La Nueva Normalidad, y la peste que viene
Un nuevo dossier de términos nos ha invadido, desde que se inició la actual crisis sanitaria: cuarentena: curva, meseta, martillazo, UCI, testeo, prueba molecular, huayno, confinamiento, distancia social, nueva normalidad, y un largo etcétera. Quien más ha ayudado a introducir ese nuevo lenguaje, es nuestro mandatario con sus diarios mensajes al país. Si al principio eso fue bien percibido, luego aparecieron las dudas y críticas, pues nuestro presidente al no es un buen comunicador, no supo explicar el significado de esas palabrejas y terminó confundiéndonos a todos.
Por ejemplo, no sabemos si cuarentena significa cuarenta, setenta o noventa días; no sabemos, qué significa meseta, cuando los infectados por el C19 crecen día a día; no sabemos qué significa nueva normalidad cuando lo que estamos viendo desde este lunes que se reanudaron algunas áreas económicas, tras un confuso mensaje presidencial, es un desmadre incontenible. Es decir, luego de la primera setentena de las supuestamente implacables medidas gubernamentales puestas en marcha para frenar el avance de la plaga, y, de paso, educar a la población para que ella se autoregule, lo que hemos visto es lo de siempre: caos, informalidad, apretaderas, descontrol, ausencia de autoridad, etc.; es decir, la normalidad de siempre.
En realidad, esa inentendible nueva normalidad que oficialmente se anunció desde el 25, la vivíamos desde hace semanas atrás, pues para todos, la cuarentena era un saludo a la bandera que sólo el gobierno se negaba a aceptar. En Arequipa, por ejemplo, si bien algunos mercado y centros de abastos fueron cerrados por casos de infección, éstos se reubicaron en los alrededores, o en otros lugares donde la gente, en tropeles, salía a hacer su plaza. Lo mismo sucedía en las principales avenidas o centros comerciales, siendo el 25, el día del desborde, misma descorchada botella de champagne.
Para muchos, dicho desborde es justificable en la medida que responde a la situación ya inaguantable de una parte de la población, que tiene que ganarse la vida. Para otros, responde a la, también, necesidad de por lo menos airearse o caminar, luego de meses de encierro obligatorio. Sea la razón que sea, lo cierto es que regresar a ver a nuestra imponente Catedral vigilada por el Tuturutu, reencontrarse con la Calle Mercaderes o reconocer a nuestro San Camilo o Productores, ha sido no sólo enternecedor, sino también preocupante, pues todo en la ciudad sigue en la misma situación, no hay nada nuevo.
Es decir, se supone que ingresando a la tan proclamada nueva normalidad, íbamos a encontrarnos con calles debidamente señalizadas para que todos respetemos la distancia social; con vías y parqueos especiales porque se supone que nos transportaremos en bicicletas; con puestos municipales repartiendo barbijos u ofreciendo alcohol, con buses debidamente acondicionados para evitar aglomeraciones y apretaderas, etc. etc. Nada de eso hay. Al contrario, la población arequipeña se ha reencontrado con los mismos baches y huecos que dejaron las lluvias de febrero, con las mismas pistas desadoquinadas, o reparación de calles a medias, entre otras cosas. Es decir, toda esta setentena, nuestro gobierno local, brilló por su ausencia, estuvo de espalda a la realidad, como normalmente, siempre actúa.
Con normalidad en esta setentena, también obró el Gobierno Regional: incompetencias, escándalos de corrupción, ausencia total del vicegobernador (Walter Gutiérrez); y un Gobernador (impronunciable) desconectado de la gravedad de la situación, y sólo agitando un creciente descontento en la población que quiere revocarlo, sea como sea y que sigue preguntándose cómo un tipo así llegó a la gobernatura de la segunda región del país. ¿Incapacidad absoluta, demasiada responsabilidad para su nivel, simple ignorancia? Esas son las preguntas que flotan en la población que, incluso, ya se cansó de hacer sentir su rechazo con cacerolazos nocturnos, pero ninguna responde o explica la conducta del impronunciable. Por lo menos eso creíamos, justo hasta el 25, día en que la autoridad máxima de Arequipa, anunció su candidatura a la presidencia de la república. No es broma.
Es decir, mientras Arequipa y el país sigue envuelta en un escenario tanático, que tiende a agudizarse por el descontrol de la nueva normalidad, que, en todo caso, traerá más pobreza y miseria (normal también en nuestro país), el Gobernador de Arequipa ha lanzado, orondo, su candidatura presidencial. O sea, cuando todos creíamos que no aparecía, o se perdía en medio de la crisis, porque es un perfecto inútil, el impronunciable estaba trabajando, en equipo, un proyecto político. ¿Tiene proyecto, tiene equipo? Obviamente, sí. No es un conglomerado ciudadano, menos un partido político, ni siquiera una agrupación vecinal. No, todo apunta que detrás está, nuevamente, el narcotráfico, que ya gozó de las mieles del poder con el humalismo, y que hoy quiere regresar con ese impronunciable. ¿Tiene posibilidades? Por supuesto, todo el escenario actual apunta a una propuesta de radical populismo izquierdoso. De allí entendemos su afán de liberar a los antauros, aduviris, cerrones y demás postres. Preparémonos, la peste recién empieza.