“El mundo no fue hecho en el tiempo, sino con el tiempo.” -San Agustín
Existe una historia budista sobre un granjero pobre cuyo único caballo se escapó. Todos sus vecinos acudieron para consolarlo:
– ¡Qué mala suerte!
– Quizá -respondió el granjero.
Al día siguiente, el caballo volvió con muchos caballos salvajes.
– ¡Qué suerte! -exclamaron sus vecinos.
– Quizá -volvió a responder el hombre.
Unos días después, el hijo del granjero trataba de domar a uno de los caballos salvajes cuando salió disparado y, al caer, se rompió una pierna.
– ¡Qué desgracia! -dijeron sus vecinos.
– Quizá -dijo otra vez el granjero.
Una semana más tarde, el ejército llegó al pueblo para reclutar hombres jóvenes, pero al ver que el hijo del granjero tenía la pierna rota, no se lo llevaron.
– ¡Qué afortunado! -afirmaron los vecinos
– Quizá -contestó el granjero.
Y la historia de este hombre prosigue de manera similar.
Lima, nuestra querida ciudad, se levanta todos los días con un “quizá”. A ella le han pasado cosas malas y aún así, al igual que el granjero, también sigue adelante. Le quedan todavía muchos problemas por resolver y precisamente por ello, ya no tiene más tiempo que perder. Lima nos necesita y nosotros a ella. A Lima la hacemos posible todos y cada uno de nosotros. Ante ello, ¿seremos capaces de negarle la ilusión de ser mejor?, ¿podremos quitarle el tiempo que casi no tiene?.
Pues, yo pienso que NO.
Y espero puedas entender mi razón.
Lima amanece contigo. Es un día de semana, sales de tu casa y los sonidos de su tráfico te hacen recordar que esta ciudad es un poco de todos, y para decirlo bien, para todos. Te das cuenta también que existen en sus calles varios semáforos inteligentes, y ya sea que vayas a pie, bicicleta o en auto, sabes bien que aún no puedes fiarte de ellos, pues el hecho de que existan no hace que las personas los respeten. Aunque todos deberíamos. Al regresar por la noche, te tienes que ir con cuidado, pues tu seguridad depende todavía más de la “necesidad y voluntad del otro”, que de todo lo que puedas hacer al respecto. Y así como estas tres breves situaciones, existen varias más, pues Lima, nuestra ciudad, tiene efectivamente, muchos problemas. Esto no es ninguna novedad, aunque un observador juicioso terminaría diciendo, y con toda razón, que en realidad lo que Lima tiene, es a muchas personas con muchos problemas. Aún así, el punto es que todo esto es solo una parte del problema. Llamémosle “los problemas que todos ven”, y continuemos.
Llega el fin de semana y hace bien pasar un momento con la familia. Sin embargo, quizás te es muy difícil encontrar si quiera un parque adecuado, pues entre los apuros de muchas mascotas y la poca costumbre de poner todo en su sitio -por ejemplo, los desperdicios-, probablemente decidas un lugar más apropiado. Pero entonces, a veces te sucede que ya es muy tarde, no hay tiempo, es muy lejos o resulta muy caro. Decides por tanto que sería mejor compartir algo en casa. Tardes de conversación, de charla amena, de televisión. Todo bien, pero y ¿cuántas veces escogiste un libro para compartir con tus hijos en lugar del disco pirata que compraste a la vuelta de la esquina?. O quizás ni siquiera sea tu caso pues eres de los que no tienen mucho tiempo para esas cosas, entonces tal vez podamos ensayar las siguientes preguntas: ¿cuántas veces darle la propina a los hijos resultó más fácil que pasar tiempo con ellos?. Y es que ellos ya son grandes. ¿Cuántas veces tu tiempo fue más importante que ir a ver a tus hijos en su campeonato, en su colegio o en la actividad que sea que desarrollen?. Y es que el trabajo no te permite estar con ellos. Porque claro, siempre hay una excusa. Siempre una válida. ¿No es cierto?. He aquí la otra parte del problema. Llamémosle a ellos, “los problemas que no todos quieren ver”.
