Esta es una historia. Una historia real, aunque solo hay una foto de aquel día. Un niño con su diploma y su medalla, unos ojos llorosos y una inmensa tristeza en su rostro. La imagen de la ausencia de felicidad, suplantada por aquella del dolor y la pena. Y es que a tan corta edad, ¿cómo es que se entiende a la muerte?
Tenía diez años. Corrían los días de un diciembre cercanos a la Navidad y aquel muchachito debía de asistir a su fiesta de graduación de primaria. Iban a premiarlo con la medalla de honor al mérito y todo tendría que ser felicidad ese día. Sin embargo, él no tenía ganas de asistir a tan especial evento. Rocky se acababa de ir la madrugada de ese preciso día y eso era lo único que recorría su mente. Entender por qué en la vida existen esas contradicciones, también.
Rocky y aquel niño se vieron por primera vez en uno de esos paseos de verano con la familia. Se conocieron cuando al cachorro recién le acababan de poner su nombre. Se juntaron al instante, Rocky se convirtió en su primera mascota y pasaron a ser los grandes cómplices que siempre aprecian los niños en la infancia. El cachorro se convirtió en un campeón saltando, parecía no tenerle miedo a casi nada. Comía lo que le servían pero le encantaban sobre todo la leche y el camote. Corría como él solo y si ibas en bicicleta no le gustaba quedarse atrás. Cuando castigaban al niño, Rocky sabía no moverse de su lado.
Pero Rocky enfermó, al punto que ya no disfrutaba de correr ni saltar como él sabía. Tampoco quería comer. Constantemente buscaba purgarse como sabiendo que algo estaba mal con él. Luego de visitas al veterinario, por un momento pareció poder recuperarse, aunque volvió a recaer. Ni uno ni otro doctor parecían poder hacer algo al respecto.
La víspera de aquel gran día nadie pudo dormir. Rocky se puso muy mal y la decisión se acababa de tomar. Se le llevaría al veterinario para que se pueda hacer lo mejor para él, evitándole así todo ese sufrimiento. Sin embargo, no fue así. Su organismo no pudo más y terminó su tiempo en la madrugada de ese mismo día.
Es difícil entender la muerte cuando aún ni siquiera sabes bien qué es exactamente la vida, y es aún más complicado llegar a ese buen entendimiento, cuando recién estás empezando a dejar de ser un niño.
Sin embargo, hace unos días, tuve la suerte que compartieran conmigo “La muerte quiere se madrina”, un cuento que a raíz de situaciones como la descrita anteriormente o de hechos muy similares -y de las cuales lamentablemente nadie puede estar seguro de librarse- considero ayudaría a muchos padres a manejar este tipo de acontecimientos con sus hijos, siempre tristes y difíciles. La metáfora de la vela encendida que se va apagando conforme transcurre el tiempo es inigualable. Con ella, la idea de una luz que es cada una de nuestras vidas y que iluminan las de otros según lo que cada uno decida ser y hacer con su tiempo, son interpretaciones valiosas que surgen con claridad al final del relato.
Tengan en cuenta además, que anticiparse en este tipo de explicaciones, puede incluso hasta a ayudar a manejar mejor estas complicadas situaciones. Al mismo tiempo que de no hacerlo, o lo que es peor, no saber hacerlo, puede ocasionar dudas e interpretaciones por demás erróneas y dañinas en sus hijos. En realidad, este es solo un tema de muchos otros tantos, sobre los que tratar con sus hijos no creo que sea una tarea por demás sencilla; aunque también es cierto que hacerlo, es un deber como padre.
Finalmente, sirvan también estas líneas para quienes estén leyendo las mismas no tengan reparos en regalarle un cachorro como mascota a sus hijos, si es que el contexto lo permite. Todo aquel que ha tenido la suerte de tener una, puede estar seguro de que hay historias que solo pueden suceder entre un niño y su perro. Momentos que duran para siempre. Historias como las narradas en “Goig” o las del “cachorro Brenin”, a las cuales su hijo pueda también añadir la suya propia. Tengan a bien considerar que quizás y con ello, puedan hasta encontrar una de las tantas maneras de ayudarse un poquito más, a elevar la intensidad de aquella luz, que todo buen padre, siempre desea ser para su hijo.
A la memoria de Rocky, un cómplice de aquellos.