Puente Guillén

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La población ya le puso el nombre: Puente Chilina, aunque técnicamente se llame Componente 4 de la Vía Troncal Interconectora de Miraflores, Alto Selva Alegre, Yanahuara, Cayma y Cerro Colorado. Todavía no se había inaugurado, pero  igual ya se discutía cuál debe ser el nombre definitivo  de esta monumental obra. Todo indica que llevará el nombre de aquel que, incluso, presionó para que sea inaugurado el mismísimo día de su cumpleaños: Juan Manuel Guillén.

Más allá de la magnitud de esta obra, considerado el puente más largo del país, de lo costoso que terminó siendo o de su utilidad, temas que siguen en cuestionamiento y motivando encendidas críticas, lo que hay que destacar es el valor simbólico que política y personalmente tiene la obra para nuestro presidente regional,  que al momento de su discurso inaugural, se quebró en clara expresión de despedida, tal vez definitiva, de su carrera pública.

Quienes conocemos y hemos seguido a  Juan Manuel  Guillén de cerca, sabemos que le apasionan los proyectos grandilocuentes, en clara sintonía con la percepción tradicional de la población; es decir, el pueblo quiere obras y si éstas son monumentales, mucho mejor. No importa si son útiles o totalmente inútiles, lo importante es que éstas existan, pues es una manera de proyectarse y trascender para lograr lo que Weber ya había sentenciado: el afán de reconocimiento que tiene todo político.

Ese afán lo vimos por primera vez en Guillén cuando comandaba la Universidad Nacional de San Agustín, pues allí no le bastó el remozamiento o construcción de nuevos pabellones o aulas; se le ocurrió que esa universidad debía tener el estadio más grande del Perú y se embarcó afanosamente en ese proyecto sin importarle las verdaderas necesidades agustinas; es decir, atrás quedaron los objetivos investigativos, tecnológicos, culturales y de proyección social que debe tener toda universidad. La lógica guillenista nos hizo creer que lo importante era la pelota y los peloteros.  Y allí está el resultado: un monumental estadio absolutamente inútil,  pésimamente ubicado y, hasta el momento, propiciador de una serie de timos acometidos por sus propias autoridades.

Pareciera que su paso por el Consejo Provincial fue muy corto como para embarcarse en otra obra faraónica, pero en el Gobierno Regional sí dispuso del tiempo y de los fondos para hacerlo y es así como tenemos hoy el Puente Chilina (o Puente Guillén). No importa si es útil (muchos técnicos opina que no solucionará el problema del transporte urbano), no importa si ha respetado los criterios técnicos, menos aún si justifica su monstruosa inversión (varios funcionarios ya empezaron a ser llamados por la justicia por las irregularidades halladas). Lo importante es el valor simbólico que este puente representa para alguien como Juan Manuel Guillén que ha  querido dejar una huella o marca profunda en la Región Arequipa y en especial su capital, para evidenciar los dos períodos, los ocho años que le tocó manejar el Gobierno Regional.

Si ese ha sido el objetivo, hay que confesar que Juan Manuel  lo logró, pues cuando  la población descubra que los 562 metros sólo lo usarán los que tienen movilidad motorizada; cuando éstos descubran que  sólo podrán usarla los particulares y taxis hasta que otra comisión técnica decida el paso de transporte público; cuando se revele que aún no existen los accesos adecuados por ambos extremos; o cuando sepamos el  informe final de la comisión técnica de la Unesco que ya la observó por el impacto visual que podría poner en riesgo nuestro título de Patrimonio de la Humanidad. Cuando todo eso suceda, el nombre de Juan Manuel Guillén resollará y él agigantará su felicidad mientras todos nosotros, ahogados en la frustración, la rabia y luego la indiferencia reaccionaremos como hoy lo hacemos cuando miramos el Estadio Agustino: un coloso, sí, pero infructuoso.

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