¿Por quién votar?
Me llama mi madre (83 años, recuperándose de una operación, sin ninguna obligación electoral, pero convencida que el domingo 26 tiene que ir a votar, porque para ella, es una manera de sentirse viva y seguir aportando por el país), para hacerme la pregunta de rigor de estos días: ¿por quién votar? A esa interrogante se suman mis hermanas, constatando, in situ, lo que dicen las empresas de opinión pública: a una semana de las votaciones para crear un nuevo Congreso Legislativo, más de la mitad de la población electoral, no sabe a quién endosarle su voto y, lo que es peor, no tiene la mínima intención de hacerlo.
Claro, lo que impulsa a mi familia resolver la duda electiva, y me imagino que a la mayoría de esa población indecisa o que no quiere votar, es el miedo, la multa y otras sanciones, que pueda afectarnos. De allí, la insistente pregunta, con la variante de: ¿y tú, por quién vas a votar?; es decir, suponen que pertenezco a ese cercano 25% de la población electoral que ya tomó la decisión; por tanto, a ellas, sólo les queda imitarme. Me avergüenza decirles, que yo tampoco se por quién votar.
Es decir, ocurrirá lo que ya es una constante en nuestros procesos electorales: faltando un par de días, lo decidiremos, o, en el peor de los casos, lo haremos mientras hagamos la cola, el mismo 26, previa sopladita de quien sale con el índice manchado, en señal que ya votó.
Eso viene ocurriendo porque, entre otras razones, somos una población electoralmente floja; es decir, no hacemos la tarea de revisar, explorar, o, mínimamente, mostrar interés por las elecciones. No ocurre en los procesos ordinarios, y mucho menos en este llamado extraordinario, porque, en el fondo, es un antojo presidencial, dentro de su fracasada reforma política. Si a eso le sumamos que los candidatos, y muchos menos los partidos, no han sabido atraer el interés de la población (y, ni qué decir de sus propuestas), entonces acudiremos este 26, a un proceso netamente ritualístico, sin ánimo de que las cosas mejoren, y lo que podría ser peor: que al día siguiente, sabiendo la composición del nuevo Congreso, extrañar al ya disuelto.
Pero siempre queda el recurso de la fe; mucho más en un país tan religioso como el nuestro. Es decir, creer que, a pesar de todo, el nuevo Congreso tiene que estar compuesto por aquellos que impulsen las grandes reformas que nuestro país demanda. ¿Cuáles son?, me preguntan y repreguntan, incluso, algunos candidatos. Y les recuerdo que, simplemente, dejen de mirarse el ombligo y alcen la mirada a los países que tienen procesos de desarrollo imparables, basados en institucionalidad (es decir, crear leyes sensatas), economía (luchando para bajar la informalidad), y, finalmente, ayudar a superar nuestros consabidos problemas socio-culturales (educación, saludos, seguridad, racismo, etc.), usando y poniéndonos a tono con las nuevas tecnologías que ya, todos, usamos, para nimiedades, desaprovechando su potencial.
De eso se trata este domingo: de elegir, a quienes nos garanticen eso. ¿Hacemos la tarea esta semana y buscamos a alguien que, mínimamente sepa de estos temas, o mejor le preguntamos al que ya votó en nuestra cola?