GLOBA, QUÉ?, redefiniendo la globalización

Nadie mejor que nosotros, los científicos sociales, para reconocer que una de las riquezas, o dificultades, que tememos, es el abanico extenso de definiciones existentes en torno a una categoría, hecho, acción o fenómeno social. Ocurre, por ejemplo, con la categoría desarrollo, revolución, sociedad, etc. La categoría cultura, por ejemplo, tiene como 300 definiciones, y algo similar pasa con la globalización, que tiene tantas enunciaciones como tratadistas, y que siguen acumulándose, por ser un tema que aún motiva reflexiones, como es el caso de este Congreso, impulsado por estudiantes, y que, de hecho, aclarará el concepto…o lo confundirá mucho más.

Ya a fines, del siglo pasado, por ejemplo, el mismísimo Ulrich Beck, en su intento de desentrañar la globalización, para entenderla mejor, amplificaba el concepto, a la vez que lo embrollaba. Recordemos que el sociólogo alemán, no sólo hablaba de globalización, sino también de globalismo y globalidad. Para Beck, globalismo sería la sustitución del quehacer político por el mercado mundial (diferenciando, de paso, la globalización del liberalismo, que es otra de las confusiones comunes)[1]. Y por globalidad, Beck quería enfatizar el hecho que desde hace ya mucho tiempo vivimos en una sociedad mundial, conectados con el mundo, irremediablemente. En otras palabras, eso de vivir mirándose el puputi, práctica muy extendida aún en países o regiones como la nuestra, es simplemente una tontería.

Más enfático, pero a la vez confundiendo más, son los planteamientos de Alan Touraine, para quien la globalización, no es otra cosa que una nueva faz del imperialismo, pero una faz cruel, ya que todo lo quiere supeditar a la economía; es decir, a los bancos, a los estudios de abogados, a los ranking o rating, a las cumbres de los países ricos, etc. Para el científico social francés, toda esta inhumana realidad, se esconde tras el concepto de globalización; es decir, pura ideología que, para suerte o alivio de muchos, ya habría llegado a su fin. O sea, la globalización, ya no existe, y si no existe, ¿qué hacemos aquí, discutiendo este tema?

Como verán, podríamos seguir recogiendo los debates que se dan en torno al tema, pero en medio de esa situación de propuestas conceptuales que aclaran o confunden,  lo que sí parece consensual, es considerar a la globalización como una nueva etapa de la sociedad contemporánea, caracterizada por grandes transformaciones económicas,  políticas y sociales que vienen afectando o involucrando a todo el mundo, desde el último tercio del siglo pasado, y cuyas raíces u orígenes se anclan a principios de los 60, según Marshal McLuhan, o los 30, según los promotores de la Escuela de Frankfurt, que ya veían a los medios de comunicación, como uno de los principales agitadores de los cambios sociales, y que, justamente, es una de las características del mundo global: la presencia, ya casi tiránica de los medios, o TICs, como sofisticadamente, hemos convenido en llamarlos.

Respecto a los medios, quiero detenerme en ese punto, tal vez por mi inclinación a la microsociología, o sociología del sujeto. Es decir, no me adentraré en cómo la globalización viene afectando a las grandes estructuras como la economía, la producción, la política, la cultura, etc. temas sobre los cuales vienen regándose mares de tinta, y que generan datos tanto positivos, como negativos, que abonan, a la vez, sobre las posiciones pro o antiglobalización. Me concentraré brevemente en los medios o TICS, porque es para mí lo más cotidiano, lo que veo, aprovecho o sufro en mi vida diaria, y que, a la vez, es en lo que más homogenizados estamos globalmente: me refiero al uso de los smartphones, esos aparatos con los que yo, en este preciso momento, tengo que competir para captar su atención, ya que todos, absolutamente todos, tiene uno, o, incluso más de uno, sumándose así a las tres cuartas partes de la humanidad que tiene un smartphone, sin distingo de ningún tipo, pues, hoy lo tiene el rico y el pobre; el campesino y el costeño; el empresario y el ambulante; chicos y chicas; el niño y el adulto, etc. Y eso viene ocurriendo porque, como todos sabemos, ya que estamos al día en eso, cada vez es más accesible económicamente; es más, con la expansión de la Internet inalámbrica y  redes sociales, la explosión de apps que nos invaden todos los días para, supuestamente,  hacernos la vida más cómoda y fácil, el smartphone, ya no es un simple teléfono; es más que eso: es la  extensión de nuestros deseos y fantasías; es el nuevo fetiche sin el cual no podemos acostarnos y dormir, y es lo primero que tocamos y vemos al despertar. Es nuestra nueva prótesis; es decir, extensión de los sentidos, confirmando así, lo que ya advirtió Freud: el hombre es el dios de la prótesis.

