Archivo del Autor: Jorge Oswaldo Rojas Rojas

Sobre las Guerras y los Déficits Comerciales

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Estados Unidos se ha declarado en guerra comercial con todos los países del mundo. Una de las razones que aduce el presidente Trump para justificar su guerra–y su política proteccionista en general– son los continuos déficits comerciales que Estados Unidos ha mantenido con el resto del mundo –y con China en particular– durante ya varias décadas. Obviamente, los déficits comerciales no son la única razón –si es que no son simplemente un pretexto– de su guerra contra el libre comercio.

Vale la pena, sin embargo, discutir este asunto con el propósito de aclarar algunas cuestiones básicas; para entender que las guerras comerciales no son la manera de resolver ese tipo de problemas; y poder también tener algunas ideas sobre la probable evolución del problema. La primera cuestión que debemos aclarar es sobre las causas de los déficits externos comerciales de los países. Es decir, debemos identificar los factores que hacen necesarios tales déficits, así como también los factores que los hacen posibles.

La manera más sencilla de entender en qué caso debe existir un déficit comercial es usando la identidad básica de la macroeconomía, cual es la relación entre el producto y el gasto en una economía abierta. Tal relación es una identidad que nos dice que el ingreso o producto de un país (Y) debe ser igual al gasto doméstico o absorción –que a su vez es igual a la suma del gasto de consumo (C), la inversión (I), y el gasto público (G)– más el gasto extranjero en productos domésticos (las exportaciones X), menos el gasto doméstico en productos extranjeros (las importaciones M). Todas estas son variables de flujo, las cuales deben medirse periódicamente; digamos que anualmente.

Esta identidad la podemos expresar de manera sencilla como Y = C + I + G + X – M; y, si la reordenamos, puede ser expresada como X – M = Y – (C + I + G). En el lado izquierdo tenemos la balanza comercial (X – M), y en lado derecho el ahorro doméstico; esto es, la diferencia entre el ingreso (Y) y el gasto agregado doméstico (C + I + G). Este resultado implica que el país necesariamente tendrá un déficit comercial, (X – M < 0) si tiene un gasto doméstico mayor que su producto o ingreso, esto es, (C + I + G) > Y.

De esta manera, pareciera ser que la existencia de un déficit comercial depende únicamente de lo que ocurre en la economía del país deficitario, puesto que son las variables domésticas Y, C, I y G las que determinan su saldo comercial X – M. El asunto, sin embargo, es un poco más complicado, pues –como veremos a continuación–los países extranjeros (el resto del mundo) también deben jugar un rol.

Para entender el rol que los países extranjeros pueden jugar en la generación de los déficits comerciales de un país, debemos primero notar que existe otra condición para que tales déficits sean posibles, cual es que el país en cuestión encuentre la manera de pagar importaciones por un valor mayor al de sus exportaciones. Una posibilidad es que el país use sus reservas internacionales, y en tal caso el déficit comercial se traduciría en una caída de sus reservas. Pero si el país no cuenta con suficientes reservas –o no las quiere usar–esos déficits solo serán posibles si tiene el consentimiento de los países del resto del mundo, a quienes debe pedir dinero prestado.

En resumen, entonces, es la situación doméstica lo que hace necesarios los déficits externos de un país, y es la actitud (el consentimiento) de los países del resto del mundo lo que los hace posibles. Pero tal consentimiento constituye solamente un aspecto del rol de los países extranjeros, pues las exportaciones de un país pueden caer –por lo menos temporalmente– porque los países del resto del mundo aumentan sus tarifas de importación, devalúan sus monedas, entran en recesión, etc. De manera análoga, las importaciones de un país pueden aumentar si el país reduce sus tarifas de importación, revalúa su moneda, incrementa su gasto de consumo, etc. Es decir, existe una diversidad de factores –tanto internos como externos– que pueden afectar el comportamiento de las exportaciones e importaciones de los países.

En el párrafo anterior hay una advertencia muy importante, cual es “por lo menos temporalmente”, que debemos entender en el sentido de que no podemos esperar que los países tengan sus balanzas comerciales equilibradas todo el tiempo (todos los meses, o todos los años, etc.), pues siempre puede haber factores –internos o externos– que rompan el equilibrio comercial, por lo menos temporalmente.

Pero, así como no podemos esperar que los países tengan sus balanzas comerciales equilibradas todo el tiempo, tampoco podemos esperar que puedan tener déficits (o superávits) comerciales todo el tiempo. O sea, si bien es fácil entender que los países eventualmente tengan desequilibrios comerciales, no resulta tan fácil entender que haya países que tengan déficits (o superávits) comerciales persistentes (por mucho tiempo). Es más, sería aún más difícil entender que haya países cuyos déficits (o superávits) comerciales sean no solamente persistentes, sino también generalizados (con cada uno de casi todos los países del resto del mundo), y crecientes (de un monto cada vez mayor).

Pues bien, los déficits norteamericanos son de particular interés, no solo por ser Estados Unidos la principal economía del mundo, sino también por el hecho de que tales déficits han sido persistentes, generalizados y crecientes ya por un buen tiempo. Es muy importante que entendamos qué hay detrás de estos déficits tan atípicos, no solamente por ser Estados Unidos la mayor economía del mundo, sino también porque es la que está al centro de la actual guerra comercial.

Algo que es muy claro es que la persistencia y el crecimiento de los déficits de Estados Unidos han sido posibles –en principio– por el consentimiento de los países del resto del mundo, que han mostrado su disposición a prestarle plata a Estados Unidos mediante la compra de valores de todo tipo, en particular acciones (stock) y deuda pública (bonos del tesoro). Debemos advertir, sin embargo, que –por ser el emisor de la moneda reserva, Estados Unidos tiene también la opción de financiar sus déficits simplemente imprimiendo más dinero. Pero, para evitar desviarnos de nuestro tema central, aquí omitiremos esta cuestión, lo cual no debe invalidar nuestros argumentos básicos.

Por otro lado, entender el carácter generalizado de los déficits de Estados Unidos es aún más complicado. Empecemos notando que el hecho que un país tenga una balanza comercial deficitaria no quiere decir que tiene déficits con todos y cada uno de los países con los que intercambia. Lo que normalmente se observa es que, los países tengan entre ellos desequilibrios comerciales de distinto tipo (déficits, superávits). Pero en el caso de Estados Unidos la situación es diferente, pues su balanza comercial es mayormente deficitaria con casi todos los países del resto del mundo.

Esto nos debe llevar a pensar que, para determinar las posibles causas de los déficits norteamericanos, no debemos preocuparnos por examinar lo que ocurre en las economías del resto del mundo, sino más bien lo que ocurre en Estados Unidos. Es decir, aunque podríamos buscar las variables que en cada país explican su superávit comercial con Estados Unidos, resulta más razonable buscar las variables que en Estados Unidos explican sus déficits con casi todos los países del resto del mundo. En este caso, lo más sencillo es concentrarnos en una sola variable, cual es el valor del dólar (su tipo de cambio).

Esta opción resulta del hecho de que los cambios en el valor del dólar en los mercados internacionales deben, por lo general, afectar de manera similar a casi todos los países del resto del mundo; una revaluación (devaluación) del dólar debe en general implicar la devaluación (revaluación) de las monedas de los países del resto del mundo. Resulta, pues, razonable pensar que –a final de cuentas– ha sido la sobrevaluación del dólar lo que ha hecho necesarios los déficits generalizados de Estados Unidos.

Para terminar de entender este argumento, nos quedan dos cuestiones por examinar. La primera es la importancia del tipo de cambio en la determinación de las balanzas comerciales de los países. La segunda son las causas de la sobrevaluación del dólar.

