Cuco chileno
Sobre el segundo punto, hay que recordar que países como el nuestro (incluyendo Chile) han construido procesos identitarios y de unidad nacional basados en la figura del “enemigo externo”; es decir, construir un imaginario colectivo sustentado que una hostilidad que proviene de fuera y que en cualquier momento atacará y devorará. Obviamente la Guerra del Pacífico ha engordado obesamente ese imaginario con un añadido: a nosotros nos ha traumado con un nacionalismo derrotista o del violado, mientras que a los chilenos lo ha insuflado con un nacionalismo victorioso, violador y prepotente.
Esa construcción identitaria les ha funcionado muy bien, a nuestras autoridades políticas que hacen uso de ese recurso cuando hay internamente, serios problemas sociales y, principalmente, a los militares que a lo largo de nuestra historia han tentado, y tientan, el poder político (recordemos que el nacionalismo humalista también se basa en el cuco chileno).
Recordando esto, que no nos extrañe que algunos políticos hagan sonar tambores de guerra en medio de este escenario estrictamente jurídico que es el de la Corte Internacional de Justicia, pero que es usado políticamente para crear una “unidad nacional” totalmente fantasmal, y que funciona extraordinariamente en coyunturas electorales. Justamente eso es lo que está pasando en Chile que el próximo año tiene elecciones presidenciales, así que para los que quieren “ganarse alguito”, electoralmente, el juicio de La Haya les cae perfecto.
Con la misma lógica han actuado los polítiqueros colombianos que no solamente han rechazado la sentencia de la Corte Internacional de Justicia en relación a un problema similar que tienen con Nicaragua, sino que incluso han anunciado su retiro de esa entidad. Es decir, patear el tablero, burlarse del derecho y agitar banderas “nacionalistas”, al son de tambores bélicos, para sacar gananciales electorales. Así actúa la clase política, la nuestra y la de otros lares; es decir, cortados con la misma tijera.