De la derrota, a la gozosa soledad
Exactamente, a una semana de finalizar la que se anunció como una quincena, luego convertida en cuarentena y que terminará siendo una sesentena, casi. Contra lo que creíamos, el anunciado fin de estos casi dos meses de encierro, no es auspicioso, sino todo lo contrario; es decir, si inicialmente esperábamos con frenesí terminar la reclusión, hoy lo vemos con más pavor que al principio; pues, dicha salida se da en pleno auge vertiginoso de contagios del Bicho19, al extremo que nos hemos situado entre los países con más infectados mundialmente. Duele decirlo, pero si nos ajustamos a la retórica bélica que el propio gobierno le imprimió a la crisis sanitaria; entonces, perdimos la guerra.
Dicha derrota se percibe y observa por todo lado. Desde la ya desgastada conferencia diaria de nuestro mandatario, y sus cada vez menos disimulados errores de datos; hasta la actitud de la gente que cada día puebla más las calles, sin importarle la presencia de la policía y el ejército. Es decir, a puro estilo peruano, informalmente la cuarentena llegó a su fin, aunque formalmente, falte una semana para hacerlo. La derrota se hace evidente al mostrarnos que la bendita curva de infectados nunca se acható, sino que sigue creciendo, al igual que la cantidad de muertos. La derrota muestra su rostro más maligno con esa imágenes dantescas que veíamos hace unas semanas en Ecuador y que, ilusamente, creímos que jamás se reproducirían en nuestro país. El rostro cínico de la derrota, la representan los corruptos que han hecho del Bicho19 un trampolín para amplificarse, corruptos que son del mismísimo entorno presidencial.
Apena y duele decirlo, pero la fórmula que aplicó el gobierno para enfrentar esta crisis de “salud sí, economía no”, y que muchos alentamos, no funcionó. Hoy, no hay ni salud ni economía. Es más, según las encuestas, la gente prefiere morirse del Bicho19 y no de hambre. Esa es la razón fundamental por la que desde el lunes 11 de mayo, el país volverá a su normalidad, casi. Es decir, se ha trazado un cronograma para que, paulatinamente, las ruedas de la economía vuelvan a girar. Ni modo, parece que ahora usaremos la fórmula de “economía sí, salud, no”, y eso lo saben tan perfectamente las autoridades, que ya no hablan de construir o, por lo menos, reparar hospitales, sino abrir más nichos y cementerios.
Las conversaciones y discusiones, ya no son sobre el Bicho19, sino sobre cómo sobrevivir en una economía derrumbada. La nueva palabra de moda es “reinventarse”; es decir, qué hacer en un escenario dónde miles de empresas no podrán abrir o tienden a desaparecer; donde miles de trabajadores son ahora desocupados; donde más que un mercado de consumidores, nos convertiremos en un mercado de muchedumbres o limosneros.
Para no derrumbarnos, siempre queda el consuelo, fe o esperanza (mucho más en un país tan religioso como el nuestro), quizá el arma de reserva más presente en esta guerra perdida, y a la que la gran mayoría se aferra; es decir, esperanza que, tarde o temprano, todo pasará; que poseemos una gran resiliencia; que tenemos una historia curtida de desastres.
Desde la razón, a esa esperanza se le suma el ansia para que la farmacocracia, el imperialismo del futuro inmediato, descubra y nos venda la vacuna lo más pronto, o que se cumplan los pronósticos científicos que prometen que en julio empezará a caer la ola de contagios. Desde el sentido común, raro decirlo, sólo nos queda confiar en nosotros mismos para seguir cuidándonos, de la única manera segura que existe, según nuestra propia realidad: guarecerse en casa y cultivar el huerto, como diría Voltaire; y, finalmente, emular la filosofía de los felinos y lagartos: vivir gozosamente de manera solitaria.