Este aparatejo o adminiculo, mal llamado smartphone, según los especialistas, porque un aparto no puede ser “inteligente”, es lo más globalizado y unificador que tiene el mundo hoy en día. Es decir, puede dudarse que la economía, el mercado, la política y la cultura estén unificadas globalmente, ya que siempre saldrán los defensores de lo local o nacional; pero es indudable que el mundo viene atravesado por un nuevo fenómeno: la llamada “multitud solitaria”; es decir, seres autistas, zombies o casi fantasmagóricos, que sólo se relacionan con el aparatejo, no digo, a través del aparatejo, sino con el aparatejo, porque como la advirtiera Umberto Eco, “Apenas sostenemos conversaciones cara a cara, ni reflexionamos sobre los temas apremiantes de la vida y la muerte. En vez de ello, hablamos obsesivamente en nuestros teléfonos celulares, rara vez sobre algo urgente, malgastando la vida en diálogos con quienes ni siquiera vemos”.

La descripción de Eco, está corroborada con las investigaciones que señalan que gente como yo, se conecta, por lo menos, 55 veces al día con el aparatejo, y Uds. jóvenes, promesas del futuro, 120 veces al día; es decir, si descontamos las tradicionales 8 horas de descanso o dormida; ustedes cada 8 minutos están prendidos a sus aparatos.  Por eso, no debe extrañarnos los resultados de la encuesta que Motorola hizo el año pasado a 126, 000 jóvenes de seis países latinoamericanos, entre ellos el Perú, donde el 56% respondió que prefería estar con su celular antes que con su pareja. De allí el concepto de “multitud solitaria”, variante de la individualización creciente, que es otro signo de la globalización, y que muchos han advertido como uno de los principales peligros de la sociedad contemporánea.

Pero hay otros peligros, más allá de los que estaría generando o profundizando el mundo global, pues como lo advierte  Nohan Harari, en su más reciente libro: 21 lecciones para el siglo XXI,  en donde se analizan problemas trascendentes del mundo actual, varios de ellos totalmente nuevos, la posverdad o la epidemia de las noticias falsas o esas verdades que inventamos a través de las redes sociales en donde todos estamos metidos; la crisis de la democracia; la amenaza de una nueva guerra mundial; el retorno de los populismos, tanto de derecha como de izquierda; el imparable cambio climático; los nuevos terrorismos, las grandes migraciones humanas, la inevitable robotización y virtualización de la economía, etc.

Es decir, (volviendo al enfoque estructural) más allá del concepto global, que muchos niegan o cuestionan, nuestro planeta viene atravesando una serie de problemas o fenómenos sociales que no están por venir, sino que ya conviven con nosotros, pero que no queremos aceptarlos, porque, como plantea el Harari, tenemos cosas más urgentes que hacer: trabajar, sacar buenas notas, cuidar de nuestros hijos o padres, ir de compras, chatear, etc. Harari, nos recuerda que la historia no hace concesiones, y, por tanto, no nos libraremos de las consecuencias. Esto es muy injusto, pero ¿quién dijo que la historia es justa?

A la perspectiva de Harari, que, reitero, se olvida del concepto de la globalización, podemos sumarle la de otros investigadores que nos describen un futuro diferente. Por ejemplo, Raymond Kurzweil, ya habla el advenimiento de un nuevo tipo de sociedad a la que llama La sociedad de la singularidad, basada en que el desarrollo en muchos campos de la ciencia y la tecnología depende de la potencia de las computadoras.  Como sabemos, ese desarrollo ya dio origen a nuevas ciencias como la nanotecnología, la biotecnología y la ciencia de los materiales. Es más, este científico norteamericano ha pronosticado que en menos de treinta años la tecnología llegará a ser tan avanzada que los progresos en medicina permitirán a la gente ampliar radicalmente su esperanza y calidad de vida. Es decir, el hombre vivirá más, con máquinas cada vez más potentes, numerosas y baratas que tendrán su propia inteligencia, pudiendo realizar todas las tareas intelectuales humanas e incluso de manera autoconsciente.

También sobre esta tendencia cada vez más dominante de la tecnología y la automatización, que está configurando un nuevo mundo, trata la reciente obra de Andrés Oppenheimer, ¡Sálvese quien pueda!, donde se aborda el sensible tema del trabajo; es decir ¿Qué va a pasar con el trabajo, en medio de este avance tecnológico que amenaza con dejar fuera del sistema a mucha gente, generando desocupación?

Esta misma pregunta la planteó hace una veintena de años Viviane Forrester en su obra El horror económico, señalando que estamos llegando a una situación, en la que los conceptos de trabajo y desempleo han cambiado, condenando a millones de seres humanos a la total marginación; donde la gran mayoría ya no son necesarios, ni siquiera para ser explotados.

Como pueden ver, desde la perspectiva de todos estos autores, lo que nos corresponde es ir preparándonos, y mucho más como científicos sociales, a un escenario que será muy distinto al actual, en donde varias de las actuales ciencias no podrán responder a esos retos, con lo cual desaparecerían. Y quizás, lo primero que debe desaparecer es el concepto globalización.