La importancia del tipo de cambio en la determinación de la balanza comercial, resulta del rol que juega en la relación que existe entre los precios domésticos e internacionales de los productos transables (exportables e importables). Esta relación tiene la forma: precio doméstico = tipo de cambio x precio internacional, e implica que una devaluación llevará a un aumento de los precios domésticos, tanto de las exportaciones como de las importaciones. Este doble efecto, a su vez, debe llevar a un aumento de las exportaciones y una disminución de las importaciones, lo cual mejorará la balanza comercial (bajo cumplimiento de la condición de Marshall–Lerner).

En el caso de la sobrevaluación del dólar, ésta está estrechamente vinculada tanto al rol del dólar como moneda reserva, como a la disposición de los países del resto del mundo a prestarle plata a Estados Unidos. La vinculación entre la sobrevaluación del dólar y su rol como moneda reserva es una suerte de corolario del Dilema de Triffin, el cual nos advierte que el país emisor de la moneda reserva (Estados Unidos) debe satisfacer la demanda de liquidez (dólares) del resto del mundo a través de sus déficits externos. Y debe ser la sobrevaluación de su moneda (el dólar) lo que ha hecho que sus déficits externos se hayan dado en la forma de déficits comerciales (y no, por ejemplo, en la forma de déficits en cuenta de capitales).

Sobre este asunto de la sobrevaluación del dólar, también podríamos preguntarnos por qué Estados Unidos no devalúa su moneda. Estados Unidos, en realidad, ya manifestó su interés de ir en esa dirección cuando pidió (exigió) a Alemania, Francia, Reino Unido y Japón intervenir en los mercados de cambio para bajar el precio del dólar (el Plaza Accord de 1985). Si eso no se ha vuelto a hacer –al menos no abiertamente– es porque ahora se necesitaría la participación de un mayor número de países.

En todo caso –así quisiera– Estados Unidos no puede devaluar el dólar intencionalmente y por su cuenta; y eso en razón de la denominada Trinidad Imposible (Impossible Trinity o Policy Trilemma), la cual nos advierte que –en un país con libre movilidad de capitales– las autoridades no pueden controlar simultáneamente el tipo de cambio y la oferta de dinero (o el nivel de reservas). Es decir, la libre flotación del tipo de cambio es una condición necesaria para que las autoridades puedan controlar la oferta de dinero. Desde hace unos 50 años, los países ricos han buscado mantener no solo el libre flujo de capitales, sino también su autonomía monetaria, para lo cual deben permitir la libre flotación del tipo de cambio.

Para terminar, es apropiado que hagamos algunas observaciones sobre la posible evolución del actual desbarajuste económico. Una primera cosa que debemos notar es que, aunque las guerras comerciales se dan a nivel global, el conflicto está centrado en Estados Unidos y China. Otra cosa es que, mientras Estados Unidos está en conflicto con todos los países del resto del mundo, China solo se enfrenta con Estados Unidos; esta asimetría lleva a pensar que el conflicto será más costoso para Estados Unidos que para China (que también tiene menos que perder). Otra cuestión es que la guerra comercial de Estados Unidos contra China puede inducir a otros países –sobre todo asiáticos, como India, Pakistán, Indonesia– a buscar sustituir las exportaciones chinas a los países occidentales. Esto dejaría el problema de los déficits sin resolver, pero llevarnos también a pensar que los países del resto del mundo podrían no ser tan afectados por la guerra comercial, y que su suerte debería depender sobre todo de lo que suceda con la actividad económica global.

Existen también señales de un probable desbarajuste financiero global, con la caída del dólar y de los bonos del tesoro norteamericanos. Esto podría llevar a un eventual proceso de desdolarización global, que sería muy costoso y complicado, sobre todo –pero no solamente– para Estados Unidos. Pero la caída del dólar y la desdolarización global deben ser vistos como requisitos para la solución los déficits externos norteamericanos. En todo caso, lo que sí parece claro es que las pérdidas globales van a ser no solo en el ámbito productivo, sino también el financiero; y las principales pérdidas que deben sufrir los países del resto del mundo podrían venir por ese lado.

Y aunque Donald Trump puede ahora dar marcha atrás, calmando las cosas en alguna medida, lo cierto es que el daño ya está hecho, y en los años que vienen los mercados deben mantenerse volátiles y vacilantes, no solo en el ámbito comercial y productivo, sino también (o sobre todo) en el ámbito financiero. La razón es muy sencilla, y es que este “episodio trumpiano” será recordado por mucho tiempo en los mercados financieros, en los cuales la incertidumbre y la inestabilidad son las mayores contrariedades. Este tipo de episodios siempre puede volver a ocurrir. Siempre podrá haber otros presidentes como Donald Trump.

Todo esto sugiere que estamos ahora en camino hacia un reordenamiento geopolítico global, en dirección de una bipolaridad Estados Unidos-China. Aunque no podemos opinar acá sobre la situación política interna en China, parece claro que Estados Unidos tiene una cuestión muy importante que resolver en el frente doméstico. Si el electorado votó por Donald Trump, lo hizo para expresar su ansiedad y desencanto sobre su situación económica durante los últimos años. Y si el populace está tan descontento cuando el país tiene una tasa de desempleo de solo 3% y una inflación de solo 4%, la pregunta pertinente es ¿Qué podrá pasar ahora que el desempleo y la inflación tienen que subir?

La opción del dinero no-fiduciario en tiempos de crisis

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Aunque durante el año 2024 los mercados financieros a nivel global no sufrieron de mayores sobresaltos, una revisión del curioso comportamiento de algunas variables de importancia global en los mercados financieros puede darnos algunas pistas inquietantes.

Una de tales variables es el Índice Dow Jones, que subió de 35,000 a 45,000 puntos (29%) en los 12 meses entre noviembre de 2023 y noviembre de 2024. Otra variable es el precio de la onza de oro, que subió de $2,000 a $2,700 (35%), mientras el precio de la plata subió de $22 a $30 la onza (36%). Otra variable de interés es el precio del bitcoin, criptomoneda que subió de $25,000 a $100,000 (300%).

Una primera pregunta a plantearnos sería ¿qué tienen en común estas variables? Aunque parecen ser fenómenos muy diversos –pues conciernen diferentes tipos de mercados (bursátil, metales preciosos y criptodinero)– es importante notar que estas cuatro variables son todas precios medidos, directa o indirectamente, en dólares norteamericanos.

Otro denominador común de estas cuatro variables es que se refieren a activos cuyo uso como depósito de valor está muy extendido entre los inversionistas. Es decir, son una muy buena forma de guardar dinero –alternativa a cuentas bancarias, propiedades diversas, etc.– en tiempos de inestabilidad e incertidumbre.

Otra vinculación –en este caso entre las tres variables más importantes, o sea el Índice Dow Jones, y los precios del oro y de la plata– es que todas crecieron en alrededor de un tercio. Obviamente, eso podría ser una simple coincidencia, pero también podría no serlo. En todo caso, que el bitcoin haya subido diez veces más es una cuestión que, por ahora, solo puede estimular nuestra curiosidad, sobre todo en tiempos en que la variación anual del correspondiente índice de precios al consumidor es solo de 3%.

Una segunda pregunta a plantearnos sería cómo interpretar el comportamiento descrito de estas variables. Obviamente, se pueden dar diversas interpretaciones, las cuales no tienen que ser necesariamente disyuntivas. Pero una interpretación de interés es que el comportamiento de estas variables refleja una significativa desvalorización del dólar norteamericano (y del dinero fiduciario en general). En efecto, un aumento de los precios de los activos financieros hace que, con un monto dado de dinero, podemos ahora comprar menos acciones, oro, plata y bitcoins que lo que podíamos comprar doce meses atrás.

¿Podríamos hablar –entonces– de una suerte de “inflación financiera”? En la teoría económica este concepto (financial inflation) no existe, y si se usa es en el sentido de financiarización (financialization), que es el aumento de la importancia y sofisticación del sector financiero. En todo caso, lo que estamos haciendo aquí es usar el término “inflación” para aludir a la pérdida del poder adquisitivo del dinero.

