Perú: Las heridas porfiadas

Por Nelson Manrique

Sábado 24 de agosto. Se acerca el décimo aniversario de la entrega del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación al Estado peruano y los familiares de las víctimas han convocado a un acto conmemorativo en el espacio monumental de El Ojo que Llora. El cielo de Lima nos regala un inesperado día soleado y los grupos folklóricos, con quenas, guitarras y charangos y una cuadrilla de sicuris con bombos y antaras crean un ambiente melancólicamente festivo, como en las conmemoraciones fúnebres en la sierra peruana; como les hubiera gustado a los seres queridos.

Están aquí los mismos que he visto a lo largo de estos años: los familiares de las víctimas de Barrios Altos y La Cantuta; gente que continúa trabajando tercamente en defensa de los Derechos Humanos, aunque haya quienes prefieren mirar en otra dirección; los Yuyachkanis, por supuesto, y un numeroso grupo de muchachas con bellos trajes multicolores que identifico como procedentes de comunidades de Huancavelica, Ayacucho y Apurímac. Portan ramos de flores, entre ellas la querida flor de retama. Una alegoría de la Pacha Mama, obra de Yuyachkani, se convierte en el centro en torno al cual se mueven las cuadrillas.

Está Lika Mutal, la autora de este maravilloso conjunto conmemorativo que ha suscitado la reflexión de Mario Vargas Llosa sobre “lo paradójico que son el arte y la vida, capaces de engendrar, a partir del horror y el sufrimiento, algo tan intenso y tan hermoso, tan sereno y tan delicado como las sombras y fulgores entre los que se cobija esa piedra con perfiles de cóndor, puma y serpiente, en la que una mujer llora por los desvaríos y padecimientos de los peruanos” (http://bit.ly/12ErEol).

Siempre hay rostros nuevos. Están la esposa y los hijos de un policía –hay varias fotografías de soldados y policías en el espacio de la memoria-, que con gran dignidad portan la fotografía del esposo, padre y, presumo, abuelo muerto. Familias que con grandes sacrificios se han desplazado desde sus pueblos de origen buscando la solidaridad de sus compatriotas y, quizás, un poco de justicia. El dolor une a todos. Por lo general los grupos de deudos están formados por mujeres de distintas edades, desde las viudas que en esa época terrible estaban en su juventud y tres décadas después se acercan a la vejez, hasta niños que presumiblemente son nietos de los desaparecidos. Es inevitable pensar en las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo, de Argentina. Pero para las mujeres indígenas que reclaman justicia en el Perú no hay cámaras ni prensa.

Una familia formada por tres mujeres de mediana edad, una anciana y un hombre se ha arrodillado en uno de los senderos formados por los guijarros en que se ha inscrito el nombre de las víctimas. Portan dos retratos del familiar perdido y lloran mientras ponen las fotografías y las flores junto a uno de los guijarros. Percy Rojas habló con la señora Beatriz Tacsi, natural del distrito de Hualla, provincia de Víctor Fajardo, y ella le contó su historia: vienen por primera vez al Ojo que Llora “y fue una sorpresa para ella, su madre y sus tres hermanos encontrar el nombre de su padre desaparecido en 1984 grabado en una piedra. Ella me dijo que es como si hubiera encontrado a su padre” (http://on.fb.me/17eWJkj). Un nombre en uno de los más de 40 mil guijarros que allí están…

Hay memorias terribles. La familia de Albino Quino Sulca busca que le devuelvan el cuerpo del padre desaparecido. Portan su retrato, un documento oficial que es imposible leer por la distancia y un cartel donde está escrita una acusación contra los integrantes de un batallón de infantería: “Asesinos y caníbales, violadores, devuelvan el cuerpo de mi Inocente “Papá” Albino Quino Sulca y quizás DIOS te perdone”. Llamando por su nombre al presunto victimario lo interpelan: “Son 37 años que estás saboreando el cuerpo de mi padre. Gracias a ti hemos sufrido, lo único que te pido: Devuélveme a mi padre”. Extendiendo su reclamo hasta los familiares del presunto victimario y al presidente de la República terminan proclamando: “Reconciliación sin justicia es igual a ser cómplices del canibalismo” (http://on.fb.me/19I1djA).
Caracterizar a alguien como antropófago es situarlo fuera de los  límites de lo humano, rechazarlo como miembro de nuestra misma especie. Esa es la magnitud de las heridas que ha dejado la era de la violencia. La reconciliación es volver a ser todos humanos: por eso se demanda justicia y reparación.

Fuente: La República

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