Evaluación

La semana pasada fui sometido a unos de los ejercicios más desagradables que puede experimentarse: la evaluación pública; es decir, aquella en donde uno es bombardeado por el escrutinio de la gente ante un auditorio que muchas veces es implacable porque justamente se protege por la denominada mayoría.

Eso ocurrió en la Escuela de Sociología donde el director ha decidido poner en práctica ese saludable ejercicio de examinar a cada docente, pero desde la óptica de los alumnos. Aunque esa es a una experiencia beneficiosa, hay que reconocer que es difícil e incómodo, mucho más si se hace en los fueros universitarios. Difícil e incómoda porque en sí cualquier evaluación o examen es indeseable. En este momento no recuerdo a nadie que goce con las evaluaciones. Desde mi experiencia docente, veo que el tema muchas veces es causa de pánico en los alumnos, y si por ellos fuera, las evaluaciones deberían eliminarse. Es decir, argumentos sobran para demostrar que nadie gusta de los exámenes.

En el mundo universitario es común la evaluación de los docentes a los alumnos; es más, muchos concentran allí su poder haciendo un uso equivocado de él. Es poco frecuente la evaluación pública de los alumnos al docente. Cuando fui director de Sociología la puse en práctica pero con poca fortuna y muchos problemas, pues yo lo hice con la modalidad de las encuestas y luego las hice públicas. Exponer las calificaciones que los alumnos hacían de sus docentes me valió varios procesos administrativos de mis colegas que me enjuiciaron por deslealtad y abuso de autoridad.

Ahora, hay que reconocer lo subjetivo de dicha evaluación porque muchas veces lo hacen los alumnos menos apropiados, pues es muy común que al final de los cursos, muchos alumnos aparecen como “golondrinos”, ya sea para negociar o presionar por una oportunidad para salvar la materia. Esos son los que muchas veces evalúan y, obviamente, descargan sus furias contra el docente.

A pesar de ello, que un profesor sea evaluado por los alumnos es positivo y por eso es que asistí a la invitación hecha por el director de la Escuela de Sociología que empleó el método de sentar frente a frente al profesor y los alumnos quienes, cada uno desde su óptica, señala las críticas como las bondades del curso.

A mi, por ejemplo, me llama la atención en los cursos que dicto la inasistencia mayoritaria de los alumnos. Sobre ese aspecto, debo decir que no obligo a los alumnos a asistir a mis clases, como sí lo hacen otros profesores que incluso invierten gran parte de la hora en llamar lista. Yo parto del criterio que ese es un acto mínimo de responsabilidad de los alumnos, quienes, se supone, están en la universidad por un acto de entera voluntad. Las razones de la inasistencia estudiantil siempre son varias: trabajo, enfermedad, viajes, etc., pero la verdad es que gran parte de ellas son falsas y lo que realmente esconden es la poca querencia a la carrera. Creo que ese es el quid del asunto; es decir, estudiantes desestimulados, que están siguiendo una carrera que no le satisface o simplemente que no les gusta.

Obvio que yo como profesor tengo mi parte de culpa. Se que soy impuntual, que viajo mucho, etc. Si a eso se le suma las rituales paralizaciones de la universidad , ya sea por huelgas, fiestas, y este año hasta gripes, eso contribuye a que los curso pierdan intensidad. Pero lo que me ha llamado la atención, principalmente de los alumnos de 5to. año, es la critica de poca exigencia de mi parte; es decir, ellos reclaman que se les exija más, que se les controle más, incluso de manera enérgica. A mí eso me ha parecido novedoso porque lo que percibo es todo lo contrario; es decir, en el último año de estudio, el alumno se encarga de trasmitir la señal que ya están de salida, con otros intereses y apurados; es decir, el mensaje para el profesor es que hay que aligerar la carga de trabajos, comprender su situación y facilitarles la salida de las aulas universitarias. Sin embargo, en la evaluación esos mismos alumnos reclamaron lo contrario. Curioso dato que evaluaré para el próximo quinto que me toque enseñar.

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