Mientras todo eso se debate y sucede en el mundo global, aquí en nuestro país, pareciera que vivimos desconectados, o en todo caso, reconstruyendo conceptos, todos auspiciosos, que también debieran ser trabajados para nuevos análisis. Como sabemos, estos últimos meses, estamos viviendo en el país situaciones, especialmente en el campo político, que debiera hacernos repensar muchos nociones o creencias que las teníamos como mitos. Por ejemplo, creíamos que el desastre de política nacional era consecuencia de la improvisación, ignorancia y carácter aventurero de nuestros líderes; sin embargo, llegó el ppkausismo con toda la aureola de experiencia, visión, títulos académicos y demás. ¿Qué ocurrió?: un nuevo desastre; que arrojó como consecuencia, que él y varios de su entorno estén hoy en los linderos de la prisión; es decir, ahí hay un tema a desmitificar o reconceptualizar.

Otro ejemplo: teóricamente estábamos convencidos que las dictaduras eran los terrenos más fértiles para el crecimiento floreciente de la corrupción, y que, por tanto, eso se combatía con la democracia; sin embargo, hoy sabemos que la democracia también lo es un terreno fructífero de la corrupción. También, tanto teórica como prácticamente, se sabía que la llamada DBA, la derecha Bruta y achorada; eran proclives a la corrupción. Hoy, no hay duda que la izquierda también es bruta, achorada y mucho más corrupta.

Otro ejemplo: creíamos que con las TICs, se estaría formando un nueva opinión pública, independiente de los monopolios de los tradicionales medios masivos de comunicación y que garantizaría una actitud más crítica, reflexiva, como lo hubiese querido Habermas o Popper; sin embargo, por lo que vemos estos últimos tiempos, los medios tradicionales, han mostrado nuevos músculos en términos de hegemonía, y además, hay nuevos instrumentos de manipulación, como la llamada posverdad o  encuestitis, que ni Chomsky hubiese imaginado.

Otro ejemplo: creíamos que, dada nuestra situación de país pobre, dependiente y sin rumbo definido, como diría Parsons, nunca seríamos receptor de migrantes; sin embargo, desde el año pasado la presencia de venezolanos viene transformando nuestro entorno y, de hecho, como fenómeno, influirá, o ya viene influyendo, en muchas de nuestras variables sociales; es decir, en lo demográfico, económico, cultural, etc. Allí también hay un tema riquísimo por estudiar.

Otro ejemplo, final: creímos que Arequipa, cuna de pro hombres y revoluciones; protagonista histórico en la plasmación del derecho y la democracia, continuaría siendo ejemplo para todo el país; sin embargo, decidió elegir e instalar un gobierno oclocrático; es decir, una gestión asquienta, despreciable, optando como autoridad regional a alguien acusado de ser adicto, no sólo de prácticas violatorias, sino también en el consumo de bebidas y otros brebajes.

Todos estos hechos, que de por sí son depresivos para la gente común, debiera ser para nosotros, científicos sociales, temas enriquecedores, no sólo para nuestras respectivas ciencias, sino, como lo ha señalado recientemente Vergara, para contribuir a formar una autentica república en nuestro país. Es decir, el aporte de las ciencias sociales peruanas para que nuestro país sea, por fin, más igualitario a los ojos del Estado de derecho; o sea, una república en serio, para que también en serio festejemos nuestros primeros 200 añitos, el próximo 2021, y del cual poco o nada se dice.

Y aquí es donde viene el reto; es decir, luego de la reflexión, ¿qué? Como habrán podido notar, a lo largo de esta disertación, he cuestionado el concepto que anima este evento, pero, de eso se trata hacer ciencias sociales: refutar, contradecir; pero no sólo de eso, pues ya sabemos por el viejo Marx, que el asunto también va por el transformar.  En esa perspectiva, queda saber si estamos a la altura de esa tarea; la transformadora. Es decir, qué capacidad tenemos para cambiar las cosas, luego de conocerlas y criticarlas. Con toda sinceridad, déjenme decirles que confío muy poco en esa capacidad. Recordando a Gonzalo Portocarrero, Julio Cotler, Anibal Quijano, y especialmente a Marco Aurelio Denegri, nuestros últimos valores pensantes, todos idos estos últimos meses y poco recodados, incluso en este evento; recordando a todos ellos, digo, confío poco en la capacidad de cambio, porque eso demanda mucho esfuerzo e interés, condiciones muy escasas hoy en día porque son poco atractivas. Denegri diría que es como pellizcar un vidrio; es más, por Gurdjieff, sabemos que si algo nos caracteriza como seres humanos es el gran esfuerzo que hacemos para no hacer ningún esfuerzo.

Sin embargo, eventos como éste, hecho y protagonizado por jóvenes, me hacen recuperar la confianza. Gracias.[1]

[1] Ponencia central expuesta en el Congreso Nacional: Globalización, teoría y praxis. Arequipa, Mayo, 2019.

[1] Beck critica como el globalismo pretende que un edificio tan complejo como Alemania -es decir, el Estado, la sociedad, la cultura, la política exterior- debe ser tratado como una empresa. En este sentido, se trata. de un imperialismo de lo económico bajo el cual las empresas exigen las condiciones básicas con las que poder optimizar sus objetivos.

 

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