Una tercera pregunta a plantear sería si el aumento del precio de los metales preciosos se estaría dando porque tales metales son considerados valores de refugio en tiempos de inestabilidad e incertidumbre. Esta es una pregunta muy importante, pero la única respuesta razonable es que aún no lo sabemos. Pero, al mismo tiempo, también es razonable sostener que el avance generalizado del populismo, el proteccionismo y el aislacionismo en Estados Unidos y en Europa es al mismo tiempo causa y efecto de la inestabilidad y la incertidumbre que reinan por doquier.

En todo caso, vamos a tratar aquí de presentar algunas reflexiones al respecto. Una importante fuente de inestabilidad e incertidumbre podrían ser las cuentas del gobierno norteamericano, cuya evolución tiene repercusiones globales. De hecho, existe la posibilidad de que el volumen actual de la deuda del gobierno norteamericano (más de 35 millones de millones de dólares) ya se haya convertido en un esquema ponzi. Aquí no vamos a decir que sea –en efecto– un esquema ponzi, pero tampoco vamos a decir que no lo es. Anotaremos, sin embargo, que lo que nos debe interesar no es la propia naturaleza del fenómeno, sino la manera cómo éste es percibido por los agentes económicos.

Para entender mejor el problema podemos comenzar señalando que un esquema ponzi se da cuando un deudor necesita pedir más préstamos (emitir más deuda o bonos) para –básicamente– pagar los intereses de la deuda que ya tiene acumulada.  El problema con una situación de este tipo es que debe llevar a un crecimiento interminable de la deuda, lo cual va a ser eventualmente percibido por los acreedores (inversionistas, compradores de bonos), quienes tratarán de poner su dinero a buen recaudo dejando de comprar bonos y redimiendo los bonos que ya poseen. Todo esto implica, entonces, que –en algún momento– el esquema se debe caer, y el deudor deberá quebrar, quedando en bancarrota.

Podría ser, pues, que entre los inversionistas esté surgiendo la percepción de un esquema ponzi, lo cual –junto con otras fuentes de inestabilidad– estaría provocando el aumento de los precios de los metales preciosos (y de criptomonedas como el bitcoin), a los que consideran valores de refugio en tiempos de inestabilidad e incertidumbre como el actual.

Se podría debatir sobre si, en realidad, se trata de un esquema ponzi, y si debe inevitablemente terminar en la bancarrota (default) del gobierno norteamericano. Aunque ya hemos señalado que lo que interesa no es la propia naturaleza del fenómeno, sino la manera cómo éste es percibido por los agentes económicos, siempre existe la posibilidad de discutir qué tan fundada es esta percepción, y si debería conducir inevitablemente a un default.

Pero aquí no vamos a discutir en detalle sobre la posibilidad de un esquema ponzi ni de una eventual bancarrota. Esto en razón de que su relativa (limitada) importancia no justifica un análisis tan complicado. Son cuestiones de limitada importancia pues, como ya hemos señalado, a final de cuentas lo que interesa no es la naturaleza misma del fenómeno, sino la percepción que de ella tienen los agentes económicos. Consideramos de interés, sin embargo, hacer algunas reflexiones.

Sobre la posibilidad de un esquema ponzi habría que revisar algunos indicadores relacionados con la deuda del gobierno norteamericano. El indicador más importante es la evolución del monto de los intereses pagados como porcentaje del aumento de la deuda; es decir, qué tanto de la nueva deuda es usado para el pago de los intereses de la deuda que ya existe. Si usamos el déficit fiscal como proxy de la nueva deuda, encontramos que el año 2024 esta cifra (servicio de la deuda/déficit fiscal) alcanzó el valor de 50%. Aunque debemos manejar esta cifra con cautela, ya que no se publican reportes oficiales al respecto, es razonable pensar que la situación es preocupante.

Otro indicador de interés relacionado con un posible esquema ponzi es el porcentaje de la deuda del gobierno norteamericano que está en manos de agentes extranjeros. En efecto, este indicador nos podría ayudar a evaluar la inestabilidad de la situación, si es que asumimos que los inversionistas extranjeros son menos “fieles” que los domésticos, y estarán más dispuestos a deshacerse de (vender) sus bonos ante señales de peligro. Pues bien, aunque no hay reportes oficiales al respecto, esta cifra estaría ya por encima del 40%, lo cual es otro motivo para ver la situación como preocupante.

Sobre la cuestión de un posible default del gobierno norteamericano, debemos tomar en cuenta el rol que juega la Reserva Federal (el banco central norteamericano) en el financiamiento del déficit fiscal. Tal como señala Paul Krugman, el gobierno norteamericano no tiene por qué quebrar, pues emite deuda (bonos) que están denominados en su propia moneda, por lo cual la Reserva Federal puede jugar por siempre el rol de prestamista de última instancia, pues nunca tendría por qué dejar de comprar los bonos del Departamento del Tesoro (treasuries).

Sin embargo, debemos también señalar que un desproporcionado aumento de la compra de deuda en general –y de treasuries en particular– por parte de la Reserva Federal llevaría a un incremento de la oferta de dinero y la superinflación en Estados Unidos, lo que causaría una conmoción económica en todo el mundo. Existen, pues, muchas fuerzas con mucho poder (incluyendo los bancos centrales alrededor del mundo) interesadas en prevenir un default que lleve a una caída del dólar.

Pero –además del peligro de que no haya más compradores de bonos– existen otros posibles detonantes de un default. Uno de ellos podría ser una decisión del Congreso norteamericano negándose a autorizar el aumento del límite (tope) de la deuda púbica, impidiendo al Departamento del Tesoro emitir más treasuries.

Tras haber señalado que es razonable considerar la posibilidad de un esquema ponzi detrás de las cuentas del gobierno norteamericano, y que en estos momentos un default (y las consecuentes caída del dólar y desdolarización global) es una posibilidad abierta, debemos ahora discutir las posibles opciones en relación a un nuevo orden monetario internacional, alternativo al sistema actual que podemos denominar Post Bretton Woods.

Como cuestión previa a esta discusión, debemos señalar que tomar la posición optimista de que “nada va a pasar”, o de que la probabilidad de que “algo pase” es mínima (to think de best), no justifica dejar de lado la discusión del problema. Asumir una posición optimista en parte se justifica por el hecho de que, para defender el dólar, el gobierno norteamericano contaría no solo con el apoyo de la Reserva Federal, sino también de casi todos los países más grandes del mundo; y ello en razón de que una caída del dólar tendría devastadores efectos globales. O sea, los interesados en que “nada pase” son muchos.

Pero, por otro lado, asumir una posición menos optimista, que justifique la discusión de un nuevo orden monetario, se puede explicar de dos maneras. Una es que aun si la probabilidad de un default fuese mínima, la magnitud de los daños que éste causaría sería de tal magnitud que el valor esperado (promedio probabilístico) de los daños podría ser gigantesco. Además, otra manera de justificar la discusión de un nuevo orden monetario son las deficiencias del orden actual, que dificultan seriamente el desarrollo de relaciones comerciales armoniosas entre los países.

Sobre la posibilidad de un nuevo orden monetario internacional, con reglas de juego que permitan superar las deficiencias del sistema Post Bretton Woods, una opción es lograr un acuerdo multilateral (mundial, en principio) como el que propuso J.M. Keynes en Bretton Woods, cual fue la de crear una suerte de Banco Central Mundial, que funcione como cámara de compensación (clearing house) en la realización de las transacciones económicas internacionales, para lo cual emitiría el bancor, que, aunque considerado una moneda internacional, serviría básicamente como unidad de cuenta del clearing house.

Existen otras opciones menos atrevidas. Una sería la creación de monedas multinacionales (como el euro), con lo que se lograría –en alguna medida– reducir la importancia del dólar en los mercados internacionales. Otra opción –de alcance aún más restringido– sería la creación de dinero que pueda ser contabilizado como parte de las reservas internacionales de los países; es decir, una suerte de Derechos Especiales de Giro (DEG o SDR) que, aunque no sería propiamente dinero, en alguna medida facilitaría el desarrollo de las relaciones económicas entre los países prescindiendo del dólar.

