Tenebroso aniversario de la Arequipa patrimonial
Hace pocos días, una comitiva turistiquera de nuestro Municipio Provincial justificó su reciente viaje a México con la noticia que nuestra ciudad ganó la sede para el próximo Congreso Mundial de Ciudades Patrimoniales. Algún diligente, pero nada inteligente funcionario municipal recomendó al alcalde usar la ocasión para bañarse de popularidad y le organizó un recibimiento propio de candidato presidencial, y eso motivó que lo logrado empezara a empañarse. De allí al oscurecimiento total creíamos que iba a demorar, pero ocurrió hoy, justo el día que Arequipa celebra el XIII Aniversario de la Declaratoria de Patrimonio Mundial.
Sucede que por tan magna fecha que refulge por lo logrado en Oxaca, México, se programó una ceremonia que se tornaba interesante porque el discurso central estaría a cargo de Jorge Bedregal La Vera, uno de los historiadores más reconocidos de la ciudad. Sin embargo, al enterarse de su participación, el alcalde provincial se negó a asistir a la ceremonia. ¿La razón? A nuestro alcalde no le gusta la voz disidente, parece que sólo le gusta enchufarse con la opinión meliflua, servil y edulcorada, a tono con su curiosa concepción estética, personal y profesional.
Comparto con ustedes, lo que a Jorge Bedregal se le impidió disertar. Como comprobarán luego, no hay nada agraviante y menos injurioso. Pero, igual, se le vetó. Es así como arrancamos la carrera para la organización del XIII Congreso Mundial de Ciudades Patrimoniales. Ya sabemos qué nos espera el 2015 con unos anfitriones represores e intolerantes. ¿Conocerá eso la UNESCO, patrocinadora de este Congreso?
Aquí el discurso de Jorge Bedregal:
Ante todo, agradecer profundamente el haberme considerado para este aniversario, creo que es uno de los momentos más importantes de mi arequipeñeidad, el poder dirigirles unas palabras a ustedes, conciudadanos, por una fecha tan importante. Yo he historiado a Arequipa, la fotografío y sigue siendo el motivo de mis desvelos y preocupaciones, por lo tanto, es un honor compartir unas reflexiones sueltas y quizá desordenadas acerca de algo que es motivo de orgullo a la vez de preocupación, la declaratoria de Arequipa como patrimonio cultural de la humanidad.
La patrimonialización implica muchas cosas, algunas muy obvias, otras no tanto. En primer lugar el reconocimiento mundial a los elementos peculiares, originales y únicos de nuestra amada ciudad como producto histórico y cultural implica el respeto a lo que hicieron nuestros ancestros, a sus estilos de hacer las cosas, de levantar edificios, de apropiarse del espacio y el paisaje, de producir riqueza y belleza. Implica también que esa ciudad diversa y dinámica, ya no nos pertenece únicamente a nosotros, los radicados o nacidos aquí, sino que ahora pasa a formar parte del gran tesoro cultural humano que hay que cuidar, acrecentar, defender y mostrar, además de estudiar y entender. Estas son quizá las implicancias más importante y serias que tenemos y que nos obligan a muchas cosas.
La patrimonialización no pasa solamente por sentirnos orgullosos y presumir de lo que nuestros antecesores lograron para atraer hordas de turistas europeos o norteamericanos que llenen plazas de hoteles y mesas en restaurantes. En realidad contiene la responsabilidad y el compromiso de conocer y amar ese patrimonio, de aprehenderlo, de encarnarlo para poder defenderlo y, más importante aún no permitir que disminuya sino encontrar maneras de que los elementos conformantes del contenido cultural e histórico se Arequipa se enriquezcan. Eso pasa por el reconocimiento que el patrimonio no es una suma estática y mecánica de elementos culturales en desconcierto.
El patrimonio en realidad es una serie de lugares, de no-lugares, de espacios, de paisajes, de edificios, de entornos que juntos forman una unidad que contiene riqueza por su originalidad, importancia o por conformarnos como un colectivo con fuertes referentes de identidad. La catedral como edificio religioso es de estupenda manufactura, pero fuera del entorno de la plaza mayor, el paisaje con los volcanes que la enmarcan y el estilo arquitectónico que dialoga con el resto del centro histórico sería solo un edificio más. Al conformar esta unidad cultural e histórica es cuando se convierte en patrimonio, en un tesoro que tenemos que conservar y amar. La responsabilidad más grave y seria, la más difícil de conseguir, entonces, no sólo es que estamos obligados ante la humanidad a no deteriorar este patrimonio, a que no se merme y que se siga manteniendo como una unidad original y lograda; sino que tenemos que acrecentar ese patrimonio de manera cuidadosa y responsable. Por desgracia, modernidades mal entendidas y febles ideas de un progreso poco racional, han sido los principales enemigos del patrimonio.
