Amores que matan
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren. (J. Sabina)
“Ella se va a la cárcel conmigo, pues si sale libre estará con otro y eso no puede ser”. “No quería que me dejara, por eso la degollé”. Estas dos expresiones corresponden a dos adolescentes que estas semanas han protagonizado crímenes horrendos (uno de ellos matando a su propia madre) que, por lo manifestado por ellos mismos, tiene como justificación un “amor pasional o enfermizo”.
Más allá de lo emocional, lo que estamos presenciando es un auge imparable del feminicidio en nuestro país. Reportes oficiales nos señalan que, tomando como base el 2009, cada vez fallecen más mujeres en manos de su pareja, ex pareja o familiar. Del 2009 hasta hoy, ya hay un poco más de 500 mujeres que han muerto estranguladas, acuchilladas, golpeadas o baleadas, previa violación, que son las formas más usadas por los victimarios que mayoritariamente son, repetimos, la pareja o expareja, papa, hermano o cuñado o el vecino o amigo de trabajo; es decir, si hablamos de seguridad ciudadana para las mujeres peruanas, ésta definitivamente empieza en casa.
Tanto para el mundo del derecho, y en especial para las ciencias sociales, hablar de feminicidio es introducirnos a un mundo nuevo, ya que se trata de una categoría que quiere focalizarse en un tipo de crimen que afecta únicamente a las mujeres. Con este nuevo concepto, lo que además se busca, es distinguirlo del homicidio, puesto que el feminicidio abarca temas más profundos como la misoginia, la indiferencia e intolerancia existente históricamente contra ellas. Dado que es un problema que crece aquí y en todo el mundo, el feminicidio es visto hoy como un problema social, político, cultural, cuya solución le toca, en gran parte, al Estado.
En nuestro país, por ejemplo, desde el 2009 existe el Plan Nacional contra la Violencia hacia la Mujer que busca garantizar la implementación de políticas tendientes a enfrentar el problema de la violencia, así como garantizar el acceso de las mujeres afectadas por la violencia a servicios públicos de calidad, y también identificar y promover la transformación de cambios en los patrones socio-culturales hacia nuevas formas de relaciones sociales entre mujeres y hombres basadas en el respeto pleno de los derechos humanos. El Plan dura hasta el 2015, ¿cuánto se ha avanzado en su implementación o es un simple saludo a la bandera?, los últimos hechos deberían servir para empezar a hacer tan urgente evaluación.
Ahora, desde lo meramente emocional, el tema es riquísimo por la diversidad de entradas que existen para explicar cómo están cambiando las emociones o la forma de experimentar el llamado amor en nuestra sociedad. En un antiguo trabajo que titulé “El amor expeditivo” usé las categorías que nos ofrece Giddens para entender la transformación de ese sentimiento; es decir, del amor shakesperiano a uno más dúctil. El primero, es el clásico amor romántico, el ciego o de “contigo pan y cebolla”; el segundo es más democrático, pues ya no hay una hegemonía del hombre sobre la mujer, sino que ambos tendrían y usarían un mismo nivel de poder (las relaciones amorosas son también un permanente juego de poderes).
Acicateado por la literatura y mucho más por los mass media, el amor romántico en la actualidad es un modelo imposible de seguir por quienes no están preparados ni sicológica ni intelectualmente. Justamente en ese error caen mayoritariamente los adolescentes, error que desemboca en el desengaño, las frustraciones…y la violencia.
El otro amor, el democrático o “plástico” como diría Giddens, requieren de una mayor madurez e inteligencia, elementos que no encontramos en jóvenes que, además, están atravesados por el abandono, la levedad, e inmediatez, características de la sociedad actual. Si a eso le sumamos, drogas, padres abandógenos, depresión, incomunicación y, como diría el psicoanalista Julio Hevia, jóvenes que ni siquiera se respetan a sí mismos por la desjerarquización de la sociedad actual, entonces nos encontraríamos frente a un nuevo tipo experimentar el amor: el amor que mata, no el que mata románticamente como lo canta Sabina, sino el que mata realmente para el espanto de la sociedad.