La política es una de las actividades humanas más alejadas de la ética. Ya lo evidenciaba Maquiavelo cuando hacía una descripción de la política de su época en su inmortal obra “El príncipe”. Pero una serie que muchos recordaremos es “House Of Cards”, en la que el congresista Francis Underwood, con el apoyo incondicional de su esposa Claire, hacen hasta lo indecible por llegar a la cumbre del poder político en EE. UU. Es que el político real es así, no aspira a ganarse el cielo, sino a gobernar lo más parecido al infierno que tenemos: la sociedad.
Pero estoy seguro de que muchos de ustedes, estimados lectores, no están de acuerdo con que la política siga siendo así. Aspiran, supongo, a que la política sea mucho más ética. ¿Cómo lograrlo? Simple: eligiendo nuestros representantes a personas que no tengan ningún cuestionamiento ni ético ni legal. Como profesor universitario me pregunto ¿con qué cara les pediría a mis estudiantes que no copien en un examen o que no copien información falsa de internet para sus trabajos si este domingo 6 yo votara por una candidata acusada de corrupción? Como trabajador, ¿con qué cara les exigiría a mis empleadores que cumplan con sus obligaciones laborales si con mi voto apoyara a una candidata que fue primera dama del régimen más corrupto y que eliminó los sindicatos y la estabilidad laboral? Como hijo, ¿con qué cara vería a mis padres si con mi voto avalara a una candidata que se hizo de la vista gorda ante las acusaciones de tortura por parte de Alberto Fujimori hacia su propia madre? Como persona de bien, que quiere lo mejor para el país ¿cómo podría votar por la encarnación de la corrupción, el nepotismo, el clientelismo, la deshonestidad, la violación de los derechos humanos, del asesinato, de la tortura, de la dictadura, de las desapariciones, de las esterilizaciones forzadas, etc.? Definitivamente no hay forma en que el domingo vote por Keiko Fujimori y el lunes siga caminando con la frente en alto. Mi ética no tiene precio, ni el “modelo” ni la “democracia” serán mejores si quienes los defienden son personas que avalan inmoralidades con sus votos.
Es cierto que en el otro extremo también hay riesgos, pero (como lo escribí en columnas pasadas) son menores en comparación a un triunfo de Fujimori. Con Castillo en el poder tanto el congreso, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y los grupos económicos estarían encima de él, fiscalizándolo. Por otro lado, si gana Fujimori, sería un real monopolio del poder: una autoritaria igual o peor que su padre. Quienes me conocen saben que no creo en juramentos y promesas, los hechos definen a una persona; y ya sabemos cómo se ha comportado la señora Fujimori estos últimos 5 años con el poder casi absoluto en el parlamento. Ahora imagínensela con el poder absoluto en el ejecutivo. ¡Dios nos libre!
Publicado el 05 de junio del 2021, en Diario Viral.