Diez años después
Los beneficios hay que leerlos desde el lado de la política, pues el “Arequipazo” significó el triunfo de la cultura sobre la economía; es decir, con esa protesta Toledo aprendió que la palabra y la promesa que un gobernante le hace al pueblo deben ser respetadas y cumplidas, pues es la única manera de generar confianza, elemento vital en cualquier gobierno, mucho más en democracia.
El “arequipazo” también significó el reconocimiento, a pesar de sus limitaciones, de una nueva ciudadanía que viene gestándose en el país, que reclama ser escuchada y consultada frente a la voracidad del capital que, siguiendo un estilo colonialista, quiere imponerse sin tomar en cuenta a la población, y menos medir las consecuencias de su inversión.
Luego de diez años, el “Arequipazo” debiera ser motivo de reflexión y análisis, no sólo por los arequipeños, sino por nuestra actual clase política y empresarial que parecen no haber aprendido nada de esa experiencia, ya que desde la cabeza, siguen engatusando y actuando bravuconamente. Para nosotros, los arequipeños, el “Arequipazo” debiera ser tomado como un estímulo para crear otro “arequipazo”, pero esta vez del desarrollo, pues la transformación que ha tenido nuestra ciudad en los últimos diez años, esa revolución comercial y urbana que experimentamos, específicamente desde el 2010, debiera ser la palanca para que en Arequipa se produzca la revolución social y cultural que necesitamos.
Es decir, así como hace diez años se formó un frente cívico que encabezó la protesta contra la mentira y el capital, hoy habría que formar otro frente que nos ayude a descubrir que más allá de centros comerciales, marcas sofisticadas y comida chatarra, hay una modernidad que aún está pendiente en Arequipa. Ojalá que esa tarea sea asumida pronto, ojalá que nuestros dirigentes y políticos locales nos demuestren que no sólo saben callejear, gritar y dar cacerolazos de protesta.