Estimados blogueros:
A continuación un texto que María Rostworowski escribió en El Dominical del 25.01.1981, que fue recientemente reproducido en ese Suplemento el 15.01.2012.
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Por: María Rostworowski
De manera casi unánime los discursos y artículos periodísticos con ocasión de conmemorarse un nuevo aniversario de la fundación de Lima coinciden en resaltar la participación española en dicho suceso, a la vez que silencian el aspecto andino de aquel episodio fundamental de la colonización del antiguo territorio inca […].
Tanto el curacazgo como el río que atraviesa sus tierras y fecunda sus campos se llamaban Lima o Limac.
El quechua de la costa central, más suave que el del Cusco, no usaba la “r” sino la “l”. De ahí que las toponimias de los llanos centrales se pronunciaban de distinta manera, según la procedencia del hablante: serrano o yunga.
Lima era un pequeño curacazgo supeditado al señorío de Ychma, que comprendía los valles bajos de las cuencas de los ríos Rímac y Lurín. Su sede principal era el centro ceremonial llamado Pachacámac por los conquistadores incas en honor del dios del mismo nombre, cuyo culto irradiaba sobre toda la región central del Tahuantinsuyo y alcanzaba también lugares lejanos del ámbito andino. No solo eran apreciados los presagios emitidos por la divinidad, sino que se le veneraba como dios de los temblores. Su ira se manifestaba en la intensidad de las sacudidas y el grado de su enojo, en la fuerza destructora de las ondas sísmicas.
Al tiempo de la llegada de los españoles a estas tierras, era curaca de Lima el viejo Taulichusco, personaje que no pertenecía al linaje de los antiguos jefes de la región, a quienes los conquistadores cusqueños reemplazaron por personas adictas […]. Cabe explicar aquí que, según la constante dualidad andina, el curacazgo de Lima se dividía en los bandos de Anan y Lurín, cada uno de ellos con su respectivo curaca […].
Los gastos hechos en mantener a los fundadores hispanos y en la construcción de la nueva ciudad recayeron naturalmente sobre los indígenas. Esta pesada carga afectó severamente a los pobladores nativos de Lima, cuyo número no tardó en disminuir de manera alarmante. Según los datos de archivos españoles, el señorío de Lima contaba en 1535 con unos 4 mil tributarios, hombres en edad de trabajar. En 1544, menos de nueve años después, quedaban mil doscientos hombres y solamente 250 en 1557 […].
Taulichusco murió antes del asesinato de Pizarro en 1541. La sucesión se realizó sin mayores problemas, pues el nuevo jefe, Guachianiamo, había colaborado en el gobierno de su padre como corregente […]. Su gobierno tuvo corta duración […]. Fue así que se nombró para el cargo de curaca a un hijo de Taulichusco, llamado Gonzalo, de quien sabemos defendió desesperadamente los derechos y las tierras propias de su pueblo […]. Con el correr de los años y el aumento de la población europea, fue dejándose sentir en Los Reyes la falta de terrenos para construir casas y huertas. Por tal razón, en tiempos del Marqués de Cañete, se decidió mudar nuevamente a los naturales de Lima a un lugar más alejado, para así aprovechar sus tierras. Se optó por crear el pueblo y reducción indígena de Santa María Magdalena, al que fueron a vivir no solo los naturales de Lima, sino también los de Maranga, Guatca, Amancaes y Guala […]. Después de tantas injusticias, es tiempo de que la comuna de Lima ofrezca una tardía reivindiación a don Gonzalo y, en su persona, a sus antiguos pobladores […].
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