Fútbol
Imposible no haber hablado esta semana de fútbol. Imposible no haberse dejado contagiar de ese entusiasmo ganador que se veía y respiraba en todo lugar. Imposible no haber programado reunirse en familia o amigos ese martes 10, para ver el partido que definiría la clasificación del representativo peruano al Mundial de Rusia.
Hasta yo, que soy un declarado ignorante del tema, me vi envuelto en diálogos, disputas verbales y cálculos matemáticos sobre la clasificación o no de nuestro país al mundial, luego del resultado con Colombia, que estira un poco más el entusiasmo e ilusión de ver un Mundial futbolero con la representación nacional, luego de una treintena de años. La magia del fútbol, dicen algunos. El nuevo opio del pueblo, dicen otros. No lo sé, pero sí estoy seguro que, durkhenianamente hablando, el fútbol es hoy un hecho o realidad social autónoma que cobra cada vez más fuerza, al extremo de decidir por sobre nosotros mismos (no fue raro que el propio PPK declarara que si el martes el Perú clasificaba, se declaraba feriado patrio).
El fútbol, qué duda cabe, es también una poderosa industria económica y cultural. Hoy se hacen proyecciones macroeconómicas de sus eventos o resultados; luego de un triunfo la economía se dinamiza, sino que lo digan los fabricantes o comerciantes de televisores o de las camisetas bicolor. Culturalmente, el fútbol, en épocas clasificatorias o mundialistas se ha convertido en el más democrático de los deportes, quizá por la facilidad con que uno puede practicarlo, y también es el más homogenizador, socialmente hablando, pues un triunfo o una derrota es sentida por todos, por igual. Ni qué decir de sus efectos políticos, pues sabemos que hasta conflictos bélicos ha desatado; es más, en la actualidad, el futbol es la sublimación de la guerra.
Los especialistas dicen que el seleccionado nacional no debiera ir al mundial por no estar lo debidamente preparado, y/o porque la diosa fortuna ha favorecido injustamente a nuestro seleccionado. No lo sé (recuerden que de fútbol se poco o nada). Pero, porqué agriarnos por eso, porqué rechazar a la suerte? El fútbol es también un juego y como tal está sujeto al albur. Quizá eso es lo que también lo hace tan atractivo; es decir, nos conecta con nuestro lado demencial, el mágico-religioso que todos tenemos; nos aleja de lo racional del cual, hay que sincerarnos, no somos tan apegados porque demanda más planificación, esfuerzo y trabajo, elementos que no sintonizan con nuestra identidad nacional que es tan inmediatista.
¿Qué vendrá después? Sabemos que quedan dos partidos. Tongo y su “Sufre peruano, sufre” se suma al himno actual de “Porqué yo creo en ti”. Fe y sufrimiento, es lo que hoy pareciera atravesar al país. A eso hay que sumarle la ilusión de ganar, lograr una meta que hasta hace poco se veía imposible. De fe y sufrimiento sabemos bastante, así que eso no debiera llamarnos la atención. De lo otro, el triunfo colectivo, el sentimiento nacional de ganador, de eso sabemos poco o nada. Si el fútbol puede ayudarnos a conocerlo y experimentarlo, pues, a seguirlo y…disfrutarlo.