Crisis profesional

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Como muchos, o casi todos, he estado todos estos meses encerrado en casa saliendo únicamente a cuestiones muy urgentes y necesarias (médicas, para ser más exactos). Hace una semana salí por motivos sociales: reunirme con mi gente, mis mejores amigos. Converso con uno de ellos todos los días por WhatsApp, pero no es lo mismo. Quería verlos, necesitaba verlos.

Quienes me conocen saben que siempre he sido una persona “de su casa”, no me gustaba salir y prefería pasar los fines de semana en casa, haciendo mis cosas, durmiendo, viendo televisión, etc. El “salir a la calle” se limitaba principalmente a mi trabajo. En efecto, mis salidas de lunes a viernes se limitaban a un lindo y perfecto triángulo: mi casa, la Unsa y La Cato. Acabada esa ruta el regreso a casa era necesario: estar en casa era estar en paz. Así que los primeros meses de este encierro obligatorio por culpa del coronavirus los pasé relativamente tranquilo. Pero una cosa es no salir porque no quiera y otra es no salir porque no pueda. Todo ahora es diferente.

Quienes también me conocen, en especial quienes han sido mis estudiantes, saben que siempre he bromeado con la posibilidad de “trabajar desde casa”. Recuerdo que en varias oportunidades les decía en plena clase que si por mi fuera trabajaría desde la comodidad de mi cama, a través de Skype y con videoconferencias. Sonaba en ese momento tan gracioso. Hoy en día más que risa me da pena y hasta tristeza que ese “deseo” se haya vuelto realidad. Extraño estar en mi trabajo. Cada vez que puedo y paso por la Unsa o la Cato, me pongo triste, demasiado. Un día tuve que ir a una de esas universidades a recoger un presente, créanme que me puse a llorar por lo vacía que estaba. Recordar que hace unos cuantos meses estaba llena de alumnos y colegas, conversando y riendo sin sospechar lo que vendría. Felizmente mis lentes de sol no dejaron ver mis lágrimas. Todo ahora será diferente.

Escribo esto muy personal porque hace dos semanas entré en una muy fuerte crisis profesional. La primera (y espero única) en mis casi 10 años de vida profesional. El tipo de formación profesional que recibí, hace 15 años, era presencial. Mis 10 años como docente universitario los desarrollé de manera presencial. La pandemia nos ha obligado a todos a trabajar de manera virtual. Es una salida interesante ante la situación, pero no es lo que hacía. Sin mentirles he llegado a sentirme hastiado con lo que vengo haciendo: la enseñanza virtual. No se confundan, sigo enseñando bien, amo ser profesor universitario (no me imagino haciendo otra cosa); sin embargo, no me imagino enseñando de manera virtual los 42 años de vida profesional que me quedan. La casa ya no es el lugar de paz, ahora es el lugar de trabajo (con todos los problemas que eso conlleva). En términos de la dramaturgia de Goffman, estoy ya mezclando los roles, y eso no es bueno ni social ni psicológicamente hablando. Nunca como antes he deseado que acabe el año académico para salir de vacaciones; luego recuerdo que el virus sigue, que no se puede viajar y se me quitan las ganas de vacaciones.

Por eso, hace una semana salí, mi primera salida social. No saben lo bien que me hizo darme ese respiro después de 7 meses de encierro. Obviamente, con todas las medidas de seguridad. Durkheim decía que hay dos elementos fundamentales en una sociedad: la identificación y la regulación. Los extremos de ambos elementos son muy perjudiciales, es necesario encontrar el punto medio. Esa salida, me ha mostrado ese punto medio. Me encuentro más animoso y tranquilo, menos ansioso, menos estresado, sin tanto insomnio. Mi preocupación es, ¿por cuánto tiempo?

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