Mi voto
Creo que deberíamos ser consientes de eso porque lo que ha demostrado nuestro país en los últimos años es que está por encima de sus políticos o autoridades; es más, lo que ha demostrado nuestro país es que a pesar de tener políticos o autoridades realmente impresentables, hemos seguido empujando el carro y no nos va tan mal. Así lo demuestran, las cifras macroeconómicas. Es cierto que podríamos estar mucho mejor, siempre será así, pero allí es donde se ubica la responsabilidad de nuestros políticos que, a las finales termina siendo nuestra propia responsabilidad porque tenemos la pulsión de elegir entre los más viles, así que no nos quejemos.
El actual proceso electoral no escapa de esa constante. Vamos a elegir entre los peores, les vamos a dar la conducción del país a dos personajes realmente impresentables. No lo digo porque me caigan mal personalmente; es más, mi labor periodística me ha permitido conocerlos directamente y tratarlos “off the record”, lo cual me da más elementos de juicio. El problema está en lo que representan y que contrastan con los principios y valores en los que creo. Por ejemplo, la señora Keiko, un gordita simpaticona y agradable, representa una visión de libertad y dignidad totalmente distorsionada y que viene haciendo de nuestro país una sociedad éticamente mierdizable. Es decir, no creo que por defender la libertad de empresa, o el modelo económico, por ejemplo, tenga que entenderse que, de manera “natural”, el robo, la corrupción, la pendejada, el vale todo, sean considerados sus elementos consustanciales. Claro, podrán decirme que es injusto que se le achaque el pasado de su padre, pero no sólo se trata de ella, sino de su entorno, ese entorno especializado en mover la maquinaria corrupta que arrasa con todo, políticos, empresarios, magistrados, académicos; es decir, todo el mundo exhibiendo su lado corrupto ante la maquinaria seductora y pérfida del fujimorismo. Ese entorno, obviamente, no ha cambiado, y allí es donde retomo el consejo de mi abuela que me decía que árbol chueco y viejo, ya nunca endereza.
En la otra orilla, el humalismo también tiene sus cosas. En el 2006 entrevisté a Humala y me pareció un militar de inteligencia mediana, pero de altísima frivolidad. Su esposa Nadine me pareció la realmente pensante, pero a las finales, como persona, no me interesa, sino también lo que representa. Y creo que lo que representa Humala es ese militarismo chato, mediocre y cobarde que históricamente ha hecho mucho daño en la construcción de ciudadanía de nuestro país, ya que ha impulsado esa relación Estado-sociedad peruana basada en el autoritarismo y en la violación de los principios elementales del estado de derecho. El militarismo en el Perú también tiene su lado corrupto porque, en la intimidad de la sociedad militar, el manejo ilícito del país, es una consigna que hay que imponer con carajos y demás voces altisonantes.
Por esas razones es que al igual que no votaré por el keikismo, igualmente no votaré por el humalismo y la verdad que me importa muy poco las advertencias de miedo que hacen mis amigos acerca de que mi humilde voto viciado va a beneficiar a tal o cual candidato. No me importa; a la vez, es un solo voto que no influirá en nada el resultado final que, sea cual fuera, igual terminaremos arrepintiéndonos, pero que sí me ayudará a estar en paz con mi conciencia y a sentirme un poco más digno en este reinado de indignidad en la que el país está sumido por terminar eligiendo a dos impresentables.