FALSOS POLÍTICOS

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Desde hace bastante tiempo un grupo de personas se hacen pasar por políticos y/o funcionarios públicos. Usan nuestros impuestos, las libertades tributarias que les otorga el Estado y los recursos de todos nosotros y se atreven a emitir opiniones y amenazas sobre temas de carácter político y público.

En muchas ocasiones aprovechan capillas católicas para emitir sus juicios políticos y muy personales ante una multitud que no tiene otra opción que escuchar un monólogo político en un recinto religioso. Engañan a sus fieles porque no les dicen que tienen intereses subalternos y que no son políticos ni funcionarios del Estado; es decir, aquella institución que, según nuestra Constitución, es laica y cuya cabeza es el presidente de la República.

Hay personas que recurren a ellos porque les gusta vivir atemorizados con la promesa de las llamas eternas, porque les resulta más fácil seguir “órdenes divinas”, que tener un propio criterio y una conducta ciudadana sin prejuicios ni presiones. Sin embargo, deben darse cuenta que lo único que hacen es caer en el engaño de estos falsos políticos y que de nada sirve simular ser ciudadanos libres, cuando en verdad se vive preso de la opinión de estos “líderes”. El falso político gana dinero (y demasiado) por esta simulación, pero lo que dice y hace no debería tener ningún valor político y, por supuesto, sus peroratas domingueras no pueden ser oídas ni acogidas por el Estado ni por los ciudadanos.

El lugar apropiado para que los ciudadanos hagan sentir su voz de protesta, hagan valer sus derechos y pidan lo que las leyes les garantizan son las verdaderas instituciones públicas y sus legítimos representantes y líderes. Estos  saben quienes son los verdaderos políticos y dónde se puede hacer uso de un discurso político. Hay que escucharlos, elegirlos sabiamente y fiscalizarlos imparcialmente, pero nunca recurrir a falsos políticos.

Los verdaderos políticos no juegan con la moral, las creencias ni el temor de los ciudadanos; los verdaderos políticos saben diferenciar el mundo privado de la esfera pública; los verdaderos políticos saben diferenciar escenarios: la plaza pública de la iglesia; los verdaderos políticos son expertos en su materia y han sido preparados para gobernar; los verdaderos políticos cuentan con la autoridad legal que solo el pueblo es capaz de otorgar.

¡Estén alertas y no se dejen engañar! Y si alguien se ha sentido estafado por un falso político, por favor deje de escucharlo.

NOTA: He intentado una respuesta a Monseñor Javier del Río Alba, siguiendo su estilo; quien es su última columna de opinión, hace una crítica a los falsos sacerdotes.

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