El taquillazo de El Código Da Vinci, precedido por una inflada y mediática fama de la novela del mismo nombre de Dan Brown, hacían prever que, de todas maneras, Hollywood se iba a animar por una especie de segunda parte del Código…, basada en la primera novela de este autor americano y que es considerada por la critica, infinitamente de menor calidad, pero que ha concitado casi el mismo o mayor interés público, básicamente por la férrea oposición que le ha hecho el propio Vaticano.
El asunto es que, otra vez bajo la batuta de la dupla Howard- Hanks, tenemos nuevamente en pantalla grande a Robert Langdon, una especie de Indiana Jones de la simbología cristiana, que de un momento a otro y sin ninguna explicación de por medio, está envuelto y dispuesto a resolver no sólo los enigmas del cristianismo sino a la vez sus históricos odios internos con los grupos o sectas que dejaron regados en el camino y que ahora, con bomba nuclear en mano, va a destruir la capital de la fe cristiana.
El problema de este Langdon es que se parece al último Indiana Jones que nos presentó Spielberg; es decir, un doctor bamba ya que su supuesta gran sapiencia está basada en información sacada de El rincón del vago. Así, la cinta se desenvuelve en medio de situaciones y explicaciones poco convincentes y muchas veces ridículas; sin embargo, la buena dirección de Howard logra que esta historia que se desarrolla en 24 horas, sea intensa y trepidante lo que nos obliga a estar atrapados en el asiento siguiendo cada secuencia de este thriller.
Mención aparte merece la puesta en escena de la cinta con unos escenarios, todos originales, sencillamente espléndidos. De seguro que eso es lo que más quedará grabado en la retina: la belleza arquitectónica de El Vaticano, con sus vericuetos y rincones y no tanto la historia que, de por si, es pura fantasía.