Velasco: la experiencia inconclusa

Muchos han recordado los cuarenta años de la experiencia velasquista, aquel ensayo militar que quiso transformar estructuralmente la sociedad peruana. Comparto con ustedes una vieja opinión mía sobre el tema, que escribí en 1983, cuando aun era estudiante agustino y publicaba, junto con Patricia Salas y Walter Salas, La Mosca, revista que en aquella época animaba el ambiente académico de la Facultad de Ciencias Histórico-Sociales.

Octubre 3 de 1968: una experiencia inconclusa
Ayer
Era muy niño cuando, en octubre de 1968, se produjo el golpe militar. No me interesó ni lo comprendí, no tenía porqué hacerlo. Lo que sí recuerdo bien es que un tal Velasco –nuevo presidente de un llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas- frustró mis ilusiones de ecuchar en vivo a un grupo musical que en esa época era furor: Santana. Allí en donde empecé a comprender que algo estaba sucediendo en serio.

Con el afán de encontrar las razones o excusas de la expulsión de mi grupo musical, conversé, leí, vi los noticieros y entonces supe que mi grupo no respondía a los intereses del nuevo Perú; y, a la vez, eran una imagen negativa a la juventud revolucionaria. Pienso que esto sirvió de lazo para entender lo de la toma de Talara, el rechazo de la llegada de Rockefeller y el retiro de las misiones militares norteamericanas.

Un poco más tarde, así como veía un acercamiento e identificación de familiares, amigos y otros a la figura de Velasco y su gobierno; también contemplaba el descontento e indignación de familiares, amigos y otros al mismo Velasco y su gobierno por haber hecho una reforma en el agro, oficializar el quechua; , crear un uniforme escolar único, etc. Cosas que daba como resultado que el cholo se envalentone; no tener un in de diferenciación y percibir que todo estaba dirigido a los pobres. Parece que eso era un terrible atrevimiento de un pobre militar provinciano, como decían mis tíos.

Hoy
Esas imágenes un poco borrosas, del pasado, me ayudan a reflexionar sobre el significado del 3 de octubre de 1968 y la figura de Velasco.

3 de octubre del ´68 marca el inicio de una nueva etapa en el Perú; pues en esa fecha –con el golpe militar encabezado por el entonces General de División Juan Velasco Alvarado contra el gobierno de Fernando Belaúnde Terry- se inicia un proceso político cuyo signo y trascendencia es hasta hoy discutido.

La coyuntura en la que se dio este proceso es fácil de explicar: una vieja oligarquía agonizante que ante los embates del movimiento campesino, se refugió en el parlamento y desde allí perpetuaba su negativa de hacer ingresar al Perú al mundo contemporáneo. Un Belaúnde, joven, impulsivo, temerario (lo de poeta es reciente), que llegaba al gobierno por primera vez agitando banderas y proclamas democráticas y antiimperialistas que recogían los descontentos y reivindicaciones del pueblo peruano; pero, pasados los tres primeros meses, esa agitación se convierte en susurros demostrando incapacidad de cumplir lo prometido.

A ello, se suman la inmoralidad del régimen belaúndista, el contrabando, las guerrillas y su consiguiente represión; una burguesía industrial que multiplicaba sus frustraciones y expectativas junto a sectores medios y populares. Y vino lo de la página 11; éste fue el elemento que desbordó el vaso. La Fuerzas Armadas volvían a ingresar a la historia peruana; pero ahora con una variante: eran revolucionarias y venían a poner en marcha el proceso de modernización y de reformas más audaz del siglo. La muerte de la vieja oligarquía fue inmediata.

El gobierno militar duro doce años; pero muchos coinciden en señalar que el proceso revolucionario sólo duro siete (hasta agosto de 1975, fecha en la cual Morales Bermúdez dio un golpe derrocando a Velasco), y principalmente a esos siete años va dirigida esta nota.

Pablo Macera ha dicho que Velasco y Castilla son los dos presidentes más grandes que ha tenido este país, porque ambos buscaba superar el divorcio histórico entre sociedad y Estado; entre pueblo marginado y poder oligárquico coercitivo. El gobierno de Velasco (y creo que es su más grande realización) rompió violentamente ese bloque que excluía a la población de la sociedad pública, política y oficial. En otros términos, permitió que inmensos sectores populares irrumpan en la escena política para de esa manera, igualar a todos los peruanos; paso indispensable en el proceso de constituirnos en una nación y así evitar lo que ocurre hoy: Ayacucho, Uchuraccay, Lucanamarca… la guerra interna.

Se ha mencionado con frecuencia que lo único que hicieron los militares es esa fecha fue tomar el programa del APRA y ponerlo en práctica. Es cierto que la prédica aprista de la tercera década de este siglo, era construir un Estado con la capacidad de negociar con el capital imperialista de igual a igual; pero ese intento se perdió en un limbo de coaliciones y convivencias con lo más representativo de la oligarquía.