Pero todo eso es muy complicado, pues requeriría de acuerdos entre los países, algo muy difícil de lograr, dado el actual auge del aislacionismo, sobre todo en los países ricos. Sin embargo, mientras no se construya un nuevo sistema monetario internacional, aún existe otra manera en que los países puedan superar –en alguna medida– las consecuencias de una eventual caída del dólar y desdolarización global. Tal opción es que – además del dinero fiduciario que ya tiene en circulación– los países emitan su propio dinero no fiduciario, basado en el oro o alguna combinación de metales preciosos.

Para poder entender una opción de este tipo, es necesario tomar en cuenta que no todo tipo de dinero cumple a satisfacción con sus tres funciones (unidad de cuenta, medio de cambio y depósito de valor). Así, podemos considerar, por ejemplo, que el dinero fiduciario actual puede estar cumpliendo a satisfacción sus funciones de unidad de cuenta y medio de cambio, pero no su función como depósito de valor.

Debemos tomar en cuenta también que no existen razones para descartar la posibilidad de que los países tengan más de una moneda. La opción más sencilla es la de dos monedas, una fiduciaria y otra no fiduciaria, en la cual la creación de dinero no fiduciario se podría dar mediante la emisión de certificados de depósito de oro (certificados de oro), respaldados por reservas de oro físico que permitan ganar la confianza del público. Es más, habría que considerar la posibilidad de que los emisores de certificados de oro no sean solo los bancos centrales, sino también agentes privados (bancos).

Debemos agregar que la circulación de más de una moneda en cada país no representaría ningún desafío para la simpleza y fluidez de las transacciones económicas, tal como en estos momentos lo prueba la libre circulación de monedas extranjeras en casi todos los países del mundo. Nuestros bancos centrales podrían, pues aprovechar la gran experiencia que ya tienen en el manejo de sistemas monetarios en los que la moneda doméstica circula junto con monedas extranjeras (sobre todo el dólar y el euro).

La circulación de más de una moneda en cada país tampoco tendría que dificultar a los bancos centrales la tarea de administración de los mercados monetarios, en parte porque el rol del dinero no fiduciario sería principalmente –aunque no solo– como depósito de valor. En todo caso, si –con el objetivo de mantener la estabilidad de precios (inflation targetting)– los bancos centrales pueden manejar las tasas de reserva de depósitos y las correspondientes tasas de interés con una sola moneda, bien podrían hacer lo mismo con más de una moneda en circulación.

El dinero no fiduciario (certificados de oro emitidos con el respaldo de oro físico) podría también ayudar a mantener la estabilidad de precios, al proveer un anclaje al nivel de precios en dinero fiduciario. Cada mercancía tendría dos precios, uno fiduciario y otro no fiduciario, por lo que habría dos niveles de precios (fiduciario y no fiduciario), y el precio del oro jugaría el rol de tipo de cambio, que permitiría determinar los precios fiduciarios correspondientes a los no fiduciarios. Sería, entonces, muy importante que el oro tenga un mercado fluido y transparente, que permita la flexibilidad de su precio. Y de esta tarea pueden encargarse los bancos centrales.

En realidad, pues, no estamos hablando de un nuevo sistema monetario internacional. Pero tampoco estamos hablando de simplemente establecer un nuevo marco legal que incentive el crecimiento del mercado doméstico de oro. Estamos hablando, más bien, de dar un uso monetario al oro, aprovechando sus singulares cualidades, para proteger nuestras economías ante una eventual caída del dólar con una subsecuente desdolarización global.

Pero, al mismo tiempo estamos hablando de otorgar al público la posibilidad de acceder a un activo como el oro, cuya importancia aumenta en momentos de inestabilidad e incertidumbre, así como también en tiempos de bajas tasas de interés. Resulta, pues, pertinente considerar el uso monetario del oro, sobre todo en estos momentos, en que las economías occidentales atraviesan por crisis que ya llevan varios años, y en que las tasas de interés han permanecido en un nivel históricamente bajo ya por varias décadas.

Debemos agregar también que, siendo el oro la mercancía más importante en una economía capitalista, el hecho de que no existan mercados minoristas de oro debe verse no como una simple anomalía, sino como una verdadera atrofia de los mercados. Al respecto, debemos señalar que actualmente el uso más importante del oro es simplemente la fabricación de alhajas. La producción anual mundial de oro es de aproximadamente 5,000 toneladas, de las cuales unas 2,000 son usadas en la fabricación de alhajas. Esto implica que en estos momentos no se está aprovechando plenamente las especiales cualidades económicas del oro, y eso constituye una seria deficiencia de los mercados (es una forma de resource misallocation).

En cuanto a la necesidad de nuevas formas de dinero en general, y del uso monetario del oro en particular, debemos señalar que durante las últimas décadas el proceso global de desregulación financiera, el descomunal aumento de la liquidez y la mayor fluidez de las operaciones financieras en esta era electrónica han dado lugar a la financiarización, la cual requiere de valores (instrumentos financieros) de mayor diversidad y sofisticación, necesidad que ya está siendo en parte satisfecha por la introducción de nuevos tipos de dinero (de hecho, ya existe un gran número de criptomonedas).

En cuanto a la necesidad de dinero no fiduciario en particular, debemos recordar que la teoría nos dice que el libre comercio debe llevar a la igualación de los precios, tanto de las mercancías (bienes y servicios) como de los factores de producción (trabajo y capital). Este es un resultado muy importante, pues tal igualdad es una condición de eficiencia paretiana a nivel global. En ese sentido, debemos señalar que el hecho de que la liberalización comercial de las últimas décadas no haya tenido tal resultado, en parte se explica por la carencia de dinero no fiduciario de curso global, que facilite la igualación (o, por lo menos, el acercamiento) de los precios absolutos entre los países.

Antes de terminar, cabría hacernos la pregunta de que, si la salida que planteamos parece ser tan clara (straightforward), ¿por qué no es discutida en el mundo académico ni fuera de él? En el mundo académico (los economistas), la suspicacia por el oro tiene su origen en el rol jugado por el oro en la era del mercantilismo colonial. Los economistas clásicos y neoclásicos afirmaban que los mercantilistas identificaban el oro con la riqueza. por lo que las potencias europeas buscaban acumular oro monopolizando el comercio con sus colonias, y restringiendo el comercio internacional en general.

Es más, actualmente muchos economistas pueden estar viendo una posible monetización del oro como un regreso al patrón oro (gold standard), en el cual se emitía dinero fiduciario con un valor fijo en oro, valor que resultaba puramente simbólico, pues requería del control del precio del oro. Pero, tal como ya hemos señalado, la propuesta de dar un uso monetario al oro mediante la emisión de certificados de oro respaldados por oro físico no requeriría fijar el precio del oro, el cual sería totalmente flexible, jugando así el rol de un tipo de cambio entre el dinero fiduciario y el no fiduciario.

En el caso del mundo no académico (los políticos y las empresas), por supuesto, lo que existe no es una aversión al oro, sino más bien una gran simpatía por el dólar. Para los políticos occidentales, una desdolarización global significaría la desaparición del principal instrumento de poder económico y político de la mayor potencia de Occidente. Por su parte, la actitud de la clase adinerada revela no solamente su conservadurismo (su preferencia por el statu quo), sino también el hecho de que ellos sí tienen acceso a una gran diversidad de instrumentos financieros alternativos, por lo que tanto no les interesa disponer de uno adicional.

Finalmente, habría que señalar que la introducción de dinero no fiduciario (oro monetario) bien podría ser un asunto conflictivo, en parte porque, sin duda, habría ganadores y perdedores. Pero es razonable pensar que habría más ganadores que perdedores, y que las ganancias de los ganadores serían mayores que las pérdidas de los perdedores.

