Era la tarde de un sábado 2 de junio del 2001. Miles de hinchas peruanos salían del Estadio Monumental por el corredor que conduce hacia el Ovalo Huarochirí, pero sus rostros no expresaban alegría alguna. La imagen que reflejaba dicha salida se parecía más a la de un entierro. Todo era pena, nudos en la garganta y miradas en el piso. Algunos lloraban. Había muchos niños allí. Eran los mismos hinchas que dos horas antes habían estado gritando y festejando el gol tan solo al minuto de juego de nuestra querida selección peruana, cuando todo hacía presagiar que la victoria se quedaría en casa para alegría de los casi 60 mil corazones blanquirrojos que ese día se dieron cita al coloso de Ate. Sin embargo, terminado el encuentro y a falta de cinco fechas por jugarse de las Eliminatorias para el Mundial de Fútbol Japón-Corea 2002 nuestra selección peruana quedaba fuera de dicha justa mundialista. Aquella tarde, no se entendía nada. No se podía. El sueño estaba muerto.
El fútbol te enseña muchas cosas.
Julio César Uribe había sido designado como DT de la selección peruana luego que el “Pacho” Maturana hiciera todos los méritos para ser destituído como el conductor de la misma. Con el “Diamante” en el banquillo derrotamos a Chile 3-1 en Lima, y luego con memorable gol de Pajuelo, rescatamos un punto del siempre difícil Morumbí después que Romario adelantara al ‘Scratch’ a los 21 del segundo tiempo, un día en el que además los propios hinchas brasileños premiaron con sendos “oles” el juego de los nuestros. Así llegaba Perú al partido con los ecuatorianos, en plena mejoría y con Claudio Pizarro en su mejor momento, pues nuestro compatriota con tan solo 22 años era la estrella del Werder Bremen alemán, a tal punto que dicho equipo había anunciado que no impediría su fichaje hacia otro club más grande de Europa. Claudio era el delantero con ansias de gol que todos querían tener en su selección.
El partido empezó a las 4 de la tarde y a pesar del otoño, había sol aquel día. El estadio estaba repleto y la estadística muestra que habían aproximadamente unos cinco mil ecuatorianos entre los asistentes, la mayor parte de ellos ubicados en Occidente con Sur. Todos con su camiseta amarilla. Muy juntos. Muy unidos. Muy dispuestos a alentar a su equipo, pase lo que pase. Y así fue, sin importar que muchos corazones peruanos estalláramos en júbilo apenas iniciado el encuentro con el gol de Claudio. Gran definición del “Bombardero”. Simple, precisa, oportuna. El grito de “Perú, Perú, Perú” no se dejó esperar. Ante esto, los jugadores ecuatorianos no se amilanaron, su barra mucho menos, y desde ese momento no dejaron de alentar a los suyos a todo pulmón, se apoderaron del “sí se puede”. Al minuto once Ecuador nos empataba y sus hinchas parecían recibir el justo premio a su constante aliento. Pero no les pareció suficiente, continuaron apoyando a los suyos y en más de un momento del partido, los peruanos parecíamos ser los cinco mil y ellos todo el resto.
Hay veces en las que pareciera que el fútbol no solo nos enseñara, sino que además nos evaluara. Hay ocasiones en las cuales nos pone a prueba como quizás para saber cuán dignos somos de él, tanto a aquellos que participamos desde el rol de hinchas, como a los que son sus protagonistas y también a quienes desde sus puestos tienen la responsabilidad de su desarrollo, análisis y difusión.
A los 37 minutos del segundo tiempo y cuando el partido seguía empatado a un gol por lado, es expulsado Edison Méndez, autor del empate ecuatoriano. A partir de entonces, Ecuador debería jugar los 8 minutos restantes más descuentos con solo diez hombres frente a un Perú necesitado del triunfo, pero eso pareció todavía dar más fuerza a su barra, que empezó a gritar más y más, el “sí se puede”. La moral había sido ganada en la tribuna por los ecuatorianos, desde hacía muchos minutos antes. Mientras ellos convertían su unión en la base de su fortaleza, la frustración y la desesperación se apoderaba de los hinchas peruanos. En tanto, en la cancha, Andrés Mendoza no encontraba mejor forma de colaborar con el equipo, que hacer tontería y media para emplear todo el tiempo del mundo en salir del campo de juego al momento de ser cambiado por Darío Muchotrigo cuando transcurrían los 28 minutos del segundo tiempo. Las contradicciones del ser humano, en pensamiento y acción, se pintaron de rojo y blanco aquella tarde.
Llegado el minuto 91 -el árbitro mexicano, Antonio Marrufo, había otorgado tiempo adicional-, todos fueron testigos del segundo gol ecuatoriano, tras gran definición del “Tin” Delgado. No se podía creer, no se quería creer. Empezaba el funeral. Esa tarde, aquel corredor a la salida era un mar de pena. Fue muy duro, muy triste.
