El día de hoy la Iglesia Católica celebra el día de San Agustín de Hipona, quien junto con Jerónimo de Estridón, Gregorio Magno y Ambrosio de Milán, es uno de los cuatro más importantes Padres y Doctores de la Iglesia latina. Y también es el santo patrono de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.
No voy a ser muy reflexivo en cuanto a su vida, no muy santa por cierto: durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y de la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual; el propio San Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones. Muchos años después de vivir en el pecado y sumido a los placeres terrenales, fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus prédicas y su espíritu. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo y convertirse al cristianismo.
Lo que deseo resaltar ahora es su obra, en especial su obra política, ya que a San Agustín se le debe (junto con Santo Tomás de Aquino) la perfecta fusión de la filosofía clásica grecoromana con los postulados de la escolástica medieval.
Quisiera compartir algunas ideas al respecto:
Para San Agustín, el Estado será justo sólo si es cristiano. La virtud ya no es un fin en sí misma, es el camino para conseguir el cielo. Todo lo que cuenta es llegar a Dios. Existen dos ciudades: la terrena y la divina: “dos amores fundaron dos ciudades: la terrena el amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el amor a Dios, hasta llegar al desprecio del sí propio”.
Para nuestro santo, toda la historia de la humanidad se comprende por la lucha entre estas dos ciudades: el reino del egoísmo y lo mundano versus el reino del espíritu cristiano: “la ciudad terrena es el reino de Satán, la otra, es el reino de Cristo. La historia es la narración dramática de la lucha entre esas dos ciudades y el dominio final tiene que corresponder a la ciudad de Dios”.
San Agustín destaca la tarea de la virtud, la cual consiste en vivir bien para conseguir la paz en esta vida y la vida eterna en el más allá: vida eterna en paz. La virtud implica justicia, de tal manera que, siguiendo a los griegos, para el obispo de Hipona, la justicia es dar a cada uno lo suyo: “la política humana debe ser justa en tres grandes grados: en su casa, en su ciudad y en el mundo” . La virtud consiste en no hacer daño a nadie y en hacer bien a todo el que se pueda; en la medida en que la virtud es justicia, requiere orden, cohesión y equilibrio (elementos de la política); ello produce la paz en distintos niveles.
San Agustín retoma la idea del zoon politikon de Aristóteles y acepta que en efecto el hombre es, por naturaleza, un ser social y político; también dice que el hombre por naturaleza es libre, si hay esclavitud es porque hay pecado; es éste el que establece la desigualdad entre los hombres.
San Agustín busca también, el equilibrio. Dice que existen tres formas de vida: la ociosa, la activa y la compuesta. La teoría, en San Agustín, debe existir para las cosas útiles y nada más útil que un carácter virtuoso y cristiano. San Agustín afirma que donde no hay justicia no puede haber derecho, pues aquella es el elemento por excelencia de éste y recuerda que justicia es dar a cada uno lo suyo: “Donde no hay verdadera justicia, no puede haber unión ni congregación de hombres con el consentimiento del derecho y, por lo mismo, tampoco pueblo conforme a la enunciada definición de Cicerón. Y si no puede haber pueblo, tampoco cosa del pueblo, sino de multitud que no merece el nombre de pueblo, y, por consiguiente, si la república es cosa del pueblo y no es pueblo el que no está unido con el consentimiento del derecho, y no hay derecho donde no hay justicia, sin duda se colige que donde no hay justicia no hay república”
Finalmente, San Agustín nos dice que para ser un verdadero Estado debe defender los principios cristianos, sólo puede ser un verdadero Estado el cristiano, para San Agustín no era Estado en el cabal sentido de la palabra ningún Estado pre-cristiano; el Estado para San Agustín era, en realidad, un brazo secular de la Iglesia. San Agustín propone una definición de pueblo: “es la congregación de muchas personas unidas entre sí por la comunión y conformidad de los objetos que ama”.
Para San Agustín no basta ser bueno sino hacerlo por Dios. Todo el bien y la felicidad la subordina a Dios, por lo tanto considera el paso por la ciudad terrena como un medio imperfecto para llegar al cielo. Como escribiese Enrique Suárez-Iñiguez: “Pobre visión la del obispo de Hipona, como si aquí (ciudad terrena) no se pudiera ser feliz y como si el bien no fuera sino un medio para conseguir algo”.
Citas textuales extraídas de “La ciudad de Dios”.