La pregunta es, ¿podemos pretender que nuestra ciudad, aquel espacio común que compartimos todos, esté efectivamente “bien” cuando al salir de sus calles, lo que llamamos hogar, ciertamente no lo está?. Tengamos en cuenta que tal pretensión solo sería posible si es que estuviésemos totalmente convencidos de que ninguno de los problemas “que pocos quieren ver” influyen o tienen que ver con aquellos “que todos ven”. Esto es, deseamos tener calles seguras y limpias, zonas públicas adecuadas, espacios culturales y de recreación bien presentados, un transporte ordenado, sistemas de gestión, control y fiscalización eficientes; establecimientos, comercios, mercados y lugares adecuados donde poder realizar nuestras actividades y labores, pero sin importarnos realmente todo lo que hay fuera de esas calles y más cerca de nosotros. ¿Es que acaso no resulta eso contradictorio?
Frente a esta interrogante, más de uno podrá ensayar su propia respuesta y explicación, aunque en esta oportunidad vamos a plantear al menos una: tanto los “problemas que muy pocos quieren ver como aquellos que todos ven”, describen cuando menos, temas de conducta aún por mejorar. Algo que es precisamente lo que enlaza ambas situaciones, pues se trata del comportamiento de aquellas mismas personas que transitan del hogar hacia la gran ciudad, y viceversa. Ante esto, ¿es muy difícil pensar que lo que sucede en “nuestra” ciudad es también un reflejo de lo que sucede en “nuestro” propio espacio familiar o personal?, ¿o será que en realidad cada uno de nuestros hogares no es ni mucho menos una pequeña parte de toda nuestra gran…ciudad, o debemos decir mejor, realidad?.
Porque si en efecto, todo eso no fuese así, entonces ¿por qué será que vemos a diario las siguientes escenas?:
“No tengo tiempo”
“Yo tengo a mi papá”
“¿para qué las ciclovías?”
Como se ve, hemos intentado para cada situación alguna explicación, pero seguramente existen tantas otras, por supuesto que todas “válidas” para quienes ven el problema como una responsabilidad del otro y no así, de uno mismo.
En resumen, siempre hay una excusa. En el caso de nuestra Lima y los problemas que hemos mencionado, para casi la mitad de sus ciudadanos, hoy la excusa de turno es nada más y nada menos que Susana Villarán, pues no hay mayor ni mejor argumento que el decir simplemente que su gestión es la culpable de muchos de nuestros descontentos, y por eso pues, hay que revocarla. En realidad, ¿esa es la lógica?. A estas alturas, resulta evidente señalar que el problema de fondo que tiene nuestra ciudad no se resolverá pensando y actuando de esa manera, porque el problema somos también cada uno de nosotros, en mayor o menor medida. Responsabilizar solamente al otro de todo lo mal que anda Lima es simplemente contribuir a profundizar el problema, en lugar de optar por resolverlo en primer lugar, desde nosotros mismos, y a partir de allí como los vecinos de aquella gran ciudad que todos queremos ser. Por tanto, hoy la revocatoria no es más que solo una excusa para seguir postergando esa verdadera solución, aquella que Lima necesita desde hace mucho. Un cambio que supone un esfuerzo de todos y que tomará su tiempo, el mismo que ya no podemos darnos el lujo de desperdiciar. Decirle SI a la revocatoria, es revocarnos también a nosotros mismos, es seguir siendo una vez más, parte del problema, en lugar de serlo de la solución. Decirle NO a la revocatoria es darnos a todos la posibilidad de hacer algo bueno por Lima, y de una vez por todas.
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NOTA: La historia del granjero fue tomada del libro “18 minutes”, por Peter Bregman
Imagen de la Catedral de Lima tomada de RPP