Donald Trump y la Globalización Económica

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Donald Trump ha sido elegido presidente de los Estados Unidos y, en principio, deberá asumir el cargo en unos dos meses. Antes de hacerlo, tendrá que dejar de lado sus maneras vulgares y agresivas. Tendrá que dejar de lado también la demagogia y casi todas las promesas desaforadas que hizo al electorado. La imagen de outsider y anti-establishment que le permitió ganar las elecciones se desvanecerá rápidamente, para desencanto de aquellos que fueron fascinados por el “Make America Great Again”. Y para ello hay una razón sencilla.

La razón es que los líderes políticos de alrededor del mundo, los grandes bancos y corporaciones multinacionales, los organismos multilaterales, etc. no le van a permitir a Trump dar pie atrás en la revolución (o contra-revolución) capitalista iniciada hace más de 30 años por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la cual exige una total dependencia de los mercados en todos los ámbitos de la sociedad. Un elemento clave de ese proceso es la globalización económica, esto es, la integración a nivel mundial de los procesos productivos y de los mercados financieros, lo cual requiere no solamente del libre comercio entre los países, sino también la libre movilidad del capital, la expansión de las corporaciones multinacionales, la libre migración internacional de la mano de obra, la homogenización de las reglas de juego económicas , etc.

Y es que si quieren capitalismo, eso es lo que van a tener. Los mercados no admiten nacionalismos ni fronteras nacionales, y mucho menos que se levanten muros en esas fronteras. Es decir, el capitalismo, por su propia naturaleza –basado en la producción mercantil y el intercambio–, está orientado a la globalización económica. Es más, de acuerdo con la ortodoxia económica, los mercados no están para garantizarle empleo y salario decente a nadie, y tratar de dar esa garantía no solo sería ilusorio, sino contraproducente. Así, pues, tratar de competir con países donde los salarios son el 5% o 10% del salario de los trabajadores americanos menos calificados es nadar contra la corriente.

En todo caso, algo que debemos evitar es exagerar el poder del presidente norteamericano en relación a su capacidad para manejar la política económica de ese país. Los representantes de los grandes bancos y empresas, no solamente de Estados Unidos, sino de todo el mundo, tienen el poder, aptitud y experiencia para educar a Mr. Trump y aplacar su demagogia en cuestiones económicas. Y para ello no solo realizarán sus actividades de lobbying –directamente o empleando políticos profesionales–, sino que también contarán con el apoyo de la burocracia de la Reserva Federal (el banco central) y del Tesoro (el ministerio de economía) de ese país, y de organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y la Organización Mundial de Comercio. En nuestro país ya tenemos los casos de Alberto Fujimori, de Alan García y de Ollanta Humala como ejemplos de candidatos que, luego de ser elegidos, dejaron de lado por completo sus promesas electorales.

Ahora, ¿y qué pasaría si Trump no puede ser domesticado? Pues bien, eso complicaría el panorama económico internacional, que sin necesidad de Trump ya presenta serios problemas. La expansión del gasto fiscal en Estados Unidos puede, efectivamente, aumentar la demanda agregada, los salarios y el nivel de precios, que es algo que las actuales políticas de expansión monetaria han estado buscando infructuosamente por mucho tiempo. El problema es que la expansión fiscal no solo es más difícil de calibrar y revertir que la expansión monetaria, sino también que otro de sus resultados sería el agravamiento de los desequilibrios externos, poniendo más dólares en manos de países extranjeros, y habría que esperar qué deciden hacer esos países con esos dólares.

Es decir, la globalización ha generado una mayor interdependencia entre los países, y ningún país –especialmente los más grandes– puede manejar su política económica sin afectar a los demás, ni sin ser afectados por la manera cómo los demás países reaccionen. Además, la globalización ha hecho necesaria la administración multilateral de una serie de cuestiones, tales como el nivel global de liquidez –cuánto dinero hay en el mundo– y el cambio climático, entre otros. Pero eso es algo que, al parecer, Mr. Trump no será capaz de entender.

Finalmente, tratar de expulsar a los trabajadores ilegales de Estados Unidos simplemente dará lugar a una situación de enredo y confusión aún mayor, perjudicando no solo a los países de origen de dichos trabajadores, sino también –o sobre todo– a los Estados Unidos. Un efecto análogo tendría el desechar los acuerdos comerciales firmados por ese país, no solo por su efecto sobre los flujos comerciales, sino también sobre la percepción de riesgo alrededor del mundo.

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