesto cuando el Vaticano le envía una carta el 11 de julio de este año al presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Salvador Piñeiro, en donde le indica que cada obispo del país “debe sostener tanto la posición de la Santa Sede como la del Arzobispo de Lima, desautorizando con vigor cualquier intervención contraria e invitando al Episcopado del País a una acción colegial y leal.” Si todos en la Iglesia estuvieran muy unidos, ¿sería necesario todo esto? Pero por si esta “obligatoriedad” no fuera suficiente se menciona además en dicha carta, lo siguiente: “No quiero por último dejar de manifestar también la perplejidad que recientemente han causado algunas iniciativas promovidas por esa Universidad, tales como: los reconocimientos al Sr. Gregorio Peces-Barba y al Rev.do P. Gastón Garatea Yori, SS.CC., y la programación de un ciclo de lectura del libro “Teología de la Liberación: perspectivas”, del P. Gustavo Gutiérrez, organizado por el Centro de Estudiantes de Humanidades, con el respaldo y participación del Departamento de Teología de la PUCP.” (Fuente: http://bit.ly/PRH8LR). Dice la agencia RTV.es: “Gregorio Peces-Barba Martínez, fallecido este martes (24 de julio de 2012) en Oviedo a los 74 años, pasará a la Historia como uno de los “padres” de la Constitución española.” (Fuente: http://bit.ly/PbDGhv). Sobre el padre Gastón Garatea, sobran los elogios. Hoy por hoy, es uno de los nuevos mediadores en un conflicto que ha costado ya dos gabinetes ministeriales y muertes de civiles a nuestro país. ¿Cuál es la razón para que el Vaticano no esté de acuerdo con estos reconocimientos? Por último, es cierto que el padre Dintilhac siempre “incluyó a la autoridad eclesiástica en su iniciativa” (Dammert, “Los primeros años de la PUCP”, pág. 62), pero nunca fue su espíritu “prohibir” el conocimiento, el libre pensamiento ni la ciencia en sí misma, mucho menos vetar la lectura de un libro de teología, tal y como ahora lo pretende hacer el Vaticano. No hay sentido. ¿O es que se le puede encontrar alguno?.

En realidad, cuando alguien trata de forzar las cosas, apelando solo a las leyes pero sin mirar realmente el contexto, corre el serio riesgo de quedar como aquel Tribunal Supremo que sobre la causa de los Causby, reconocía que “es una doctrina antigua que según la jurisprudencia existente la propiedad se extendía hasta la periferia del universo”. Todo un sin sentido, que para el bienestar público fue corregido a tiempo por el juez Douglas. Quizás alguien pueda pensar que este argumento es poco válido porque se trata de otra sociedad y con ello, realmente de otro contexto. Pues bien, veamos esta consideración a través de un caso muy reciente, a la vez que penoso, para nuestra sociedad:

Siguiendo el hilo de la argumentación, se ve una tremenda ausencia de sentido común. Con todo lo que se dice durante los primeros minutos, hay dos tipos de faltas, una procedimental (error formal) y otra que es el delito mismo (asociación ilícita para delinquir). Ambas existen y, hasta aquí, tenemos dos problemas por resolver; el primero, un error formal que tiene que ser motivo de un procedimiento administrativo y el segundo, un delito que tiene que sentenciarse con la pena correspondiente a la ley (25 años). Pero, ¿qué hace la sentencia que con tanto furor defiende el Dr. Villa Stein? Pues solo “resuelve” el primero de ellos y no solo no hace nada con respecto del segundo, sino que además lo excluye. Bajo esta misma lógica (2 faltas, se resuelve solo la administrativa y se excluye el verdadero delito) se nota el tratamiento que esta sentencia le da al delito de lesa humanidad cometido por el grupo Colina. ¿Es razonable esto? ¿Es acaso justo? ¿Hay que ser abogado para entender toda esta falta de sentido común? Pero, por si esto no fuera suficiente, deja muchas dudas su explicación sobre lo que es la sistematización de un ataque propio de un delito de lesa humanidad para luego terminar su argumentación defendiendo una interpretación muy controversial de la ley, basado en que el grupo Colina al perseguir terroristas podía asesinar a quien ellos creyeran como tales. ¿Y acaso eso no es una ejecución extrajudicial? Nuevamente, ¿es esto propio del sentido común? Realmente, todo un sin sentido. ¿O alguien considera lo contrario?.

Juntando estos hechos y otros similares que recientemente se han sucedido en nuestro país junto con el tema de la PUCP, uno podrá distinguir claramente a personas que siendo formadas en esta Universidad, muchas de ellas viviendo aún en otra realidad, siempre aportan ideas, puntos de vista y posturas claras, frente a los problemas de nuestra sociedad, incluyendo al que ocurre actualmente entre la Universidad y la Iglesia. Están, por tanto, todas esas personas, participando desde diversos espacios, ya sea de uno o de otro lado; porque si bien la Universidad tiene sus problemas y defectos, como todos y cada uno de nosotros, no deja de ser por ello un espacio de libre pensamiento. Digo esto, porque pluralidad, libertad, tolerancia y respeto pintan de cuerpo entero a nuestra PUCP cuando, por ejemplo, brinda el espacio necesario para que quienes hoy no están de acuerdo con nosotros puedan expresarse con total libertad, incluso al interior de la propia Universidad, aquella que es de todos y para todos. Prueba de esto es el Conversatorio sobre la relación de la Iglesia Católica y la PUCP, realizado el 29 de marzo de este año en el Auditorio de la Facultad de Ciencias e Ingeniería de la PUCP, de ingreso libre, en donde la Agrupación Universitaria Riva-Agüero, de clara oposición a la Universidad en este tema, expuso con total libertad sus argumentos. (Fuente: http://bit.ly/QlNpoR). Creo por tanto, que es precisamente ese diálogo la base de todo entendimiento. Ello, sumado a la firme voluntad de solucionar las cosas y apelando por sobre todo al sentido común, contribuirán decididamente a la solución en este tema. No se trata ya de ver quién se equivocó más ni quién se equivocó menos, sino más bien de demostrar que las ideas conjugadas de universidad y catolicismo pueden y deben todavía seguir vigentes. El esfuerzo, bien vale la pena.

En realidad, y esto lo he expresado antes, desearía que no existieran razones justificadas para frases como: “Creo en Dios pero no en la Iglesia”. Soy consciente, por ello, que esta es una gran oportunidad para contribuir a desechar tales afirmaciones. Es más, se puede lograr mucho a futuro, pero de no hacerlo, lo que se puede perder, es aún mayor. Sin embargo, hablo aquí a título personal y no pretendo imponer mis argumentos porque no creo tener la verdad, aunque sí pretendo acercarme a ella; quienes me conocen saben de mis defectos y, si tuvieran los ojos de Dios, con seguridad sabrían de otros más. Debo añadir también, que si alguien tiene información que en el presente texto no he presentado y considera vital, tenga por seguro que no tengo ninguna intención en ocultar absolutamente nada. Es más, si con ello se demuestra que el presente argumento es un error, por favor, hágamelo saber. Quedaré sincera y profundamente agradecido.

Finalmente, ¡feliz 28 para todos ustedes! Somos libres, seámoslo siempre, pero de verdad, cada día, con fe, con optimismo, y con nuestro mejor esfuerzo.

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