Al día de hoy han pasado 31 años de la última vez que asistimos a un mundial, aquel del Naranjito, en España 82. Sin embargo, a pesar de todo esto, Perú ocupa luego de enfrentar en Lima a Paraguay, Colombia, Venezuela, Argentina y Chille, el quinto lugar de asistencia de público local con un promedio de 36,827 espectadores por partido. Colombia es quien lidera este ranking con un promedio de 47,710 personas, en tanto que Paraguay ocupa la última posición con 14,249 asistentes. Quizás estimado lector, usted haya sido en esta oportunidad uno de esos miles de asistentes al estadio, que al igual que muchos otros millones de peruanos que siguieron el partido por la radio, la televisión, o por Internet, animaron a nuestra selección. La sensación de entonar el himno patrio conjuntamente con más de 40 mil compatriotas, de celebrar una pintura de jugada de los nuestros, de protestar por una falta mal cobrada, de hacer amigos por el fútbol conversando sobre los goles en un bar, en el micro, el taxi, en la calle, o en cualquier lugar, son momentos que no se tienen todos los días. Porque el fútbol, como la vida misma, tiene días buenos y días malos, partidos memorables y partidos para el olvido; pero por más días malos que a uno le toque vivir, incluso hasta de manera consecutiva, uno no renuncia así nomás a la vida. Tampoco así al fútbol. Ni mucho menos a su selección. Se trata pues, de una pasión, y el hincha intentará, por más adversidad que se le presente, de ser cómplice del fútbol de su equipo desde donde sea que se encuentre.
Será tal vez que como verdadero hincha usted se da cuenta que si bien nuestro fútbol es diferente en muchas formas al de antes, comprende también que el renunciar a él sería como rechazar la idea de que poco a poco pueda ser mejor, o lo que podría ser peor, de condenarlo por no ser lo que se espera de él, cuando la pregunta bien podría -o hasta tendría que- ser al revés, ¿qué espera el fútbol de nosotros?. Porque el fútbol es más que un resultado, más que una clasificación, más que una Copa. El fútbol es una oportunidad, una de las mejores excusas para mostrar lo que realmente somos. Y ustede como hincha, como verdadero hincha, entiende de eso.
Hoy ese hincha que muchos llevamos dentro, tuvo su premio. Porque no pone condiciones a su pasión. Porque realmente somos capaces de más. Porque es hora de salir de ese suspenso en el que hemos estado. Porque de los errores también se aprende. Porque así como aquella tarde del 2001, Claudio volvió a marcar el camino del triunfo, porque ahora como capitán tiene que ser para nuestra selección aquel muchacho sin presiones, sin fantasmas, sin el arco cerrado. Esta noche mostró que puede serlo. Porque Edwin Retamoso, con sus 31 años de edad y sus solo cuatro partidos internacionales con la selección se jugó un partidazo, como sacando la cara por todo ese Perú que está lejos de Lima. Su Abancay querido debe estar contento por él, al igual que todos nosotros. Porque fue ahora el equipo ecuatoriano el que entró en una serie de contradicciones, que tuvieron su mayor expresión en el foul de Valencia al minuto 38 del segundo tiempo, que mereció tarjeta roja. Porque a pesar de la pasividad del árbitro para detener el juego fuerte de los ecuatorianos, nuestros seleccionados no cayeron ante la provocación. Porque Ampuero con sus 20 años ya sabe lo que es reemplazar a Vargas, de muy correcto partido. Porque Fernández estuvo muy concentrado, lo mismo que toda su defensa. Porque el equipo fue solidario, porque en el estadio las tribunas no dejaron de agitar la bicolor.
El fútbol es de sensaciones, expresiones y sentimientos. El fútbol no hace daño, y por lo mismo, hay que cuidarlo. El hincha sabe de eso. Pero hay otros que parecen no entenderlo. Como por ejemplo un presidente de la Federación Peruana de Fútbol quien no tiene mejor idea que decir: “Si Cubillas cree que las entradas son caras entonces que regale las suyas”, en respuesta a la preocupación que el “Nene” había mostrado por el elevado costo de las mismas.
Así también, no cuidan nuestro fútbol aquellos que no hacen nada frente a la gran cantidad de revendedores que fingen ser hinchas y que negocian con la pasión ajena, de gente que contrata personas por 20 y 30 soles al día para que se amanezcan tres o cuatro días antes del inicio de la venta de boletos. Personas que al ser consultadas no son capaces siquiera de dar el nombre de algún futbolista de nuestra selección o que dicen conocer a un Claudio Pizarro trigueño, entre otras tantas que se dan maña para ocupar las primeras ubicaciones en las largas colas pero que esconden sus rostros y se muestran amenazantes, cuando son requeridas por la prensa.
Este día en que todo peruano recuerda el honor y la valentía de Bolognesi y Ugarte, hoy viernes 7 de junio del 2013 en que la justicia nos dice que es capaz de ser justa, no buena ni mala, sino justa, hoy en que se sienta un precedente histórico de lo que significa la gracia del indulto. Hoy doce años después de aquella tarde fúnebre en la que supimos que no asistiríamos al mundial del 2002, y lo que es más, hoy después de 36 años, volvimos a ganarle a una selección ecuatoriana por una clasificación al mundial. Fue un 1-0 para nosotros ante un Ecuador que actualmente ocupa el puesto número 10 en el ranking FIFA. Hoy nuevamente se nos presenta una oportunidad para intentar darle otro brillo a nuestro fútbol, desde todos los que realmente queremos lo mejor para él, desde el hincha, el dirigente, el futbolista, el periodista, el peruano mismo; y es que para conocer la gloria del fútbol también hay que merecerla. Porque además cuando las cosas se hacen bien, la victoria ya es moral.
Y porque realmente, ¡sí se puede!.