Valera y Thorndike

En menos de una semana el país se ha enlutado con la partida de dos figuras prominentes: Blanca Valera y Guillermo Thorndike. Ambos de quehaceres y canteras diferentes; también con visiones del mundo disímiles, pero igualmente, ambos, con una trayectoria descollante.

A Varela, como gustaba que la llamaran, la conocí a principios de los 90 cuando, junto a Alonso Ruiz y Hugo Yuen, organizamos La República de los poetas, un ciclo de recitales poéticos con el que decidimos inaugurar la Sala Melgar de reciente construcción en la primera gestión rectoral de Juan Manuel Guillén Benavidez. Prácticamente durante seis meses, cada fin de semana, arribaba a esa Sala un poeta capitalino a presentar su obra. Al público que abarrotaba el local se le entregaba un cuadernillo que compendiaba su poesía y que debía ir coleccionándola para luego convertirla en libro. Así, desfilaron en ese ciclo Antonio Cisneros, Pablo Guevara, Washington Delgado, Carlos Germán Belli y un largo etcétera que incluyó, como debía ser, a Blanca Valera.

En el cuadernillo de la poesía de Valera que íbamos a entregar ese fin de semana, con Yuen decidimos que tenía que estar, incuestionablemente, Monsieur Monod no sabe cantar, tomado de su libro Canto Villano. Ese poema era para nosotros casi un himno generacional, pues su verso porque ácido ribonucleico somos/pero ácido ribonucleico enamorado siempre lo usábamos como un grito de batalla que adornaba cualquier diablura que hacíamos. Lo más anecdótico de esa noche con Valera es que, como solía ocurrir luego de cada recital, en medio de los festejos y copas, a Valera se le ocurrió llamar a Octavio Paz, su casi mentor. Así, el hilo telefónico conectó Arequipa con Mexico y ese privilegio fue tal que los efluvios alcohólicos desaparecieran en un instante.

Luego vería a Valera en otra circunstancia poco feliz, pues fue cuando su hijo falleció en un accidente aéreo ocurrido en nuestra ciudad. Después sólo supe de ella a través de las noticias y cada una era más alegre y notable que otra: ganadora del premio Octavio Paz, ganadora del Federico García Lorca, ganadora del Reina Sofía de Poesía Iberoamericana; es decir, Valera se hizo universal…y eterna. Por eso, ahora que ha partido, su ausencia se sentirá muy temporalmente, pues, justamente por su carácter eterno, Valera seguirá entre nosotros.

Thorndike.- A Guillermo Thorndike también lo conocí cuando, como diría Ribeyro, hacía mi servicio revolucionario obligatorio. Como cualquiera que estuviera en esa época afiebrado por los ideales socialistas, leía con pasión El diario de Marka, dirigido por Thorndike. Es decir, nadie dudaba que ese gordo bonachón era de izquierda y, es más, era un ideólogo de izquierda, por eso había que leerlo y seguirlo. Luego pasaría a dirigir La República y eso confirmaría lo que pensábamos de él. Pero luego, se aliaría con el APRA y finalmente con el fujimorismo y allí es donde el ícono Thorndike desapareció, brillando más en el campo de la investigación histórica con libros como El caballero de los mares y, el último, El rey de los tabloides.

Pero prefiero recordar a Thorndike de su época en que también, supongo, hacía su servicio revolucionario obligatorio. En esos tiempos, el gordo era pantagruélico, escribía de todo, sabía de todo, hablaba de todo. Yo lo admiraba más por su lado cinéfilo y gastronómico, pues escribió los guiones de Muerte al amanecer y

Abisa (así con b y no con v) a los compañeros, dos grandes película peruanas. A Abisa… la veíamos con más pasión, pues uno de los personajes de esa novela y luego película era Jorge Tamayo, un paisano nuestro, así que la película la sentíamos como nuestra. Su lado gastronómico también lo gocé con fruición, pues incluso coleccionaba las recetas personales que publicaba en La República y que luego la Universidad San Martín, recopilaría en un hermoso libro.

Como dije arriba, tanto Valera como Thorndike se desarrollaron en canteras diferentes, vivieron carreras distintas, pero igualmente lo hicieron de manera notable. A ambos, mi reverencia.

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