La picantería como batalla unificadora
Fragmentada y hasta dividida al extremo está Arequipa, en relación al proyecto de Tía María. Más de un mes estamos envueltos en esta disputa que se focaliza en la provincia de Islay, afectando, principalmente, a niños que corren el riesgo de perder el año escolar, simplemente porque los opositores al proyecto, amenazan a quienes quieren ir al colegio.
Los promotores de la oposición, encabezados por el mismísimo Gobernador Regional, quisieron que el conflicto se extendiera a Arequipa, propiciando una huelga indefinida que fracasó, pero que amenazan reanudarla “con diferentes estrategias”, manteniendo así, en vilo a la ciudad, y estimulada por la crisis política general que vive el país, ahora por el anunciado adelanto de las elecciones generales.
El conflicto, pues, parece no tener fin. Es más, cíclicamente se repite, en el mismo escenario, con igual guión, e, incluso, con los mismos actores. ¿Hay una luz al final de túnel? Hay quienes creen encontrarla si el Estado ejerciera la coacción legítima, mientras que otros apuestan por el diálogo. Tal vez, parafraseando a Anderson o Hobsbawm, habría que crear un nuevo objetivo colectivo, un sueño en torno al cual todos nos sentimos identificados, integrados y dispuestos a defenderlo.
Arequipa es una sumatoria histórica de esos objetivos. En el s XIX, lo fue su aspiración descentralista; a principios del XX, lo fue el industrial; y hasta mitad del mismo se sintió identificada por su espíritu levantísco y rebelde, acuñado en el famoso lema del “León del Sur”. Luego, ese objetivo se esfumó, llegando al presente siglo sin ninguno. Nótese que, en ese recuento, la política y la economía fueron la base de esos objetivos. Hoy, parece que ya no sirven; es más, hay un rechazo hacia la economía, y, políticamente, Arequipa, ya no ruge en el escenario nacional.
Frente a esa situación, es tiempo que la cultura asuma su papel integrador y motivador hacia la construcción de un nuevo objetivo o sueño colectivo, que tienda al orden y nos unifique socialmente. En ese sentido, la Picantería Arequipeña tiene todos los atributos para cumplir con esa tarea histórica que exige nuestra ciudad. Nada como la Picantería para sentirnos hermanados por esos humos, sabores, colores y olores que representan una vieja tradición que hasta hoy se practica, en las manos mágicas de picanteras y picanteros que han sabido guardar y transmitir oralmente esos secretillos que han contribuido a la forja de una identidad local.
La Sociedad Picantera de Arequipa (SPA), creada hace siete años, ha sido clave para evidenciar el rol vital que cumple la picantería como heredera, difusora y promotora de aquello que es la expresión más significativa de la comida tradicional que caracteriza a nuestra ciudad y su entorno rural, y que ha sido reconocida oficialmente hace cinco años, cuando fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
Hoy, la SPA está luchando por más logros: desea que nuestra cocina se sume a la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, junto con la cusqueña y piurana. La SPA lo está haciendo porque, el rancio centralismo del Ministerio de Cultura, se le ha ocurrido postular a un solo plato, el ceviche, en el listado de la UNESCO. Obviamente dicha postulación tiende a fracasar porque los burócratas limeños siguen sin entender que lo que reconoce ese organismo mundial, son las prácticas y expresiones culturales concretas que deben estar entrelazadas con la identidad de los pueblos, elementos con los que sí cuenta la picantería arequipeña, así como la cusqueña y piurana.
Entonces, si de luchar se trata en torno a un objetivo que nos unifique, alejándonos de los viejos postulados desarrollistas que nos vendieron la economía o la política, démosle la oportunidad a la cultura, específicamente a nuestra cocina picantera. Ya lo demostró a nivel nacional, ahora es ocasión de demostrarlo internacionalmente.
Esta aspiración o sueño colectivo no es quimérico, hace cuatro años atrás lo logramos cuando la UNESCO enlistó a la Danza del Wititi como Patrimonio Cultural Inmaterial Mundial. Hoy podríamos hacerlo con la Picantería Arequipeña. Cumplimos con todas las condiciones, sólo es cuestión que todos y en especial nuestras autoridades, tanto las políticas como académicas y otras instituciones de la sociedad civil, abandonen el estéril y confrontacional debate actual, y se concentren en este objetivo. De lograrlo, ampliaríamos nuestras posibilidades de crecimiento y desarrollo, a punta de picantes y chicha de guiñapo, aunque parezca increíble.
LA PICANTERÍA COMO BATALLA UNIFICADORA
Muchas personas al escuchar “Arequipa”, imaginamos al volcán Misti, el Cañón del Colca, su Plaza de Armas, e incluso el Distrito de Characato. También viene a la mente el cuy Chactado, Rocoto Relleno y las Picanterías Arequipeñas.
Podría seguir enumerando un sinfín de lugares, tradiciones, danzas, música, etc., cuya variedad cultural solo se encontrará en la ciudad de Arequipa y es precisamente allí donde el Arequipeño asienta su orgullo, pues Arequipa nunca dependió ni dependerá del centralismo Limeño para sobresalir sobre los demás. Muchos los identifican como arrogantes, pues no, simplemente es orgullo de nacer Arequipeño.
La picantería arequipeña representa una de las tantas insignias emblemáticas de la Ciudad de Arequipa. Es toda una tradición, desde las recetas de antaño transmitidas de generación en generación hasta aquellos trajes típicos y lugares campestres; es una tradición única, qué duda cabe, debiendo ser registrada en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO
Hoy en día la Ciudad de Arequipa se encuentra dividida en dos bandos, “Los Arequipeños por Arequipa” y “Agro si, Mina No”. La finalidad con la que sea utilizada la Picantería Arequipa para unificar a ambos bandos dependerá mucho el reproche de la población. Si utilizada con la finalidad de unir a las personas y así poder llegar al tan ansiado diálogo, evidentemente dicha acción será aplaudida por muchos.
Si por el contrario dicha tradición es utilizada con finalidad de distraer a la población, podría ser considera una excelente estrategia para mantener entretenida a la población, sin embargo, ello únicamente representará un paliativo que no solucionará el problema álgido que vive la provincia de Islay. Además, convertiríamos una hermosa tradición culinaria y cultural en un mecanismo de distracción social bajo la premisa de “el fin justifica los medios”.