Para algunas personas y autoridades, la existencia de elementos culturales en muchos casos se convirtió en un estorbo para fiebres constructivas que reducen el progreso a asfalto, avenidas y puentes y no dudaron en quitarse de en medio estos elementos culturales en pos de perennizar su nombre en sendas placas de bronce en obras sin armonía y a veces sin concierto que luego tuvieron que ser severamente reformadas o desechas. En teoría el tiempo del irrespeto a los bienes culturales ha quedado atrás y se encuentra en el cajón de las vergüenzas donde está, por ejemplo, la destrucción de la preciosa capilla del Hospital Goyeneche que fue demolida para dar paso a una avenida que nunca se terminó o la rotura de una de las casonas más bellas de la ciudad para abrir una vía que facilitara el desplazamiento de vehículos en la calle Melgar.
Por desgracia, constatamos a cada paso que este tiempo no es cosa del pasado sino que cada vez es más parte de un doloroso presente que nos restriega en cada cuadra del centro histórico una casona convertida en mercadillo, un edificio que asoma con prepotencia sus formas por sobre el patrimonio, letreros agresivos que ocultan la ciudad con colores chirriantes; u obras que terminan descuadrando el entorno, aislando elementos culturales o trastocando los órdenes de este patrimonio. Y las instituciones que deberían proteger este patrimonio están atadas de manos por legislaciones lábiles, inexistentes o simplemente porque tampoco entienden la obligación que tenemos ante el mundo.
Cada vez somos más conscientes que el patrimonio trasciende los límites del centro histórico urbano de la ciudad. Queda claro ahora, que este entorno, valiosísimo en sí mismo y merecedor de cualquier esfuerzo de conservación y puesta en valor, tiene íntima relación con otros espacios. Entender el centro histórico de Arequipa sin percibir otros centros históricos de los distritos vecinos, como Yanahuara, Cayma, Characato, Sogay o Chiguata, entre muchos espléndidos momentos culturales arequipeños, es inútil y contraproducente. Igualmente pretender que el patrimonio sólo son casonas, conventos o edificios coloniales urbanos, responde más bien a una visión excluyente y racista que cree que lo cultural corresponde únicamente al pasado hispano; cuando tenemos excepcionales momentos culturales prehispánicos representados en andenes de maravillosa manufactura y que son estupendos ejemplos de continuidad cultural ya que permanecen en el tiempo y produciendo, es decir, cultura viva. Arequipa es la provincia que tiene una identidad sólida y continua, quizá la más sólida y de mayor arraigo en todo el país.
Parte de esta identidad proviene precisamente de la integración de los elementos culturales tan originales y propios, merecedores de la atención universal, con entornos paisajísticos y hasta climáticos excepcionales. Esto se refleja en nuestra abigarrada gastronomía que alcanza ribetes barrocos en esa alucinante mezcla de sabores, texturas, aromas y colores que refleja en parte esa diversidad maravillosa que nos caracteriza. Precisamente con esto quiero acabar. Hay quien cree que Arequipa es hispana y republicana y que eso nos forja en una suerte de crisol de mestizaje homogéneo y plano. Pero las evidencias de la realidad nos dicen que nuestra ciudad es en realidad un producto complejo de largas tradiciones culturales diversas y variadas.
En nuestro entorno podemos apreciar desde una andenería preciosista de orígenes pre inca, hasta algunas muestras de arquitectura republicana y contemporánea de gran estética todo enmarcado en un paisaje impresionante. Pero Arequipa no es simplemente arquitectura o paisaje, es también sus habitantes que a lo largo de siglos la han ido construyendo y conformando. Precisamente ahí está la diversidad que estamos obligados a reconocer, estimular y respetar porque constituye una de nuestras mayores potencialidades. Entonces, el patrimonio también nos incluye a nosotros, los arequipeños por nacimiento o elección, que la construimos y nos comprometemos a no restar patrimonio, sino a sumar. Nos tenemos que comprometer a entender, estudiar, conocer y amar esta ciudad donde se conjugan tantas cosas espléndidas, pero también tantos problemas agobiantes y por momentos desesperanzadores.
Ser arequipeños y habitantes de una ciudad considerada parte de la riqueza cultural de la humanidad nos obliga a ser responsables con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.Espero que en el 14 aniversario, la persona que tenga el honor de hacer este discurso, empiece refiriendo las sumas y no las restas, los hallazgos y aprendizajes y no las pérdidas. Muchas gracias.