A partir del 3 de octubre de 1968 hay un intento serio de convertir al Perú en el centro, el lugar de la toma de decisiones fundamentales en torno a nuestro desarrollo político, social y económico. Reformas de carácter estructural como a realizada en el agro, el desarrollo industrial, la comunidad laboral, la nacionalización del petróleo y la gran minería; a la par con reformas supraestructurales como la educativa, tenían el objetivo de convertirse en el sustento para integrar la sociedad en el Estado. Ello produjo la desesperación de la derecha que veía esfumar sus intereses y el desconcierto de la izquierda que veía cómo la historia se burlaba de su dogmatismo y sus rígidos esquemas; por eso se explica la fluctuación de la izquierda entre un afervorizado entusiasmo y apoyo, como la condena total al régimen.

A las fínales, como siempre ocurre en la historia de las revoluciones y “revoluciones”, fue el pueblo quien se encargó de precisar los límites del proyecto militar. No fue suficiente ordenar reformas, ocupar militarmente enclaves como la de Talara para expulsar a los yanquis; no fue suficiente llenarse de boca de verborrea

nacionalista y revolucionaria, crear festivales como Inkarrí; no bastó montar sindicatos fantasmas o centrales de trabajadores paralelos y efímeros. Nada de todo eso fue suficiente. Faltó participación popular. Lógico que el gobierno de Velasco también sabía de este elemento como fundamental en todo proceso pero lo entendió de otra manera. Para él sociedad autogestionaria, participación era un ordenado, disciplinado y silencioso desfile militar que lo observaba, junto con su gabinete, sentado (ya veces agotando ambos brazos) en un estrado de veinte metros por encima del pueblo.

La revolución de Velasco era una cara; la otra, de la misma moneda, era su primer enfrentamiento contra la juventud de Huanta y Ayacucho, la masacre de Cobriza, el Movimiento Laboral Revolucionario (MLR) que se dedicó a reprimir a los trabajadores. En fin, un autoritarismo militar que, por un lado negociaba con el capital imperialista y, por el otro, reprimía a las masas para evitar su molesta y “desordenada” intervención. En resumen: una dictadura miliar; en consecuencia, antidemocrática.

Líneas arriba mencioné que la más grande realización de Velasco fue haber incorporado a la vida política nacional a una serie de sectores sociales que hasta entonces eran marginales; pero a la vez su concepto de participación y el carácter autoritario de su regimen, se constituyeron en una contradicción que terminó en el fracaso del proyecto. Quienes apoyaron y proclamaron (en esa oportunidad) a las Fuerza Armadas como vanguardia de la revolución, tuvieron una amarga lección y ojalá hayan comprendido que sólo el pueblo es capaz de labrar su propia historia; que el proyecto de nación peruana no puede venir de “arriba”, sino que se construye desde las bases, en forma democrática.

Mañana

3 de octubre de 1983. Esa fecha servirá para recordar que han pasado quince años de esa experiencia. Muchos recordarán, por supuesto, de diferente manera. M imagino algunas romerías a la tumba de Velasco, pronunciamientos a favor, pero también me imagino (como viene ocurriendo hace tres años principalmente) la satanización, las furibundas proclamas en contra de Velasco, d lo que hizo y no hizo, además. Manifestaciones, críticas envenenadas que no viene precisamente de políticos, sino d de personas que “accidentalmente” se ven frente a las cámaras narrando noticias.

Es necesario reivindicar a Velasco, ahora que los medios de comunicación se preocupan y esmeran para presentarlo como el dictador, el tirano, el demonio, y, por lo tanto, el causante de todos los males que hoy existen en el país. La fórmula es simple: culpar al pasado para justificar el presente. Hoy cuando vemos la sumisión del gobierno a la banca internacional y al programa fondomonetarista; hoy cuando vemos que el gobierno no representa ningún interés nacional; hoy al ver, de todos los rincones del país, como provienen de manera intensa la protesta social; hoy al ver cómo se va creando un vacío de poder, la huella de Velasco se hace presente; pues a diferencia de tantos gobernantes (impuesto por las clases dominantes o elegido por voto popular pero con la incapacidad como constantes) él sí tuvo proyecto.

Y justamente de eso se trata. Reivindicar a Velasco o recordarlo, no significa necesariamente identificarse con él o negarlo, sino reconocer que el proyecto de Velasco no ha cambiado, sigue vigente. El proyecto es la construcción del Estado nacional. Reconocer esto no significa clamar por el retorno de hombres de uniforme, sino entender que quince años después las condiciones han cambiado; que los mecanismos políticos se han modificado. Ahora hay partidos políticos, libertades, no hay censura; en fin, elementos sobre los que se asienta una democracia que hay que cuidar mientas se busca las vías adecuadas para, precisamente, retomar el proyecto nacional, para reiniciar con todos, y me refiero a los asalariados, campesinos, industriales, intelectuales, gobernantes, profesionales y militares, lo que en octubre de 1968 sólo hicieron estos últimos con unos cuantos iluminados.

El elemento nacionalista está presente en el proceso peruano. Sólo mentes obnubiladas por el rencor y el odio, pueden negar que las consecuencias históricas generadas por la experiencia velasquista, siguen entre nosotros y van, de manera soterrada, modulando el país.

Al finalizar esta nota, reconozco que entiendo con mayor claridad lo que dijo Pablo Macera cuando Belaúnde llegó por segunda vez al gobierno. Nuestro historiador declaró que Belaúnde debía velasquizarse. Han pasado más de tres años. Creo que nuestro presidente no lo entendió.

Puntuación: 3.67 / Votos: 6

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *