Entre la exigencia y la nada
“Nada”, ha sido mi respuesta a la pregunta más repetida que me han hecho hoy varios amigos, medios y conocidos que me siguen o leen: “¿Qué espero del nuevo presidente, Merino?”. He repensando la respuesta y me reafirmo: “Nada”. No es una contestación novedosa, pues como lo he venido sosteniendo en varios posts, poco o nada hay que esperar de nuestro sistema político, ya que es el lado más débil de nuestro organismo o país, llamado Perú. Lo que hemos visto en las últimas horas, ha sido una muestra más de esa debilidad o descomposición, como lo llaman algunos colegas míos.
Quizá la novedad del espectáculo que hoy nos brinda nuestro sistema político, es la de mostrarnos, sin rubor alguno, su rostro de rapiña. Es decir, en medio de esa siniestra combinación de crisis pandémica y económica, en medio de miles de muertos y destrucción del aparato económico del país, cuando se esperaba de ellos un mínimo de conmiseración, nuestros políticos sólo han sabido mirarse a sí mismos, y en especial a sus bolsillos.
La historia nos enseña que esa conducta de nuestros políticos, data desde que se instaló el primer congreso en el país, hace cerca de doscientos años, la cual ya generaba la reflexión sobre la viabilidad o no, de un proyecto republicano en el Perú, y que justamente motivó a Basadre para proyectar un país sumido en la anarquía por la inexistencia de la base fundamental o imprescindible de toda democracia: ciudadanía. No tenemos ciudadanía o, en todo caso, ésta es escasísima; por tanto, nuestra democracia es débil, casi inexistente, o, como lo dicen otros, sigue siendo un proyecto.
Muchos años atrás, Gonzáles Prada también lo visionó, desde su propia óptica, centrándose en nuestros políticos profesionales; es decir, en aquellos que llegan al Parlamento, ejerciendo auténtico poder. Precisamente, ayer circuló en las redes la descripción que Gonzales Prada tenía de nuestros legisladores: “oradores sin oratoria, moralizadores sin moral, sabios sin sabiduría…carcoma y deshonor del Perú”. Cerca de doscientos años, y pareciera que nada ha cambiado; o, en todo caso, lo que se ha transformado es que en los tiempos gonzalespradinos, los llamados legisladores, aparentaban ser un sector especial de la sociedad llamados políticos. En la actualidad, ya no es así, pues, lo que vemos desde hace décadas, son organizaciones mafiosas disfrazadas de políticos, para seguir mirándose a sí mismos y en especial sus bolsillos.
Eso es lo que hemos visto ayer en el Congreso, detrás del supuesto debate sobre la vacancia presidencial: un enfrentamiento de mafias por el poder; una, representada por Vizcarra, contra las otras representadas por cada uno de los congresistas, unos más venales que otros. Por eso, es absolutamente ingenuo creer que detrás del sistemático empeño de sacar a Vizcarra del sillón presidencial, hay un ánimo moral, o mínimamente reformador. Por más citas bíblicas que ayer se repitieron, lo real es que la mafia congresal quiere el poder ejecutivo para concretar su propio proyecto, que obviamente es un proyecto mafioso.
Por esa razón, “Nada” deberíamos esperar de Merino, la nueva cara de la mafia que hoy nos gobierna. Obviamente, él y sus secuaces adornarán sus trapacerías con las promesas melosas que a la población les gusta escuchar y los medios endiosar, previas aceitadas. Lo mejor sería no ilusionarse, pues nada, absolutamente nada podrá hacer en los, supuestamente, pocos meses que ostentará máximo poder del país. Por tanto, más que ilusionarse, toca exigir (practicando, de paso, un mínimo de ciudadanía). Exigir una sola cosa: elecciones generales. Si fuera un político sagaz, Merino debería anunciar que adelantará las elecciones, pero eso no está en su libreto y mucho menos lo entendería.
Así que, toca exigirle al nuevo mandatario, elecciones en abril. Nada más: que cumpla con el proceso electoral. Y si realmente quisiera honrar su apellido, para que se le recuerde como un político, y no como un mafioso, debería dar todo el apoyo a nuestros organismos electorales para que dicho proceso no sólo fluya, sino también genere un mínimo de esperanza, para creer que a partir del próximo 28 de julio, el proyecto de ser, por lo menos, un país, sigue vigente.