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Hace unas semanas nuestro país se paralizó por el descubrimiento de un delito que se venía cometiendo reiterada y sistemáticamente en los últimos meses y quién sabe, si en los últimos años. El responsable no era el cabecilla de una banda de narcotraficantes o el líder de alguna banda de cogoteros o asaltantes. El nombre del cardenal Juan Luis Cipriani empezaba a aparecer como el artífice de un delito, penal y académico, que no tiene “perdón de Dios”: el plagio. Sigue leyendo