La razón básica para esperar un saldo positivo. es que la más importante virtud de un nuevo orden monetario que incluya dinero no fiduciario es que otorgaría a los agentes económicos en general –y no solo a los ricos y superricos– alternativas adicionales en cuanto al manejo de sus activos.

A eso podemos agregar que el actual sistema monetario internacional –que ha usado durante 80 años una moneda nacional (el dólar) como moneda reserva– conlleva una serie de distorsiones que afectan las relaciones comerciales entre los países, frustrando los efectos positivos del libre comercio. Esto, en primer lugar, en razón de que los flujos comerciales son afectados por la selección del país emisor de la moneda reserva (por ejemplo, el comercio internacional tendría diferentes características si el emisor no fuese Estados Unidos sino China).

Y, también, en razón de que un orden monetario como el actual dificulta las relaciones comerciales internacionales, pues no favorece el intercambio comercial balanceado entre el país emisor y el resto del mundo. De hecho, las guerras comerciales que ha emprendido el presidente Trump reflejan ese problema. En efecto, actualmente el más importante caso de desbalance comercial es justamente Estados Unidos, y esto en razón de que, tal como lo señalara Robert Triffin, el país emisor de la moneda reserva deberá satisfacer la demanda de liquidez del resto del mundo incurriendo en sucesivos déficits externos. De hecho, el volumen actual de la deuda pública norteamericana en gran medida refleja el cumplimiento de tal exigencia.

Como podemos ver, el actual orden monetario tiene un costo para el país emisor, el cual debe incurrir en sucesivos déficits externos en sus relaciones con el resto del mundo. Pero Estados Unidos, como país emisor, también obtiene beneficios que son mucho más evidentes (fáciles de percibir) que sus costos, siendo el beneficio más importante el poder mantenerse como el deudor más confiable del mundo (lo que en parte también explica su gigantesca deuda pública). Otro beneficio que percibe Estados Unidos como país emisor son los ingresos por señoreaje; o sea, el privilegio de poder pagar al resto del mundo usando su propio dinero fiduciario; el cual no tiene ningún valor intrínseco.

El hecho de que las ganancias del país emisor sean más aparentes que sus costos, ha llevado, por ejemplo, al nuevo presidente Donald Trump a defender la vigencia del dólar, y a amenazar a los países BRICS si estos tratan de “sabotear” el dólar. Lo que no entiende Donald Trump es que sin una desdolarización global va a ser muy difícil (si no imposible) que Estados Unidos pueda mantener sus relaciones comerciales en equilibrio con el resto del mundo. Es más, Trump tampoco parece entender que a una devaluación del dólar correspondería una desvalorización proporcional de la deuda de su gobierno.

Es muy importante, entonces, reconocer la necesidad de un reordenamiento monetario global, dejar de lado el wishful thinking, y admitir que el gobierno norteamericano tiene un problema que no va a poder resolver por su cuenta, al menos no de una manera en que los costos y beneficios puedan ser distribuidos de una manera equitativa entre los países. Es también necesario entender que el dólar no va a poder reinar para siempre, y que los bancos centrales alrededor del mundo podrían ya estar perdiendo la guerra contra el criptodinero.

¿Por Qué Nadie Quiere a las Mineras?

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Una de las cuestiones centrales en el ámbito político doméstico durante los últimos meses ha sido el conflicto de Tía María. Y una de las anécdotas políticas que más ha llamado la atención fue el exabrupto del nuevo Presidente del Congreso, Pedro Olaechea, diciéndole al Presidente Vizcarra que “no tenga miedo de gobernar”. Al parecer en los medios nadie ha asociado ambos eventos; sin embargo, el vínculo parece claro: lo que Olaechea en realidad quiso decirle al Presidente es que mande la tropa a Tía María a poner en orden al “populacho”.

Por otro lado, una pregunta que nadie –y mucho menos Pedro Olaechea– parece considerar en el caso de Tía María es la que está como título de este artículo. En realidad, esta omisión no nos extraña mucho en el caso de Pedro Olaechea o de los medios en general, pero sí nos llama un poco la atención cuando no se la plantean observadores de cierta solvencia cuando expresan su opinión al respecto. Podríamos aludir aquí a muchos de tales casos, pero vamos a referirnos muy someramente a solo uno de ellos. Y conste que la única razón por la cual lo tomamos en cuenta en particular es por nuestra consideración por su calidad profesional. Se trata de una entrevista a Carlos Amat y León, Profesor Emérito de la Universidad del Pacífico, sobre el conflicto de Tía María, realizada por Joaquín Rey y publicada por Perú 21.

Debemos empezar señalando que la pregunta de por qué nadie quiere a las mineras nos viene a la mente cuando notamos que conflictos como el de Tía María tienen precedentes y se han venido observando por mucho tiempo y por todo lado en el territorio nacional, donde pequeños productores agrícolas buscan la manera de manifestar su contrariedad con el desarrollo de grandes proyectos mineros en sus tierras. De hecho, estos conflictos son los “problemas recurrentes en torno a la minería” a los que se refiere el entrevistador de Carlos Amat.

Resulta pues claro que deberíamos hacer esta pregunta a todo aquel que quiera dar su opinión sobre el asunto. Obviamente, habrá quienes (incluyendo Amat) la rechacen de plano diciendo que la pregunta es capciosa y que, en realidad, mucha gente quiere a las empresas mineras, y que los conflictos que estamos observando en realidad son obra de “agentes anti-mineros” que engañan a la gente. Pero aún en ese caso nuestra pregunta resulta pertinente, porque ahora la preguntar pertinente sería por qué es tan fácil para tales “agentes anti-mineros” engañar a la población. En efecto, como veremos, ambas preguntas nos llevan a una misma y sencilla respuesta, cual es que nadie quiere a las mineras (o es muy fácil para los “agentes anti-mineros” engañar a la gente) porque existe una desconfianza generalizada por parte de la población, desconfianza que es el producto de una larga historia de argucias y despojos que se inicia con la ocupación europea de los Andes hace quinientos años.

Esta desconfianza que los empresarios, señores, patrones y extraños en general inspiran en la población tiene pues una larga historia y no se va a desvanecer tan fácilmente. Y algo que nuestros capitalistas deben entender es que ahora ellos se van a ver obligados a pagar por lo menos parte del costo de quinientos años de usurpación y despojo europeo de los recursos andinos. Y para ello no va a ser suficiente que las empresas y el gobierno hagan promesas y firmen compromisos.

Pero la posición de las mineras va más allá de simplemente limitarse a hacer promesas y firmar compromisos. En realidad, buscan también la manera de sacar algún beneficio de la circunstancia en la cual están envueltas: Amat, por su parte, propone “reorganizar el estado en el ámbito regional” creando nuevas “corporaciones de desarrollo” que serían financiadas con el canon minero y en el manejo de las cuales participarían las empresas mineras. O sea, lo que buscan las mineras es reasignar el canon minero de tal manera de obtener el control por lo menos indirecto de sus fondos, y no dejar todo en manos de los gobiernos regionales y locales.

Que las empresas mineras no se limiten a hacer promesas y firmar compromisos, sino que pasen a construir infraestructura, servicios públicos, colegios y hospitales sería una manera de empezar a pagar la deuda a que aludimos y así ganar la confianza de la población. Tal como los gremios empresariales y sus voceros insisten en la importancia de que obtengamos la confianza del inversionista, ellos también podrían mostrar algún interés por ganar la confianza de la población. Pero no lo quieren hacer.

Y no quieren ceder en este conflicto porque ello crearía un precedente para futuros proyectos de inversión, O sea, no quieren que la gente aumente sus expectativas y empiece a creer que merece más de lo que ya tiene o le están dando. Pero lo terrible en realidad no es que ni siquiera quieren reconocer la deuda que tienen con la población, sino que no dudarían en abrirse camino de manera violenta. De hecho, el conflicto de Tía María ya tiene algunos años y ha costado la vida a varios pobladores. Es obvio que de esa manera no van a ganar la confianza de la gente, y este tipo de conflictos se va a repetir en el futuro.

