Justas electorales
Alumnos, antiguos y actuales, me detienen en plena calle y me hacen saber, con inocultable satisfacción y orgullo, que son candidatos al congreso; que están lidiando, denodadamente en las actuales justas electorales, representando a un partido político, que para mí suena extraño, pero que para ellos, representa la sangre nueva que reclama la clase política nacional. Me hablan con ahínco de sus propuestas, y antes de la despedida que yo busco con apuro, me piden un consejo, recordando que fui su profesor, y suplican mi voto, el de mi familia, amigos, “para acabar con la corrupción, profe”.
Me despido con una sonrisa y un apretón de manos, asegurándoles que no dude que mi voto será por él, o ella, y apuro el paso, para que no me alcance y entregue su volante o propaganda electoral. Luego, hago el esfuerzo de recordar en qué año y curso fue que los tuve como alumnos, y la verdad es que, en mi banco de memoria, no aparecen, o si lo hacen, es sombríamente. “No fue un buen alumno, con razón quiere ser congresista”, concluyo.
Momentos como ese, son los que me hacen dar cuenta que estamos en justas electorales, que en pocas semanas, elegiremos a un nuevo congreso, para, según el vizcarrismo, “terminar con las grandes reformas políticas que el Perú necesita para garantizar su desarrollo, que el congreso disuelto no quiso hacer o se opuso, tenazmente”. Si pues, elegiremos un nuevo congreso, y otra de las promesas, es que será integrado por nuevos y prometedores rostros, “que acabe con la clase política tradicional”, dicen también los que apoyan el acto electoral. Me acuerdo de mis alumnos y, efectivamente, el nuevo congreso podría estar compuesto de rostros nuevos y jóvenes, pero no estoy seguro, de cuán prometedores, menos aún cuando leo y escucho sus propuestas congresales: construir hospitales y escuelas, aumentar los sueldos; acabar con la corrupción; cambiar la constitución, etc.; es decir, ni la más mínima idea de lo que significa la labor parlamentaria.
A pocas semanas de las elecciones, el 60% de la población electoral, no sabe aún por quién votar; lo peor es que no sabe, ni siquiera, cómo votar. Se espera que pasadas las fiestas de diciembre y año nuevo, recién se asome el ambiente electoral, animándolo, para que las justas del 26 de enero, valgan la pena. Ojalá, que así sea. Caso contrario, me temo que el 27 de enero, vamos a estar extrañando a los becerriles, mulders y bartras.