Del desastre natural al institucional
Hace exactamente dos meses, en Arequipa ocurrió un fenómeno inusual que muchos denominaron diluvio por su intensidad y los efectos desastrosos que dejó: varios muertos y heridos, vías y casas destruidas y un sinnúmero de daños que hasta hoy no se solucionan o se han reparado a medias, lo cual nos conduce a constatar que mientras que los fenómenos o desastres naturales son casi inusuales en nuestra región, lo que sí es usual y cotidiano es su desastre institucional, expresado en el nivel o conducta de nuestras autoridades.
El primer indicio de su inutilidad se observa cuando nuestras autoridades no salen de sus escondrijos en el momento de los desastres, pero si están cortesanamente al lado del presidente nacional o las autoridades capitalinas. Allí sí son altaneros e incluso levantan la voz, exigen millones para las reconstrucciones y prometen solucionar los problemas en una o dos semanas, pero cuando las autoridades limeñas se van, las nuestras vuelven a sus madrigueras, evitando a la prensa y dedicándose a mandar twits o face, con algunas bendiciones. Mientras tanto, la ciudad sigue sufriendo los efectos de su inacción.
Cuando las protestas ciudadanas no pueden acallarse, nuestras autoridades juegan al gran bonetón; es decir, responsabilizan a terceros, ellos nunca la tiene; sin embargo, allí es donde la cosa se agrava, pues demuestra más impúdicamente el nivel de gestión que realizan. En el caso concreto de la reconstrucción de Arequipa, luego del diluvio, ésta se encuentra estancada sencillamente porque las autoridades no pueden hacer el expediente técnico correspondiente.
Así estamos y temo que así estaremos porque nada avizora que, por nuestro lado, sepamos elegir mejor a quienes tomen las riendas de nuestros gobiernos. Eso lo saben bien los guillenes, los zegarras, los domínguez, los mujicas, los cáceres y todos aquellos que hoy ya están frotándose las manos para competir en la próxima lid electoral con la seguridad que volverán a ser los elegidos.