Machu Picchu

Comentábamos con mis alumnos de Sociología de la Cultura, los “universales culturales”; es decir, aquellos productos que el hombre ha creado y que son una constante en la historia de las sociedades. Uno de ellos es la tecnología y poníamos, como ejemplo, a Machu Picchu que no sólo es una pieza artística, sino que, a la vez, representa una muestra del altísimo nivel arquitectónico y tecnológico que alcanzaron nuestros antepasados.

El comentario salido de clase es muy pertinente ahora que se celebra el centenario del encuentro de ese prodigio inca con el mundo occidental, pues estamos hablando de una de las maravillas del mundo actual y que debería servirnos para revalorar nuestra historia y en especial de nuestra múltiple identidad. Y de eso se trata; es decir, este celebratorio centenario de Machu Pïcchu debiera servirnos no solo para promover el turismo sino también para reconocernos como un país con una rica historia atravesada por una pluralidad de culturas que data desde hace mucho antes que naciera el Perú.

Quienes hoy celebran ese centenario somos un nuevo producto nacido de la mezcolanza con lo occidental, asiático y africano, lo cual ha enriquecido mucho más nuestra sociedad que ha terminado convirtiéndose en una nación multivalente o multinacional. Hay quienes siguen insistiendo, muchos políticos entre ellos, que en esas diferencias radican nuestros problemas y que son los causantes de los males que nos asolan; sin embargo, hay que seguir trabajando, principalmente entre esos políticos, para que entiendan que en donde ellos ven los problemas, allí radican nuestras potencialidades. De lo que se trata es saber cómo reprogramarlos para que en lugar de seguir encontrando las diferencias de nuestro pasado, cosa que no podemos cambiar, lo que debiéramos hacer es encontrar un futuro que nos aúne, cosa que sí podemos lograr.

Para que sigamos savcando pecho de esa maravilla y enttendámos de qupé se tratam, les dejo coun una nota del historiador Antronio Zapata, aparecida en La República.

Machu Picchu: 550 años.- Ahora que los medios celebran los primeros 100 años de Hiram Bin-gham, conviene recordar que la construcción de Machu Picchu data de 1450-1480. El soberano reinante era Pachacútec, quien venía de obtener la victoria sobre los chancas que permitió construir el Tawantinsuyu. A continuación, el inca conquistó a los collas y extendió su dominio al altiplano. Se detuvo y asoció a uno de sus hijos como corregente. Como el incanato requería un guerrero que termine el ciclo de conquistas, Pachacútec escogió al joven Túpac Yupanqui, quien condujo la gran expansión imperial como jefe militar.

Una vez aprobado este nombramiento, Pachacútec se autoimpuso otra misión. El inca viejo entendió que fundar un imperio implica una obra de renovación espiritual de la elite. Pachacútec quiso conectar el dominio político con una transformación ideológica que le conceda fuerza anímica a la aristocracia inca. Por ello, fue el promotor de la divinidad solar. Elevó su importancia en el panteón andino, especializando a su familia en el culto. Los suyos fueron los sacerdotes y guerreros por excelencia.

Durante su reinado, Pachacútec fue un esforzado arquitecto y urbanista. La misma capital cusqueña fue objeto de una profunda reconstrucción. Al terminar el nuevo Cusco y definir sus elementos característicos: plaza, barrios, caminos y templos, Pachacútec construyó su propia hacienda real. Ese fue el momento de Machu Picchu.

Los soberanos imperiales dispusieron de este tipo de propiedades que la etnohistoria ha llamado “haciendas reales”. Por ellas se entiende tierras y servidores que pertenecían a la familia ampliada del soberano, llamada “panaca”. Este grupo conservaba la momia y el culto del inca una vez fallecido y se encargaba de su eterno culto.

Como parte de su propia hacienda, Pachacútec construyó un gran complejo, que incluía varias estaciones preparatorias que se hallan a lo largo del llamado Camino Inca. La más importante es una serie de fuentes y andenes en un lugar encantado llamado Wiñay Huaina. Más adelante, en la cima de Machu Picchu se halla una cantera de granito blanco, muy dúctil y elegante, apropiado para la construcción. Además, el cerro asociado, el Huayna Picchu, termina una línea de montañas que empieza en el gran nevado llamado Salcantay, uno de los Apus mayores del Cusco. Por lo tanto, Machu Picchu culmina un circuito sagrado. La muralla exterior lo aísla de la zona profana y adentro es una reproducción a escala del mismo Cusco. La plaza separa dos barrios, arriba y abajo, los templos se hallan a cada lado y los andenes también. El centro religioso llamado “torreón” es una reproducción en miniatura del Coricancha del Cusco, donde hoy se levanta la iglesia de Santo Domingo. Esas paredes semicirculares de piedra finamente encajada constituían el mayor de los orgullos de los arquitectos incas y se las reservaban a sus centros ceremoniales principales.

Pachacútec construyó Machu Picchu para visitarlo periódicamente, desarrollar ceremonias y cálculos astronómicos. Durante sus ausencias, el sitio estaba al cuidado de un conjunto de servidores, cuyos restos y ajuares funerarios acaban de ser devueltos por la Universidad de Yale. Entre otros, destacan pequeñas campanitas, de uso personal, y también sahumerios muy gastados. Ambos objetos nos permiten imaginar las fiestas rituales de los incas, marcadas por inciensos, olores aromáticos y ritmos musicales.

A 100 años de Hiram Bingham, el público conoce poco de la historia de Machu Picchu. Bien valdría la pena esta celebración para difundir su conocimiento científico, que obviamente contradice las absurdas leyendas que esparció, desde el primer momento, su supuesto descubridor científico.

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