Los sucesos del 11 de setiembre siguen analizándose desde diferentes puntos de vista. Pueden seguir siendo un trauma para el pueblo norteamericano; un punto de quiebre que define una nueva época, para los historiadores; pero también puede ser mirada como una veta, rica aún, para la industria del cine. Desde esa perspectiva, no es raro que Ridley Scott nos presente su último producto ligado a ese hecho, pero desde otra óptica: el terrorismo internacional como una preocupación latente de los americanos, pero a la vez como una industria dinamizada más por intereses económicos, políticos y bélicos que por cuestiones ideológicas.
Así, la historia se centra en la forma cómo trabaja el servicio de inteligencia americano para prevenir futuros ataques a su país, destruyendo a las células o a los grupos terrorista que actúan en Medio Oriente. Justamente, las cámaras de Scott nos hacen viajar por todos aquellos lugares donde operan esos grupos fundamentalistas, descubriéndonos sociedades atravesadas por la miseria y la más cruenta violencia; es decir, casi inservibles o inviables, como señalan los científicos sociales.
Quizá ese sea el declive de la cinta, pues se centra en presentar al Medio Oriente como el gran escenario tanático que amenaza al mundo y a los americanos como nuestros salvaguardas. Es decir, un gran tema, envuelto en una gran producción, con actores de primera (Leonardo DiCaprio y Russelll Crowe están espectaculares), pero con una historia que termina siendo simplona, mucho más cuando aparece la chica (en este caso es una enfermera) que la acaramela innecesariamente y que la termina convirtiendo en una cinta casi románticona.
A pesar de todo, no hay que negar que Scott demuestra maestría entregándonos un producto con buena envoltura, que hace que las dos horas que dura la cinta sean entretenidas y que pueden ser apovechada para buenos arrumacos, si uno va bien acompañado. Pero nada más.