Hay golpes en la vida
El año pasado, la fiebre futbolera, provocó que muchos se animaran a relatar sus vidas relacionándolas con la cantidad de participaciones del Perú en los cotejos mundiales de fútbol. Hoy también podríamos hacer el mismo ejercicio, pero relacionando nuestra existencia con el número de golpes de Estado que nuestro país ha sufrido.
En mi caso, por ejemplo, lejano está el recuerdo del primer golpe, el del velasquismo contra el primer belaundismo, en 1968, instaurando el autodenominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, que se extendió hasta 1980. Tanto mi infancia, como parte de mi adolescencia, la pasé sabiendo de militarotes, expropiaciones, experimentos y reformas de todo tipo, que lo único que lograron, fue que nuestro país pase del tercermundismo al cuatrimundismo.
Ese fue un golpe tradicional, muy a la moda de los que se practicaban en toda Latinoamérica; es decir, la sociedad militar se imponía a la sociedad civil, a punta de tanques y fusiles, expulsando e incluso deportando a políticos y autoridades. Ese experimento, terminó con una nueva Constitución, la de 1979.
El segundo golpe de Estado vivido, fue el del fujimorismo, en 1992. En realidad, fue un autogolpe; es decir, Fujimori de la mano con los militarotes, instalaban en el país lo que Sinesio López denominó como democradura (mitad democracia, mitad dictadura), contando, como en 1968, con un gran aliento y aplauso popular, pero luego repudiado por el descubrimiento del alto nivel de corrupción que atravesaba a todo ese gobierno, que finalizó en el 2000. Curiosamente, dentro de ese experimento también se gestó una nueva Constitución, la de 1993.
En esos años, adentrándome el estudio de nuestra historia política, aprendí que la nuestra es una sociedad con una gran tradición autoritaria, entre otras razones, porque los golpes de Estado, han sido una constante en el país; es decir, son más los militares que los civiles, los que nos han gobernado, generando una débil cultura democrática, que atraviesa toda la vida nacional, en sus diferentes expresiones. En otras palabras, aún nos cuesta mucho vivir en democracia, hay una añoranza soterrada a las dictaduras, tal como lo demuestra año a año el Latinobarómetro.
Por eso, luego de casi dos décadas de continuidad democrática, cuando todos creíamos que por fin aprendíamos la lección, conviviendo ajustados a la ley, ha ocurrido otro golpe, esta vez perpetrado por el vizcarrismo a un Congreso que, como también lo ha señalado Sinesio López, ya estuvo autodisuelto, y, como los experimentos antes mencionados, cuenta con una gran popularidad.
Es pues, mi tercer golpe vivido. Ojalá que no termine como los anteriores; es decir, ver que esa gran popularidad que motiva cada golpe, se torna luego en linchamiento; constatar que tras los buenos deseos y voluntades justificantes del golpe, se ocultan corruptelas y trapacerías; que de héroes y salvadores, los protagonistas de estas aventuras se convierten en penosos delincuentes encarcelados. Ojalá.