Es mucho dinero el que está en juego en Tía María (según Amat, 500,000 millones de PBI en los próximos 20 años). Obviamente, ello implica que el negocio seguiría siendo muy rentable si la empresa invierte algunos millones más. Pero, ¿por qué no lo hacen? La empresa (Southern) sabía que esto iba a pasar, ¿por qué no vieron de invertir algún tiempo y un poco de dinero en ganarse la simpatía de la gente. ¿Por qué prefiere Southern invertir millones en propaganda proclamándose defensora del medio ambiente en vez de invertirlos infraestructura y servicios públicos en Tía María? Como repetimos, se trata de no crear expectativas, que la gente no empiece a creer que merece más de lo que ya tiene. Y en eso tienen el respaldo de los gremios empresariales.

Un último hecho ilustrativo de la desconfianza de la gente en las empresas mineras es la remodelación reciente del local que la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía tiene en la esquina de las calles Francisco Graña y Rocca de Vergallo en el distrito de Magdalena del Mar en Lima, la cual ha llevado a la SNMPE a cubrir con cemento el área verde de la berma frente a su nuevo local para facilitar el estacionamiento de los vehículos de sus empleados y visitantes. No muestra, pues, algún respeto por la propiedad pública, por el bien común. Así no es fácil confiar en ellos.

Ni con Maduro ni con Trump

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Este es un tema del que no voy a volver a escribir. Y explicaré luego por qué. Me refiero a la crisis venezolana. Ésta despierta el interés del público en general, pues tiene un impacto sobre nuestro país a través de la inmigración, lo cual afecta la remuneración de los trabajadores en nuestro país.

En la prensa el interés no es de ese tipo. Es, más bien, un interés político, especialmente por parte de los que acusan a Maduro de ser un dictador corrupto y sanguinario, del cual quieren la cabeza, y que no pueden ocultar su simpatía por una eventual intervención armada extranjera –esto es, norteamericana– que lo deponga y les entregue su cabeza. Por otro lado, en una actitud menos locuaz, están los que simpatizan con Maduro. Es decir, tenemos por un lado a los que están contra Maduro (y con Trump) y, por otro lado, a los que están con Maduro (y contra Trump).

Pero alguien puede venir y decir que sus simpatías –en realidad– están contra Maduro, pero no a favor de Trump. Obviamente, eso no es sincero ni creíble: si alguien está en contra de Maduro es porque está, por lo menos en la práctica, a favor de Trump. Es decir, o estamos a favor de uno de ellos, o estamos en contra de ambos. No existe otra posibilidad, mucho menos la de simpatizar con ambos.

Pues bien, yo le diría a los que simpatizan con Trump que sigan criticando a Maduro, hablando de la terrible crisis económica que vive Venezuela, del apoyo recibido por el auto-proclamado presidente Juan Guaidó a nivel internacional, de la represión de las manifestaciones populares en Venezuela. Pero también les diría que no mencionen que Maduro fue elegido al cargo, que tiene el apoyo del 30% del electorado, que México no se ha sumado al bloqueo, que en una declaración sobre Venezuela el Papa no condena a Maduro, ni que existe la posibilidad de una solución negociada. Y también les diría que no se preocupen por hablar de los personajes que manejan el asunto venezolano en el gobierno de Trump. Me refiero a su secretario de estado, Mike Pompeo, carnal del príncipe saudita que ordenó torturar y asesinar un periodista de oposición en el consulado saudita en Estambul; de su asesor de seguridad, John Bolton, agresivo extremista de derecha, más bruto y achorado que cualquier ejemplar doméstico, pero que encontró la manera de no ir a pelear a Vietnam cuando le tocaba; ni de su encargado especial, Elliot Abrams, veterano defensor de dictadores y encubridor de masacres en América Central durante los 80s.

Obviamente, a los que simpatizan con Maduro les diría que hagan justamente lo contrario.

Y a los que no están ni con Trump ni con Maduro les diría QUE SE CALLEN LA BOCA, al menos sobre ese tema, pues, en realidad, hay muchas cosas que nos deben preocupar y de las que debemos hablar. A nivel doméstico podemos hablar de la lucha contra la corrupción, el intento de fuga de Alan García y los trámites para extraditar a Alejandro Toledo; del aniego en San Juan de Lurigancho; del caos en el transporte urbano; de los miles de niños pidiendo ayuda en las calles de Lima, de la lucha contra los femenicidios; del rendimiento negativo de los fondos de pensiones; de la lucha de la CONFIEP contra la “tramitología” y la inflexibilidad de la legislación laboral; de los 4 millones de peruanos que viven en el extranjero; etc.

En el ámbito global podemos hablar del avance del populismo de derecha, del odio y del fascismo; del cambio climático y la deserción del Acuerdo de París por parte de Estados Unidos; de la globalización y la “guerra comercial” desatada por Trump contra China; de la monopolización de los mercados y la expansión de gigantescas transnacionales; del aumento de la concentración de la propiedad y de la desigualdad del ingreso; de la proliferación de armas nucleares y el abandono del Acuerdo sobre Misiles Nucleares de Alcance Intermedio por parte de Estados Unidos; del rol de Estados Unidos como única superpotencia y los abrazos entre Donald Trump y Kim Jong-un; de los “chalecos amarillos” franceses; del peligro que el avance de internet y las redes sociales significa para nuestra privacidad; etc.

100 Años del Asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht

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Hoy día, 15 de enero, se conmemoran 100 años la muerte de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, fundadores de la Liga Espartaquista y del Partido Comunista de Alemania, asesinados en Berlín por la chusma fascista de las SA, que luego dieran origen a las SS nazis.

Es importante recordarlos en estos momentos en que el fascismo está de vuelta en todo el mundo, y, para todos nosotros, esa es una amenaza más seria que la que representa Nicolás Maduro, el entrañable enemigo de la derecha doméstica.

Rosa Luxemburgo fue autora del libro La Acumulación de Capital (1913), considerado uno de los más importantes textos de la economía marxista.

Karl Liebknecht estudió derecho y economía política y en 1912 fue elegido al parlamento alemán, donde fue el único en oponerse a la guerra en 1914.

En El País pueden ver un interesante reportaje sobre el evento que se conmemora.

El Problema de los Inmigrantes Venezolanos en el Perú

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Hace unas tres semanas fui entrevistado sobre el tema del impacto de los inmigrantes venezolanos sobre la economía peruana por dos medios locales, pero ninguno parece haber divulgado las entrevistas. Aunque ya traté este asunto en una entrada anterior, presento aquí una lista resumida de las ideas básicas que traté de exponer en las entrevistas, y también otras más.

En primer lugar, es necesario entender que la desastrosa situación de la economía venezolana resulta en gran medida de los errores del gobierno chavista, de interferir de una manera totalmente caprichosa con los mercados. Pero debemos también tener en cuenta en que en Venezuela la informalidad es mínima si la comparamos con la que existe en el Perú, y carece, por lo tanto, de un colchón capaz de absorber el desempleo del sector formal, por lo que exportar su desempleo es el recurso más sencillo que le queda.

Debemos también tener en cuenta que Venezuela es una economía mono-exportadora, duramente afectada por el retraso del precio del petróleo luego de la crisis financiera del 2008. La situación del Perú con relación a sus exportaciones no ha sido tan desventurada, ni mucho menos. De hecho, nuestro país no estaría en condiciones de atraer venezolanos si el precio del cobre y del oro (productos que representan casi el 50% de nuestras exportaciones legales) hubieran tenido una experiencia similar a la del petróleo. En efecto, tal como podemos ver en el siguiente gráfico, los precios del cobre y del oro en relación al precio del petróleo más que se duplicaron entre 2003 y 2017. La pregunta es, pues, ¿cuál sería nuestra actual situación económica si los precios del cobre y del oro hubieran tenido una evolución similar a la del petróleo?

