Confieso con rubor que hasta yo me la creí. Es decir, me ilusioné con que nuestro país sería la sede de los Juegos Panamericanos del 2015 y hasta pensé que ese era el elemento que le faltaba a este gobierno, y en particular a Alan, para redondear la imagen de una gestión óptima. Sin embargo, el sueño acabó y de nuevo a la cruda verdad: no somos sede de nada, y no podremos serlo si no cambian varias cosas.
Es duro, pero hay que reconocerlo, no podíamos ser sede de un evento de esa magnitud por más empeño mediático que le pongamos; pues hay que recordar que no existe una política deportiva en nuestro país, aquí se le llama deporte a las empresas de espectáculo futbolero que no sólo brindan pésimos pasatiempos, sino que, incluso, están cargados de violencia y bandolerismo. Solamente saber que eso existe en nuestro país, protegidos por el propio Estado, lo descalifica de cualquier opción para ser sede de competencias internacionales.
Y ni qué decir del caos urbano, del comercio ambulatorio, de sus niveles de contaminación, de la demagogia e incompetencia gubernamental para cumplir con los plazos en sus anuncios y obras, etc. Es decir, hay que reconocer que estamos aún lejos de tener las condiciones para organizar tan magnos eventos. No es pesimismo, es simple constatación de la realidad que perdí contagiado por la publicidad y la verborrea presidencial que de nada sirvió en la mismísima Guadalajara, ciudad a la que viajó para presionar un poco.
Por cierto, habría que pedirle a nuestro mandatario que no se desanime y que, al contrario, empiece a demostrar a quienes lo escucharon en Guadalajara que sí tiene todas las ganas de cambiar la fachada de nuestro país para recibir a tan excelsos visitantes. Que empiece reconstruyendo Ica.