 

Fuente: BCRP

Por otro lado, hasta hace 3 o 4 años, Venezuela recibía inmigrantes de otros países de la región, absorbiendo de esa manera el desempleo de esos países. Aunque ahora el flujo se ha revertido, en estos momentos todavía podría haber más peruanos que venezolanos viviendo en el extranjero. En efecto, actualmente hay más de 2 millones de peruanos en el extranjero, que emigraron básicamente a partir de 1990, y que envían al país unos 3,500 millones de dólares al año; esto es, unos 10 millones de dólares diarios (que es lo que actualmente los venezolanos envían a su país en un mes desde el Perú). Es decir, nosotros mismos hemos estado haciendo lo que hacen ahora los venezolanos, solo que en mayor medida.

También debemos entender que el impacto de la inmigración venezolana debe ser positivo para la economía peruana en su conjunto. Y la explicación es muy sencilla: se trata de un aumento en nuestra dotación de mano de obra que, de lograr insertarse en el mercado de trabajo, debe permitir un aumento del producto interno. De hecho, hace unas tres semanas el Banco Central revisó al alza su proyección de crecimiento del producto para este año, sin dar una explicación clara de por qué lo hacía; pues bien, la explicación más sencilla es el aumento de nuestro stock de mano de obra al que hemos hecho referencia.

Sin embargo, el hecho que el impacto global sobre la economía sea positivo no implica que todos en el Perú vamos a ganar. De hecho, habrá ganadores y perdedores, tal como se refleja en la presión a la baja que existe sobre los salarios, lo que obviamente perjudica a los trabajadores, pero favorece por otro lado a los empleadores (las empresas). Aún más, existe también la posibilidad de que el producto per cápita disminuya si es que el aumento del producto interno es proporcionalmente menor al aumento de la población resultante de la inmigración.

Ahora bien, siendo los principales favorecidos por la inmigración venezolana, los líderes empresariales deberían manifestar abiertamente su rechazo al ex-alcalde Ricardo Belmont, que busca ganancias políticas incentivando la xenofobia entre los trabajadores peruanos. Y debemos también estar alertas ante la posibilidad de que algunos políticos estén tratando de exacerbar el problema de la inmigración con el fin de distraer la atención del público del escándalo de la corrupción en el Poder Judicial.

Finalmente, debemos señalar que el problema que existe en Venezuela no es de carácter puramente doméstico, sino regional, y no se podrá solucionar si no se encuentra una salida a la crisis política en ese país, lo cual requiere de una negociación directa entre el gobierno de Maduro y la oposición. Hasta el momento, solo el Vaticano ha tratado de jugar el rol de mediador, mientras que el presidente Trump ha tenido tiempo para sentarse a conversar con el norcoreano Kim Jong-un, pero no con Maduro. Como única superpotencia, interesada en mantener la tranquilidad y la paz mundial, Estados Unidos debería estar jugando el rol de mediador en conflictos de este tipo, pero Donald Trump no es capaz de entender eso. Es más, el 8 de Setiembre el diario The New York Times reveló que el gobierno norteamericano sostuvo en algún momento reuniones secretas con militares venezolanos para negociar planes para derrocar al presidente Maduro.

 

Donald Trump: In Search of Enemies

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Donald Trump has withdrawn the US from a multilateral nuclear agreement signed with Iran in 2015 and intends to re-impose economic sanctions on that country. In this way he is dismantling president Obama’s most important foreign-policy achievement. This point is underscored by Anthony Zurcher in a report to the BBC, in which he presents three reasons behind Trump’s decision, the first one being his purpose of “shredding the Obama legacy”, taking aim at practically every one of his predecessor’s achievements: he has pulled the US out of the Trans-Pacific Partnership trade negotiations, has announced his intention to withdraw the US from the Paris Agreement on climate change, has re-imposed sanctions and travel restrictions on Cuba, has backed the repeal of some Obama-era controls on financial institutions, etc.

As Zurcher sees it, another reason behind Trump’s decision would be his “full-throated support” of Benjamin Netanyahu, Israel’s far-right prime minister, after having previously expressed an opinion not very critical of the Iran deal.

And the last reason –according to Zurcher– would be the influence of “hawks” like Mike Pompeo –new Secretary of State– and John Bolton –new National Security Advisor– who recently replaced Rex Tillerson and HR McMaster, who had reportedly advised Trump against abandoning the agreement.

But Trump’s antipathy for Obama and/or sympathy for Netanyahu clearly do not exhaust all possible explanations of his decision. And although being surrounded by warmongers such as Pompeo and Bolton –and experts in torturing techniques, such as Gina Haspel, his nominee for heading the CIA– also plays a role, there is an important point missing in Zurcher’s explanation of Trump’s decision, and that would be the US need of foreign enemies.

In effect, after North Korea announced its intention of negotiating the dismantling of its nuclear program, the US looks on its way of losing one of its most hated enemies. In fact, a US-North Korea summit is being arranged for June 12. Although the chances of reaching a final agreement with North Korea will be eroded by Trump’s dumping of the deal with Iran, Kim Jong-un’s offer to negotiate with the US clearly undercuts the position of the most aggressive and belligerent voices in the US –among them, Trump himself– that promote raising military expenditures even more, disregarding the fact that the US is the world’s largest military spender, with expenses that in 2016 represented 36% of the world’s total. Thus, there is a need of enemies, and Iran is now the best choice. As we know, the US arms industry –baptized by President Eisenhower as “the military-industrial complex”– is very powerful in every sense, and it would be silly to believe that they are interested in peace and denuclearization.

Trump justifies his decision claiming that the agreement was “a horrible one-sided deal that should have never, ever been made”, and that, in any case, Iran was already violating it. But this is an argument that sounds very much like George W. Bush’s pretext for invading Iraq in 2003, that asserted that Saddam Hussein had a huge stock of “weapons of mass destruction” that –as we know– were never found after that country was occupied.

Although his supporters claim that soon a new, more favorable agreement will be signed, it is obvious that Trump does not have a plan in mind. In any case, Trump should be aware that if the US prevailed in its recent show of force with North Korea, that would not have happened without China’s weight on the Koreans. But the situation is different now, as the European countries, together with China and Russia are all against the breaking of the deal with Iran.

Kuczynski y Odebrecht – La Lección a Obtenerse

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EL presidente Kuczynski ha aceptado que una empresa de su propiedad recibió pagos “de consultoría” de Odebrecht cuando él ocupaba el cargo de ministro de economía del ex–presidente Alejandro Toledo. Ahora PPK pretende aplacar el agravante que haber previamente negado haber recibido dinero de Odebrecht alegando que los pagos por casi 800 mil dólares recibidos por una empresa de su propiedad fueron por contratos con los cuales él no tuvo “nada que ver”. Obviamente, eso no suena muy persuasivo.

La reacción general en los medios ha sido pedir la renuncia del presidente, quien ha solicitado se le quite el secreto bancario, pero nadie parece interesarse por tal solicitud, y eso es un error muy grave. Puedo entender que los políticos –especialmente los de la oposición– no se interesen en la solicitud de PPK, pero es increíble que ni los medios ni el público en general tampoco le hagan caso.

PPK debería exigir ahora que los congresistas, empezando por los de la oposición, también renuncien a su secreto bancario. No lo hace porque considera que bajo un orden capitalista el secreto bancario es un derecho inalienable, del cual solo podemos prescindir en una situación de vida o muerte. Pero cualquier político que asume un cargo público –como el de presidente o congresista– debe entender que pierde mucho de su derecho a la privacidad. Esa debe ser la principal lección que debemos obtener de la crisis política que vivimos.

En las elecciones pasadas solo una candidata -Verónika Mendoza- ofreció renunciar a su secreto bancario. No sé si finalmente lo hizo, pues los medios y el público tampoco se interesaron mucho en el asunto. Pero la renuncia al secreto bancario debería ser no solo una condición para asumir, sino incluso para postular a un cargo público. Sería una manera de por lo menos tratar de disuadir a aventureros y bribones a que hagan de la actividad política un negocio. Los políticos que ahora predican contra la corrupción en nuestro país sin siquiera aludir al asunto del secreto bancario son simplemente una banda de hipócritas.

Ahora que parece obvio que el presidente tendrá que irse a su casa en San Isidro o a su departamento en Manhattan, solo nos queda esperar que no solamente haga efectiva su renuncia al secreto bancario, sino que exija que los congresistas también lo hagan. Es único desquite posible que tiene contra el fujimorismo.

Vargas Llosa vs. Kim Jong-un: Sobre la Abolición de las Armas Nucleares

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El autor hispano-peruano Mario Vargas Llosa ha publicado en su columna Piedra de Toque un artículo –“La bomba de Kim Jong-un”– en relación al programa nuclear norcoreano. El artículo está en la página del diario El País, y ha sido publicado en “La República”.

Salvo el dato sobre el peso del líder norcoreano (133 kilos, según el autor), en realidad no hay nada nuevo –mucho menos sustantivo– en el artículo. En todo caso, lo primero que llama la atención es la cantidad y variedad alucinante de calificativos con que el autor califica a su personaje central, a quien asigna la capacidad de “extinguir la civilización”. Solo en el subtítulo y el primer párrafo lo califica de ser inculto, de inteligencia primaria, que parece una caricatura de sí mismo; tirano, asesino, gordinflón, payaso, pequeño sátrapa mozalbete y malcriado. En el resto del artículo se pueden encontrar otras variedades. En claro contraste, el autor no usa ningún adjetivo cuando en algún momento se refiere al presidente norteamericano (“el presidente Trump”), de quien no parece saber el peso.

Yo no voy a decir que esto refleja que el autor sufre de algún deterioro intelectual –aunque el hecho que no lo diga no necesariamente implica que no lo piense– pero pierde un poco la compostura: decir cosas como las que escribe las puedo esperar en el caso de Philip Butters o Aldo Mariátegui, pero no de un Premio Nobel. Pero debemos advertir que ya tiene antecedentes: hace poco el autor criticó duramente la decisión de la Academia Sueca de otorgar el Premio Nobel de Literatura al compositor e intérprete norteamericano Bob Dylan, y habló de la “frivolización de la cultura” y expresó su temor que dicho premio sea eventualmente “otorgado a un futbolista”. Es preocupante no solamente porque ningún otro Premio Nobel hizo algún reclamo de ese tipo, sino también porque un mínimo de consecuencia debería haberlo llevado a devolver el premio y el dinero que recibió. No lo hizo porque hablar es muy fácil y no cuesta. Mismo Donald Trump.

Aunque un chispazo de lucidez lo lleva a lamentar que ya no sea posible una “acción militar limitada” por parte de Estados Unidos, el mismo autor admite su confusión en relación al tema del impasse nuclear que le preocupa. “¿Cómo hemos llegado a esta situación?”, se pregunta, para luego admitir que no tiene “ninguna respuesta”. La situación a la que se refiere sería una en la que el “pequeño sátrapa” norcoreano tiene “la llave de una catástrofe nuclear de dimensiones apocalípticas”, y que está en juego “la posibilidad de un cataclismo planetario”.

Y como no tiene ninguna explicación que dar, aprovecha la oportunidad para lanzarle flores al capitalismo global, que en las últimas décadas nos habría “salvado de la barbarie”. Nos recuerda a John Dos Passos, eminente autor norteamericano, que en los años 30 defendió a Sacco y Vanzetti (sindicalistas norteamericanos), y a León Trotsky (ex–jefe del Ejército Rojo), y que terminó en los años 50 convertido en ferviente macartista, y escribiendo majaderías para Selecciones. Aunque tal vez sea algo atrevido comparar al autor con Dos Passos.

¿A qué voy con todo esto? Aunque en un segundo chispazo de lucidez, el autor lamenta el “siniestro polvorín nuclear en que está convertido el mundo”, no es capaz de inferir lo que resulta obvio, y que es que lo que debemos buscar es la ABOLICIÓN TOTAL de las armas nucleares. El autor se dedica más bien a defender a países como Estados Unidos, que se han atribuido el poder de decidir quién puede tener armas nucleares y quiénes no (para lo cual cuentan con el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1968). Es algo más lastimoso que la decisión del gobierno peruano de expulsar al embajador norcoreano, a pesar del servilismo que tal medida refleja (ningún otro país de la región lo ha hecho).

Para terminar, me permito recomendarle al autor, y a todos ustedes, echar un vistazo a un reportaje sobre Corea del Norte, de Will Ripley y Marc Lourdes, reporteros de la cadena norteamericana CNN, “Secret State. A journey into the heart of North Korea”. Aunque los comentarios finales hechos por los autores en la primera versión para el cable han sido recortados, Vargas Llosa sin duda pensaría que Ripley y Lourdes son agentes de Kim Jong-un.

Sobre el Propósito de Enmienda

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Hay un alboroto en la prensa local por la liberación este 11 de setiembre –aniversario del golpe de Pinochet en Chile y de la destrucción por Al Qaeda de las Torres Gemelas de Nueva York, curiosa coincidencia, que a nadie parece llamarle la atención– de Maritza Garrido Lecca, luego de 25 años de prisión por haber albergado a Abimael Guzmán y otros líderes senderistas. El alboroto básicamente es en relación al hecho que se está liberando a senderistas que no muestran signos de arrepentimiento ni propósito de enmienda, lo cual puede ser un peligro para la sociedad. Y RPP manifiesta su preocupación por el hecho que sean excarcelados aun cuando no han pagado la reparación civil correspondiente.

Lo de RPP, obviamente, es una nimiedad, por decir lo menos. Pero, ¿qué hay del arrepentimiento y del propósito de enmienda? Obviamente, es difícil esperar eso de los líderes de una agrupación como Sendero Luminoso, que ahora parecen ser incapaces de aceptar su intrascendencia histórica y abandonar su sectarismo, sobre todo después de haber llegado al extremo al que llegaron.

O sea, en general es difícil –aunque no tan difícil– admitir que nos hemos equivocado. Algunos antiguos revolucionarios son actualmente defensores del orden capitalista y, aunque no lo dicen, piensan que han sido lo suficientemente inteligentes para darse cuenta que estuvieron equivocados (aunque no lo sean tanto si llegaron a equivocarse de esa manera).

Además, para tomar decisiones de ese tipo –admitir que nos hemos equivocado y manifestar propósito de enmienda– tenemos que tomar en cuenta los premios y castigos que esas decisiones conllevan. Es obvio que, por las atrocidades cometidas por Sendero, es muy difícil que sean readmitidos por la sociedad con los brazos abiertos. Es más, hay normas legales que justamente buscan prevenir dicha readmisión.

Los arrepentidos, pues, no pueden esperar ninguna recompensa. Es más, podrían estar esperando algún premio por no mostrar arrepentimiento, pues pueden ver la situación del país durante los últimos 25 años, en que la miseria continúa básicamente intacta, y la violencia y la corrupción no hacen sino aumentar, como el caldo de cultivo que nutre extremismos como los de Sendero Luminoso.

Por otro lado, algo que no van a entender los propulsores de declaraciones de  “Héroes de la Patria”, es que el gobierno fujimorista de entonces –o sea, Alberto Fujimori– buscó humillar y avergonzar a los líderes senderistas capturados, vistiéndolos con trajes a rayas. Eso no solo mostraba la mezquindad de quién tomó esa decisión –creo saber quién fue– sino también el propósito de usar ese evento políticamente. Pues bien, yo no creo que haya mucha gente que acepte ese tipo de humillaciones. Y ahora eso es parte del precio que tenemos que pagar por la sordidez del gobierno de Alberto Fujimori y sus abusos.